¿y si me analizas y yo a ti?

10. Refugio

Como de costumbre, Memo había dejado un desastre matutino de proporciones épicas, junto a otros grandes y pequeños desórdenes.

El tipo era un huracán, no podía dejar nada en su sitio, ni siquiera las envolturas vacías en la basura. Por suerte para Jaime, los padres de la novia de su incómodo pariente estarían fuera de la ciudad un par de noches, y la pareja había decidido trasladar el motel a ese conveniente y solitario paraíso.

Al encender la luz, Jaime reflexionó en lo afortunado que fue de lavar los platos y utensilios de la cocina, limpiar la mesa del comedor y poner presentable su hogar. Aunque en realidad, aquello se asemejaba a un sitio para dormir y comer; no había nada cálido ahí, excepto la mujer a punto de entrar.

—¿Vives solo? —preguntó Julia, dubitativa.

La timidez al hablar no era habitual en ella, pero un nudo cada vez mayor le apretaba a la altura de la garganta sin que identificara el motivo; ya tenía dónde dormir, todo lo demás se solucionaría.

Aun así, se encontraba todavía en el marco de la puerta, con los talones afuera y la punta de los pies adentro, justo en el umbral abierto para ella. No se atrevía a avanzar, a pesar de que Jaime ya había llevado las dos maletas hasta la mitad de la estancia, y la veía de un modo que, de alguna insensata manera, le ablandaba las extremidades.

Pero se mantuvo firme, no era una chica fácil, aunque no tuviese donde caer muerta y quisiera hacerlo en los brazos de su socio.

Obviando la discreción, observó los alrededores. Los muebles eran comunes, marcados por el uso. El único adorno era un reloj enorme y circular colgado en la pared. El resto eran figuras geométricas de madera o plástico, desnudas y con un propósito funcional. La limpieza y el orden estaban presentes, eso fue lo único que detectó de Jaime en ese ambiente carente de personalidad.

Tras suspirar, terminó centrada en él, y cuando con una seña amable la instó a pasar, no pudo seguir resistiéndose.

—Alguien vive conmigo. Pero no te preocupes, no será una molestia para ti —respondió.

Julia quiso preguntar mucho.

¿Era una mujer?

¿Su novia? ¿Esposa?

¿Qué pensaría de verla ahí?

Una oleada de terror la puso a sudar y la hizo desear salir huyendo. Vivió en carne propia lo nocivo de los celos y, si, para escapar de otra experiencia similar, debía dormir en la calle, lo haría.

—¿Y yo para ella?

—No es ella. Es solo un compañero —dijo él a secas, sin imaginar el gran alivio que la declaración significó para su invitada.

Acalló cualquier duda y dio el paso decisivo. Cerró la puerta detrás y siguió a Jaime hasta la siguiente. Él sacó una llave del bolsillo del pantalón y abrió la cerradura. Que un dormitorio estuviera resguardado de tal forma le pareció sumamente peculiar a Julia, no obstante, al entrar y ver, gracias a la tenue iluminación de una elegante lámpara, creyó entenderlo.

Una cama matrimonial coronaba la estancia, engalanada con un cobertor azul cielo y mullidos almohadones. No era lo único de notable calidad y costo por encima de lo que había en el resto de la casa. Un escritorio de fina madera brillaba frente a la cama. Sobre él, una pantalla plana empotrada en la pared, junto a un librero repleto de títulos de psicología que pudo reconocer al instante.

Un aguijonazo melancólico la hizo recordar sus propios libros; los que perdió por creer en la buena voluntad de otros.

Sacudió tales pensamientos y terminó la fugaz exploración visual. Se detuvo en un par de llamativas repisas con objetos curiosos. La más pequeña adornaba la cabecera de la cama, mostrando decenas de autos de juguete de colores diversos.

No fue necesaria ninguna aclaración para que Julia entendiera la mayor parte. Esa habitación era el refugio de Jaime, no lo que vio antes.

—Es tu habitación —dijo, girando hacia él con gesto preocupado —. No tienes que cederla por mí. Dormiré en el sofá, ya lo hice antes.

—Ese sofá no es como el del consultorio —advirtió, con una seriedad que casi le arranca una sonrisa a Julia.

Cuando se ponía serio se veía tan bien, tan ardiente y tentador.

—No quiero ser una molestia, de verdad. ¿Dónde dormirás tú?

—Quedamos en algo —dijo, cansado —. Duerme aquí por hoy. Mañana hablamos.

Jaime tomó la mano de Julia y puso en la palma un par de llaves. Las pulsaciones, chispas y calor que generó la espontaneidad del toque lo pusieron ansioso. Sus ojos cayeron sobre los de Julia, igual de alerta por el extraño cambio en la atmósfera, de por sí cargada de algo apremiante.

—Jaime —pronunció ella, suavizando la voz y logrando acrecentar la tensión.

La idea de besarla comenzó a ganar espacio en él. Tuvo que aplacar el impertinente despliegue hormonal para controlarse.

—Son las llaves de la habitación y la casa. Puedes usar la cocina como quieras, el baño es la puerta de enseguida. Si tienes frío o quieres cambiar las sábanas, hay lo necesario en el armario. Si se te ofrece otra cosa puedes llamarme, aunque te agradecería dormir sin interrupciones. Mi celular está apagado a esta hora, pero el de urgencias no. Ahora, si me permites, me voy a dormir.




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