A medida que el aroma de su perfume flotaba a mi alrededor, sentí que el poder de sus feromonas aumentaba. El corazón me latía con intensidad, el sudor se acumulaba en las palmas de mis manos. Me armé de valor y rompí el caparazón de mi timidez.
—¿A dónde vamos esta noche? —pregunté.
Noah sonrió sin apartar la mirada de la carretera.
—Es una sorpresa.
La voz de Verónica exclamando "odio las sorpresas" llegó a mis recuerdos y me hizo sonreír. Noah notó mi silencio.
—Te aseguro que te va a encantar lo que preparé esta noche.
Decidí confiar plenamente en él.
No pasó mucho tiempo hasta que llegamos a nuestro destino: una propiedad lujosa en las afueras de los suburbios. Noah estacionó dentro de una hermosa residencia. Por su ubicación y estilo, era evidente que pertenecía a alguien privilegiado.
—¿Vivirá aquí Hilda Duarte de León? —pensé, tensa.
—Llegamos —dijo Noah, apagando el motor.
Saló del auto, caminó hasta mi puerta y me ofreció su mano.
—Bienvenida a mi refugio.
Esa frase me calmó. "Cruella de Vil" no estaría acechando entre los pinos.
Caminamos juntos. La propiedad estaba rodeada de árboles, resguardada de las miradas ajenas. Reflexioné: ese oasis era el lugar donde Noah podía ser él mismo.
Al llegar a la puerta principal, introdujo un código y entramos. Quedé maravillada.
—Hola, Alexa —saludó Noah.
—Bienvenido, Noah. ¿Listo para retomar la tarea pendiente?
—Antes de eso, saluda a nuestra invitada. Se llama Lucía.
—Bienvenida, Lucía. Ponte cómoda. Estás en tu casa.
Las luces se atenuaron y comenzó a sonar una música suave. Sonreí.
—Qué amable, Alexa.
Noah me guio por la casa.
—Siempre vengo aquí a descansar. La mandé a construir siguiendo mis propios estándares. Ven, quiero mostrarte la terraza. La vista es preciosa.
Sentía nervios. Estaba sola con él en esa majestuosa casa.
—Nunca haría nada que te lastimara. Te traje aquí porque contigo siento que vuelvo a casa después de un largo viaje. No me preguntes por qué. Simplemente se siente.
—No creo que me vayas a lastimar. Aunque… estoy algo ansiosa.
Quise sonar firme, pero las palabras se me enredaban. Me moría de deseo, ansiaba besarlo. Deseándolo, se me erizaba la piel.
—Quiero que conozcas más de mí —dijo, mirándome a los ojos. Sentí que mi tranquilidad se disipaba.
Un hombre de unos 58 años apareció, interrumpiendo el momento.
—¡Bienvenido, señor! ¿Sirvo la cena o prefieren vino antes?
—Un vino estará perfecto. Ya sabes cuál.
—Por supuesto.
—Llévalo al estudio, por favor.
El hombre asintió y desapareció.
—Cambio de planes, Lucía. Quiero mostrarte algo antes de la terraza.
Subimos unas escaleras de vidrio. Cada peldaño brillaba. Sentí ansiedad. El sueño que me atormentaba volvió: los escalones pulverizándose bajo mis pies. Me aferré al brazo de Noah. Él sonrió.
—Mi familia dice que esta escalera parece sostenida por magia invisible.
—No te mintieron —respondí, concentrándome en mis pasos.
Nos detuvimos frente a una puerta corrediza. Noah la abrió y entramos. Era un estudio de grabación. Guitarras colgaban en la pared. Un piano de cola brillaba en la esquina. Había consolas, micrófonos.
—Así que este es tu hobby… Me encanta.
—Este es mi cuarto de pasiones —susurró, divertido.
—Eres una caja de sorpresas.
—Quise mostrártelo porque sé lo que sientes por la música. Aquella vez describiste perfectamente la guitarra que usaba. Tu interpretación lo confirmó todo.
—Era mi modelo favorito. He estado ahorrando para una igual… pero eso es historia para otro día.
Las miradas que me lanzaba me dejaban sin aliento. Lo anhelaba. Lo amaba con la mirada.
—He creado una melodía, pero aún no tiene letra… ¿Quieres escucharla?
—¡Por supuesto!
Tomó la guitarra. Empezó a tocar. La música me envolvió, sentí que flotaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—"Cómo has cambiado mi corazón" —susurré para mí. No podía dejar de mirarlo. Era un ángel. Yo, una simple mortal.
Terminó. Justo entonces llegó el mayordomo con el vino.
—Gracias, Robert —dijo Noah, sirviéndonos.
—Con permiso, quedaré a la espera para servir la cena.
Brindamos. El vino era exquisito.
—Tu expresión me dice que te gustó.
—Tocas muy bien, Noah.
—Qué bien suena mi nombre en tu boca.
Me sonrojé. Bebí otro sorbo.
—Ahora sí, vamos a la terraza.
Subimos por más escalones de cristal. El pasillo era elegante. Noah susurró:
—Es por aquí.
Al llegar, el corazón se me detuvo. Era la terraza de mis sueños. Me puse pálida.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado. Quiso quitarme la copa.
Apuré el contenido. Necesitaba calmarme. Las ventanas corredizas, las mismas de mis visiones. Temí que los lobos oníricos aparecieran.
—Estoy bien. Solo fue un mareo.
Me senté. Noah se acomodó a mi lado. Mis labios temblaban. Me llené de valor.
—Noah, quiero preguntarte algo… pero temo sonar loca.
—Dime.
—¿Tienes un tatuaje de un ave Fénix en la espalda?
Se sorprendió.
—Sí. Solo personas cercanas a mí lo saben. ¿Cómo lo supiste?
—Te he visto en mis sueños. No tengo duda.
Me acerqué al ventanal.
—Desde niña tengo esta peculiaridad. Soñar cosas que luego suceden. Vi esta terraza. Vi a un hombre de cabellos dorados con un ave Fénix en la espalda.
Noah guardó silencio.
—Debes pensar que estoy loca…
—Te creo. Me diste una prueba. Y hay otra: he estado buscándote. Cuando te vi, algo gritó en mi alma. Nunca había sentido esto.
Se acercó.
—Siento que estás cruzando mi puerta. Es aterrador… y maravilloso.
—Toda mi vida… ¿Dónde has estado? —susurré.
No respondió. Besó mis labios. Lo deseaba. Su boca encendía mi alma.
Sus dedos se entrelazaron en mi cabello. Su frente se apoyó en la mía. Cerró los ojos.
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Editado: 02.09.2025