¿y si no es suficiente?

QUÉ NO SE ACABE LA NOCHE, POR FAVOR

—¡Que no se acabe la noche, por favor! —rogaba a los cielos desde mi asiento de copiloto.

—¿Estás segura de que quieres que te deje en casa de tu amiga? Aún es temprano, y tengo la sensación de que esa excusa fue solo para no tener problemas con tu familia.

“Excelente”, reflexioné, mientras sentía cómo me leía la mente. Tenía razón otra vez.

—¿Y por qué piensas eso?

Ignoró mi pregunta y mantuvo la vista en la carretera.

—Odiaría saber que, por mi culpa, tuviste que mentir. No llevas ropa de cambio ni cepillo de dientes; tu bolso es muy pequeño. Y estás agotada, más aún con lo de tu abuela…

No necesito palabras para desnudar mis intenciones. Me había leído como a un libro abierto. Tenía que decirle la verdad. Noah era parte de este nuevo amanecer, tan metódico y perceptivo, que cada detalle contaba para él.

—Me atrapaste… Tenías razón. Solo improvisaba.

—Te dejaré en casa, Lucía. Ya tomaste demasiados riesgos esta noche.

—Pero mi madre cree que estoy con Verónica…

—Tienes 21 años, y aún no son las once. No necesitas excusas.

Ya podía intuirlo: Noah era terco cuando decidía algo. Por un instante, contemplé decirle lo que en realidad sucedía, pero preferí proteger a Matilde.

—Si hablamos con claridad, creo que no es correcto que mi mamá piense que tenemos una relación. Apenas nos estamos conociendo y… tú eres el CEO de la empresa donde trabaja. No quiero que se generen conflictos.

Sus ojos se posaron en los míos, como si intentaran descifrar mi alma.

—Por esta noche, no soy un ejecutivo. Soy Noah, alguien que quiere compartir un momento genuino contigo. Entiendo tus miedos, te juro que los comprendo mejor que nadie. Pero quiero hacer lo correcto. Eres inteligente, sabrás cómo justificar esta pequeña travesura. Ahora, descansa.

Cuando me percaté, ya había estacionado frente a mi casa. Sus ojos verdes me contemplaban con inquietud. No quería que me bajara. Y yo tampoco quería irme.

El magnetismo entre nosotros era innegable. Noah lograba, sin esfuerzo, despertar en mí a una desconocida.

—Hemos llegado —musitó.

“Dios, ayúdame. No puedo enamorarme de él”. Noah Duarte de León era un hombre prohibido. Estaba a punto de convertirme en un espectáculo de fuegos artificiales si me atrevía a vivir un amor clandestino. Pero era adictivo, y quizás eso lo hacía irresistible.

Abrí la puerta del coche.

—Gracias por la cena. Lo pasé muy bien.

—Yo también. Tanto, que quiero que se repita. ¿Me das tu número?

Se lo dicté sin dudar. ¡Siempre se me adelantaba!

—Que pases buenas noches, Lucía.

Escuchar mi nombre en su voz era como un hechizo. Dormiría feliz, solo con ese recuerdo.

—Tú también descansa.

Entré a casa aun sintiendo el eco de sus palabras en mi piel. La luz tenue del pasillo me devolvió a la realidad, a mi mundo habitual, pero mi mente seguía atada al auto de Noah. Mi madre seguía despierta, hablando con mi abuela. Al verme, se sorprendió.

—Pensé que te quedarías con Verónica.

—Cambio de planes, mamá. Estaba agotada… Quise dormir en mi cama. Perdón por no avisar.

Por suerte, no insistió. Ella también lucía cansada.

—Descansa, cariño.

Me sentí tonta. Había hecho una tormenta en un vaso de agua. La mente es el peor enemigo. Pero sabía que estas travesías no podían volverse rutina.

—Voy a ver a la abuela antes de dormir.

Mi madre me besó en la frente.

—Mi niña grande… Falta poco para que tengas tu título. El mundo es tuyo. No cometas mis errores.

La frase volvió a sonar como una orden velada. Yo no quería ser perfecta… Quisiera arder en el fuego de Noah Duarte de León.

Fui al cuarto de mi abuela, la abracé, y luego saludé a mi abuelo. Me aseguré de que descansaran.

Ya en mi habitación, mi mente voló hacia él.

—¡Debo pellizcarme! —exclamé con una sonrisa. ¡Noah vino por mí!

Recibí un mensaje de Verónica. Le conté por encima lo ocurrido. Mañana le daría los detalles.

Entré en la ducha. El agua tibia relajaba mi cuerpo. Cerré los ojos y recordé los labios de Noah tocando el filo de la copa. Quise ser ese cristal delicado, tocado por sus labios, como si en ellos estuviera contenida la eternidad.

Pero luego pensé en mi madre y en la promesa que le había hecho… ¡Yo no estaba haciendo nada malo! Solo quería divertirme, aprender a volar, aunque fuera por una noche.

Ya en pijama, recordé sus palabras y la historia de la leyenda del hilo rojo. Busqué mi diario de sueños, donde anotaba visiones recurrentes.

Según yo, tenía un don premonitorio, aunque las señales eran simbólicas. Al leer el sueño del hombre misterioso, llegué a la parte que decía:

“Tomo su mano y veo que de su dedo meñique sale un hilo rojo que se conecta al mío.” Mientras más me lastiman, más quiero protegerlo. Por más que los lobos intentan separarnos, la hebra se tensa, se enreda… pero nunca se rompe.”

—¡Esto es una gran coincidencia! Jamás oí esa leyenda antes —susurré. Si Noah me oyera, diría: “No creo en las eventualidades”.

Continué leyendo: “En una terraza, el joven me da la espalda. Es rubio, de espalda ancha y bien formada. Tiene un fénix tatuado en la parte alta. Los detalles son nítidos, imborrables.”

Se me erizó la piel. Noah era rubio… ¿Y si también tenía ese tatuaje? Cerré el diario. Las sensaciones eran demasiado intensas.

—Noah, llegaste a mi mundo para ponerlo al revés —suspiré.

—No puedo dejar de pensar en ti… —Musité.

Me puse los audífonos para invocar al sueño. La ansiedad me dominaba. Busqué una canción, y la primera que atrajo mi atención fue "Young and Beautiful" de Lana del Rey. Mejor descripción de mi estado de ánimo, imposible.

La voz hipnótica de Lana fue interrumpida por un mensaje. Un número desconocido. Al abrirlo, casi se me salió el corazón.

“Anhelo que tu travesía junto a mí no haya causado problemas en tu núcleo familiar. Este es mi número personal. Guárdalo.” —Noah.




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