¿y si no es suficiente?

REENCUENTROS Y TENTACIONES

Anastasia se levantó temprano. Se sentía restablecida; el cansancio había quedado atrás. Lo primero que hizo fue revisar a su madre. Se alegró al verla dormir tranquila. Luego, al salir de la habitación, notó que Lucía ya estaba lista para ir a la universidad. Le dio la bendición y compartieron una taza de café en silencio. No mencionaron a Noah Duarte de León esa mañana.

A las siete en punto, Anastasia llegó a la compañía de los Duarte de León. Caminaba hacia la entrada cuando el sonido de un vehículo de lujo captó su atención. Era Hilda Duarte de León, descendiendo de un modelo recién adquirido. El presidente ejecutivo la saludó con una cortesía inusual.

El auto de Hilda fue estacionado junto al del presidente. Aunque el suyo también era costoso, no llamaba tanto la atención. Anastasia interrumpió sus pensamientos al ver descender a Alexander Duarte de León junto a su tía. Alexander, rubio y seguro de sí, hablaba por su teléfono móvil sin prestar atención a su entorno. Anastasia rodó los ojos.

—Los ricos y sus cosas… —murmuró, agradeciendo en silencio que su madre estuviera mejor, para poder regresar al trabajo y mantener a Lucía alejada de ese entorno de lobos con trajes.

El señor Gutiérrez saludó a los jefes con respeto y entregó unos documentos. Anastasia notó cómo Hilda escrutaba todo a su alrededor con mirada aguda, como si buscara a quién molestar.

—La gente se muere y no se lleva nada —pensó Anastasia.

Esperó que los dueños se alejaran para dirigirse a su puesto. Matilde se acercó de inmediato, visiblemente aliviada.

—Anastasia, es un alivio verte de vuelta.

El señor Gutiérrez se unió al saludo.

—Bienvenida, señora Ruiz.

Noah, que venía algo rezagado, al escuchar el apellido, giró. Su expresión amable cambió sutilmente. Su mandíbula se tensó y la sonrisa se desdibujó. Se acercó con gesto cordial.

—Buenos días, señoras.

El ingeniero Gutiérrez intervino.

—Señor presidente, ella es Anastasia Ruiz. Se le informó a recursos humanos sobre su permiso. Su hija Lucía colaboró en su ausencia.

—Gracias, ingeniero. Sí, lo recuerdo. Y también a su hija —dijo Noah, mientras Matilde y Anastasia lo observaban sin parpadear—. Se me informó que su madre estaba hospitalizada. ¿Cómo está ahora?

—Mucho mejor, gracias a Dios.

—Me alegra oírlo. Bienvenida de nuevo.

Acto seguido, se alejó con el ingeniero. Ya a solas, Matilde se volvió hacia Anastasia.

—Menos mal que estás aquí. Al menos viste con tus propios ojos que no exageraba. Tu hija no fue la única interesada en el presidente, y parece que fue recíproco. ¡Imagínate si hoy Lucía se cruzaba con la señora Hilda, Alexander y Noah la trataba con favoritismo!

—Ni lo digas, Matilde. No quiero enemistades con esa gente.

—Vamos a trabajar. Por suerte, nada malo pasó. Hoy también regresó Jennifer. No sé qué pacto tendrá con esa mujer, pero es la única que parece llevarse bien con Hilda.

Lucía

Verónica me recibió con un abrazo entusiasta.

—¡Por qué no me avisaste que vendrías!

—Perdóname, Vero. Recién anoche supe que mi mamá regresaría al trabajo.

—Pensé que la cubrirías unos días más.

—Ese era el plan, pero todo dio un giro inesperado —respondí con una mueca.

—¡Lástima que no viste a tu CEO por última vez! Después de la canción que le cantaste, algo mágico tenía que pasar. ¡Hasta yo sentí mariposas!

—¡Ni lo repitas! Noah es justo el motivo por el que mi mamá se puso tan estricta.

—¿Qué pasó? ¡Me perdí de algo!

—Vamos al aula y te cuento.

Ya en el salón, aprovechemos que el profesor no había llegado para ponernos al día.

—Matilde, la amiga de mi mamá, fue con el chisme de la canción. ¿Quién sabe qué más le habrá dicho? Por eso no quiso que fuera hoy. Tuvimos una pequeña discusión.

—¡Vaya! Te gustó bastante ese tal Noah para que llegaras a discutir con tu mamá.

—No sé qué hechizo lanzó en mí, pero no puedo dejar de pensar en él.

—Si Matilde le contó eso a tu mamá, es porque notó que la atracción fue mutua —dijo, provocando un vuelco en mi corazón.

—Pero ya no vale de nada. Ni siquiera lo veré. Tal vez en alguna noticia…

—Siempre hay formas. Podemos pasar por la empresa.

—¡Mi mamá me mata! Cambiemos de tema.

—Está bien. Pero quiero visitar a tu abuela. Extraño su arroz con leche.

—Está mucho mejor. Desde ayer está en casa, mi tío y Javier la llevaron.

—¡Y no me avisaste que Javier estaba en tu casa! Te mato, Lucía.

—Fue inesperado, y yo estaba agotada…

—Lo sigo en redes, está cada vez más atractivo. Ese primo tuyo…

—Ya veo que no soy la única obsesionada aquí.

—¡Es que esa energía, esa destreza! Hace poco subió un video en patineta con otro chico. Ese compañero es un loco, debe ser profesional. Se le conoce como “el extraño”.

—Debe ser Gabriel. Mi tía lo odia. Lo llama “ojos de lobo”.

—Con razón. No se le ve el rostro, lleva casco. Pero su fama lo precede.

—Seguro que Laura también lo detesta. Terminó con Javier por andar siempre con ese tal Gabriel haciendo deportes extremos.

Los ojos de Verónica brillaron.

—Prométeme que pronto iremos a ver a tu tía. Necesito una bici nueva.

—Te lo prometo.

Nos quedamos en silencio al entrar el profesor Olavarría. Con él no se hablaba ni por señas.

Más tarde, agradecí que la mamá de Verónica le prestara el auto. Estaba exhausta. La clase había sido intensa.

—Siento que una gandola me pasó por encima —se quejó Vero.

—No exageres… pero sí, quedé aturdida. Hablemos de otra cosa.

—Música, entonces.

Encendimos una versión de "Somebody Told Me" versión de Måneskin y comenzamos a sacudir la cabeza como lunáticas. Entre risas, el tiempo pasó rápido. Verónica se detuvo frente a mi casa. Me despedí y esperé a que se marchara.

—Hogar, dulce hogar —murmuré.

Saqué las llaves. Justo cuando iba a entrar, un deportivo se estacionó cerca. Pensé que Verónica había vuelto, pero no. El vidrio del conductor bajó y reveló el rostro de Noah Duarte de León.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.