¿y si me analizas y yo a ti?

15. Palomitas en la cama (Parte I)

La cama, igual a imán poderoso, la atraía de manera irresistible, como si en lugar del inicio del día, estuviera recibiendo el anochecer. No podía terminar de abrir los ojos, se sentía pesada. Su memoria no era clara con respecto a la última vez que se permitió caer en el influjo del alcohol, pero estaba segura de que, en aquella ocasión, la cabeza no le daba esas vueltas que sacudían las entrañas junto a la moral.

Una nube de difusas imágenes le impedía hilar algunos sucesos. La manera en la que había llegado a la casa, y terminado en el colchón, era una incógnita.

En la madrugada, medio ebria medio sonámbula, se había levantado bajo la tutela de la penumbra y cambiado sus ropas por las cómodas destinadas para dormir. Luego, volvió a caer en el embrujo de un sueño embriagador. Imágenes que no supo si eran reflejo de lo sucedido, o mero invento de su imaginación impertinente, se colaron en visiones oníricas que la llenaron de inquietud al despertar.

Sin embargo, el caos mental se fue aclarando a medida que los minutos avanzaban en el reloj digital sobre la mesa de noche. El retumbar de sus latidos en los oídos la invitaba a seguir durmiendo, pero su sentido de responsabilidad le exigía levantarse. Aquel día iría a trabajar al bar y, a pesar de que faltaban horas para la entrada, no le gustaba quedarse a sus anchas teniendo tanto quehacer en casa; la ropa no se lavaba sola.

Necesitaba espabilar; bañarse, comer... algo que le estabilizara el estómago y la cabeza. También debía huir de Jaime, o evitarlo de cualquier forma. Un calor se agolpó de pronto en partes que no quería reconocer, llenándola de apremio. Las mejillas le ardieron debido al estallido de enfado mezclado con excitación.

—Eres un desgraciado, malacariento —dijo, mirando al techo y suspirando a la par. El aliento salió sin ganas, tan aplastado como su ánimo.

¿Cómo se atrevió a prometer algo que no pensaba cumplir? ¿Fue por lástima?

«Bocona, ¿cómo lo vas a ver a la cara?».

Habían pasado varios años desde la última vez que estuvo seriamente con alguien. Y estaba aquel muchacho de manos grandes y ojos traviesos. Lo conoció por casualidad antes de que todo se viniera abajo; salieron varias veces y la última acordaron ir directo a casa de él para desfogar las ganas que se tenían. Luego las cosas se enfriaron solas. Desde entonces, no estuvo con nadie. Quizá sus habilidades de seducción yacían en algún lugar, arruinadas a la par de sus finanzas, por más que estas últimas estuvieran recuperándose.

Las ganas de orinar y lavarse la boca por fin la armaron de la fuerza y valentía para intentar salir de la habitación. Afuera no se escuchaba ningún ruido. Viendo la hora, no creyó que estuvieran dormidos, pero con una pizca de buena suerte habrían salido, incluyéndolo a él. Guardó la esperanza a pesar de que Jaime solía permanecer en casa los fines de semana. Algunas veces, lo encontró leyendo en el sofá.

Sonrió evocando aquella imagen que aturdía su ser con deliciosos burbujeos. A ella le gustaba acercarse y preguntar por su lectura. Con aires de humilde conocedor, Jaime respondía entusiasmado, fingiendo no saber que él era el principal atractivo. O tal vez no lo sabía; tan solo parecía disfrutar compartir aquel conocimiento, pero más allá de eso: compartirlo con ella que era capaz de entenderlo y emocionarse.

Que coincidieran en su pasión por el estudio del comportamiento humano era un aliciente para ambos; el hilo invisible que unía dos universos que, de otra forma, tal vez no se habrían encontrado.

Julia asomó por la ranura de la entrada. El minúsculo y vacío pasillo le dio luz verde para aventurarse. Al no estar segura de que la habitación de Memo estuviera vacía, salió y cerró la puerta con suavidad. A continuación, dio pasitos cortos y ligeros, sintiendo que su respiración podía delatarla. Su objetivo era el baño, llevaba la toalla y ropa para renovarse con una merecida ducha.

A punto de llegar, la puerta a la que se dirigía se abrió y Jaime asomó por ella. Iba con actitud ausente, frotando una toalla contra su cabello húmedo.

El cuerpo de Julia dio un respingo, y ambos colisionaron la mirada en un estallido de sorpresa y proximidad. Maldijo su suerte. Otra vez la escena de la noche anterior, solo que la apariencia de ella era desastrosa. A él en cambio, lo rodeaba un aire de desatino que hacía juego con los pantalones deportivos y la playera turquesa que vestía.

Medio avergonzada, fue incapaz de sostenerle la mirada y terminó cabizbaja. En el fondo, el malestar por el desencanto protagonizado continuaba flotando entre ambos.

—¿Dormiste bien? —preguntó Jaime con voz dulce, concentrado en las facciones carentes de maquillaje, y deseando que esa mirada esquiva volviera a él.

Tan inesperada preocupación la sacó de órbita. Había jurado mantenerse firme si lo encontraba, actuar indiferente y distante, pero no pudo.

—Me duele un poco la cabeza. —Julia abrazó su carga contra el pecho, buscando en aquel remedo de escudo el valor para encararlo.

—Te buscaré una pastilla en el botiquín. —Se quedó en silencio un suspiro que aprovechó para inhalar hondo, apretando con suavidad la toalla húmeda entre sus manos. Verla cohibida incrementaba su ritmo cardiaco. Incluso más que la espectacular imagen que le obsequió con esa provocativa blusa roja que se moría de ganas por ver otra vez—. También compré pozole. No es tan bueno como el que preparas, pero seguro te caerá bien comer algo. ¿Quieres que lo caliente mientras te bañas?




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