No sabía qué iba a hacer. ¿Cómo le diría a mis padres que fallé? ¿Que había fracasado?
¿Cómo me pides que no piense "estupideces" por haber fallado en un examen, si para mí eso fue el fracaso más grande?
Y yo no podía fracasar. Eso estaba mal.
¡Yo era la niña de 10!
Por mi mente solo pasaban ideas como: "No diste lo mejor", "Eres una tonta, una bruta", "Otros pudieron, ¿tú por qué no?"
"Tan mediocre eres para permitirte fallar?"
Mi mente me consumió. Me hundió. Me acabó por completo durante 15 minutos eternos, en los que no tuve el valor de decirlo:
No fui aceptada.
Y tuve que decírselo a mi mamá y a mi papá:
“No quedé.”
La cara de decepción de mi mamá fue lo que más me dolió. Su validación, para mí, era importante. Se enojó conmigo. Cuando bajé a decirle que no quedé, ella estaba limpiando la casa. Me senté en la barra de la cocina y le dije:
—No fui aceptada… pero no quedé tan baja en puntaje. Fue el internet lo que me limitó a responder el examen.
Solo me miró. Yo conocía esa mirada: decepción profunda.
Y me dijo:
—Está bien. ¿Ya le dijiste a tu papá?
Sabía que estaba molesta… y no me equivoqué. Me dejó de hablar. Me ignoró.
No hubo un “por lo menos lo intentaste”.
No hubo un “hiciste tu mejor esfuerzo”.
No hubo un “no pasa nada, hay opciones, hay soluciones”.
Solo… silencio.
La ley del hielo por dos días.
Y para mí, eso fue aún más duro que el resultado.
Yo esperaba un abrazo. Una palabra de aliento. Pero lo único que sentí fue el rechazo.
¿Y ahora qué iba a hacer?
No iba a estudiar. Iba a perder el año.
Mientras tanto, veía cómo otros presumían su puntaje, su “aceptado”. Veía a sus padres orgullosos, abrazándolos, celebrando sus logros. Y mi mente empezó a ganarme.
Mis manos… fueron testigos del dolor que sentía.
No lo hice para llamar la atención.
Lo hice como castigo.
Castigo por haber fracasado.
Por escuchar los susurros que decían: “otros sí lo lograron”, “tú no”.
Para mí, el fracaso era lo peor que a alguien le podía pasar. No estaba en mi vocabulario.
Una vez mencioné que del fracaso se aprendía… y vaya regaño que me llevé por parte de mis papás.
Su respuesta fue:
—Pues si te sientes una fracasada, presúmelo.
Y en ese momento entendí que no había espacio para el error, mucho menos para hablar de lo que dolía.
tenia que buscar algo que hacer porque quedarme en mi casa no era opcion y menos sabiedno que habiai poco ingreso economico .
Para esas fechas ya eran vacaciones de verano.
Mi abuelito cayó enfermo… dio positivo a COVID. Se vio muy grave.
Mi abuelita, de igual manera, enfermó, aunque su caso fue un poco menos severo.
Mi abuelito tuvo que ser internado de urgencia porque su estado empeoró rápidamente.
Mi abuelita solo lloraba. Y claro… era su compañero de vida desde hacía más de 40 años.
Yo no alcanzaba a procesar una cosa cuando ya estaba ocurriendo otra.
Simplemente me pregunté:
¿Por qué a mí?
No me pregunten cómo resolví el volver a hablar con mi madre, porque es algo que mi mente bloqueó. Solo sé que fue muy doloroso. Que, indirectamente, me echara en cara que “no iba a estar de bonita siempre” y que si no quería vivir bajo sus reglas, la puerta estaba muy grande para irme.
Más de una vez tuvimos esa pelea.
Y qué doloroso era…
Tiempo después, por redes sociales me enteré de un programa que ayudaba a niños de bajos recursos, brindándoles educación. Me interesó. Pedí informes y, bueno, decidí entrar, pensando en generar algún ingreso.
Vaya error…
Un error que me marcó de por vida, y de paso conocí al chico que yo quería para toda la vida.