Y Si Mi Mente Gana

Decisiones que lo cambian todo

"Cada elección que hacemos en la vida nos define "

No sabía cómo iba a cambiar mi vida después de graduarme. No tenía opciones, o bueno, solo una: estudiar en la SEMAR, el sueño de mi madre. Porque, si soy honesta, yo ni siquiera sabía qué podría estudiar. Lo único que tenía claro en ese momento era lo mucho que quería estudiar arte. Pero ¿cómo iba a hacerlo si mi madre una vez me dijo: "Te vas a morir de hambre, eso no te va a dar de comer"?

Solo tenía 16 años, así que simplemente dije: "Entonces quiero ser doctora". Y wow, fue una maravilla para ellos escuchar eso. Olvidé mencionar que soy la primogénita por parte de mi familia materna, así que todo el peso de mis decisiones recaía en mí, la mayor, la primera nieta. Tenía que ser el ejemplo para los primos y la primera en tener una licenciatura en esa familia.

¿Cómo iba a saber qué seguía después de la preparatoria si yo solo me enfoqué en ser la hija perfecta? La estudiante de 10, que jamás se puso a pensar en qué realmente era buena. Solo estaba tan obsesionada con estar en los cuadros de honor, recibir diplomas y no sentirme conforme con ganar un tercer lugar o lo "mediocre" que era tener un 8, según mi madre.

Pero volvamos a esos terribles 18 años, en donde tuve que tomar una decisión que cambiaría mi vida por completo. Decidí presentar examen para ingresar a la Escuela Naval Militar. Y bueno, me preparé lo mejor que pude… o al menos, lo mejor que se puede cuando tu mente está enfocada en las peleas constantes de tus padres, atravesando una pandemia y, peor aún, entrando a esa "edad adulta" a la que, de niña, tanto quería llegar.

Ese año el examen fue en línea… vaya desastre. Mi internet estaba fatal, mi computadora ya fallaba, y tenía que ponerle un pedazo de papel en una esquina de la pantalla para que no se borrara la mitad que ya no servía. No había forma de moverla sin que se pusiera en negro y me botaran del examen.

Recé por quedar, porque realmente era mi única opción… en una carrera que ni de chiste me gustaba. Pero fue para lo que alcanzó esa ficha.

Mis esfuerzos fueron en vano. Para muchas personas, entrar a esa escuela es un verdadero reto… y el resultado fue el no esperado. Pese a la negatividad y los malos comentarios, a que nadie creía en mí… bueno, casi nadie. Solo una persona: mi hermanito menor. Él fue quien me acompañó en esa travesía.

Ese día me tomé un chocomil y un sándwich. Jamás se me va a olvidar. Mi abuelita me deseó suerte y encendí un cirio, porque realmente tenía miedo. En un post-it anoté mi contraseña. Eran las nueve de la mañana y yo estaba encerrada en un cuarto, sola, mientras en mi mente rondaba el miedo.

Justo antes de comenzar el examen, la banda del internet comenzó a fallar. Marcaba error una y otra vez. Tuve que salir corriendo y tomar un taxi rumbo a casa de un familiar, con la esperanza de que allá la conexión fuera mejor.

Mientras tanto, a mis espaldas, mi familia susurraba que yo había hecho algo al internet, que debí haberme preparado mejor, que debí haberlo revisado antes. Pero nadie se movió. Nadie corrió. Solo mi hermano… y una mochilita vieja, llena de miedo, fe, y unas ganas enormes de no fracasar.

Presenté el examen y, al mes, me dieron los resultados. Desperté temprano, porque incluso la noche anterior recé y recé a Dios que me permitiera entrar.

Subí a casa de mis abuelitos y me metí a un cuarto. Estaba sola, y ya eran las 7 de la mañana. Mi cuerpo temblaba, ansioso, esperando que dieran las 8 para recibir ese correo. El tiempo corría muy lento, sentía eterno el momento… hasta que el reloj marcó la hora que tanto esperaba.

Abrí el correo, y en ese instante mi corazón se rompió. Mi cuerpo tembló, mis ojos se nublaron, y en mi mente no podía creer lo que estaba leyendo. Lo que más temía… sucedió.
"Aspirante no seleccionado", decía.




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