El beso se prolongó un instante eterno. Me permití soñar. Noah y yo nos dejábamos llevar, suspendidos en un tiempo que no nos pertenecía.
—Entonces… ¿Quieres ser mía? —preguntó con una mezcla de deseo y timidez.
No respondí. No sabía exactamente a dónde quería llegar con eso, pero sí sabía que quería volver a besarlo. Cuando sus labios descendieron hacia los míos, nuestras respiraciones se fundieron de nuevo.
—Estuve vagando mucho tiempo, buscando algo… sin saber qué. Mi vida era cómoda, sí, pero vacía —murmuró contra mi boca.
Yo mantenía los ojos cerrados, intentando guardar cada segundo en mi memoria. Al abrirlos, encontré a los suyos mirándome con una ternura que me desarmó. Me acarició el labio con el pulgar, luego hizo lo mismo consigo. Ese gesto suyo comenzaba a hechizarme.
—Es distinto cuando te cruzas con alguien que deseas… —susurró, y el calor de su aliento me recorrió la piel.
La noche se aceleraba, pero la luna seguía colgada, testigo inmutable de lo que nacía entre nosotros. Aspiré el aroma de su cuello, memorizándolo. Mis manos lo abrazaban como si se tratara de algo frágil y valioso. Entonces se apartó un poco, apenas para decirme:
—No estoy buscando una aventura rápida. Solo quiero estar seguro de que, la próxima vez que nos veamos, no tengas dudas. No quiero que esta cita termine siendo solo un paso hacia la cama… porque eso no es lo único que quiero contigo —volvió a acariciarme el labio.
—Desde que te conocí, ya no me interesa conocer a nadie más —le confesé, con un nudo en la garganta.
Sus ojos brillaron al escucharme. Continuamos con el vino. Robert nos sirvió la cena: comida china, como Noah había planeado. El aroma era embriagante; el platillo humeante ofrecía trozos jugosos de carne y verduras mixtas. Me fascinaba cómo él usaba los palillos con tanta delicadeza.
—Vamos, inténtalo. Sé que puedes —me animó.
Fallé al principio, pero su paciencia me ayudó. Finalmente lo logré.
—¡Bravo! Esta es mi chica —dijo—, y mis ilusiones se inflaron como velas al viento. ¿Realmente era su chica? Mi corazón latía con una mezcla de alegría y vértigo.
—No estoy seguro de qué significa este rol que me ha tocado… —dijo, adivinando mis pensamientos—. Pero te juro que lo único que deseo ahora mismo es sentir algo real. Hay tanta vida en mí, Lucía… y la he estado desperdiciando, encerrado en una oficina. Quiero cortejarte como se debe, tomarme mi tiempo, disfrutar de ti.
Me tensé. Su propuesta era hermosa, pero una punzada me atravesó. Esa relación traería consecuencias. Mi madre, su familia… No era solo él y yo. Y el peso de la realidad ya empezaba a filtrarse.
—¿Y eso implica que quieres conocer a mi familia?
—Sí, Lucía. No quiero secretos.
—Pero sabes que ninguna de nuestras familias va a estar de acuerdo. ¿Recuerdas cómo me trató tu tía? Y mi madre trabaja en tu compañía… si llega a perder ese empleo por mi culpa, no podría perdonármelo.
—Tranquila. Te doy mi palabra: tu madre no perderá su trabajo. En cuanto a lo otro… sé que será difícil. Pero dime, ¿no vale la pena correr el riesgo?
Su mirada convencida logró que mi voz susurrara un “sí”.
—No todos en mi familia son como Hilda. No voy a mentirte, no son fáciles. La intriga y la altivez son su idioma habitual.
—Me estás asustando —admití, frunciendo los labios.
Noah soltó una risa cálida.
—Sobrevivirás. Lucía, mi única verdad es que me atrapaste con esa mirada… desde entonces no dejo de temblar por dentro.
—Puedo sentirlo también. Es como si mi cuerpo supiera que esto es importante.
—Entonces no voy a dejarte ir. Esta noche, aunque el mundo se derrumbe, tú y yo no vamos a temer.
Y entonces, volvió.
La imagen del sueño. Noah, tirado en un suelo de mármol, en posición fetal, gritando: “Ayúdame”, mientras yo corría hacia él y lo protegía. Lobos irrumpían por los balcones, rompiendo el vidrio, y yo me convertía en su escudo, recibiendo las mordidas por él.
Lo entendí con una certeza abrumadora: todo apenas comenzaba. Una odisea estaba por escribirse en nuestras vidas.
Vi sus ojos verdes esmeralda, me perdí en ellos. Bebí del daño que escondía, ese que su alma gritaba en silencio. Y me cortaba. Me cortaba como una navaja.
“Sé que puedes herirme… pero, aun así, quiero arriesgarme.” “Aunque eso implique que me enamoré de una navaja”, pensé.
Desde el momento en que conocí a Noah, supe que éramos el uno para el otro. Nuestra conexión iba más allá del deseo: era consuelo, refugio. Me sentía segura en sus brazos, como si el caos del mundo no pudiera alcanzarme ahí.
Aquella noche fue más que una cita. Fue una promesa silenciosa. Noah Duarte de León, el hombre que se me anunció en sueños, acababa de demostrarme que los caballeros aún existen.
Horas más tarde, Noah me dejó en casa de Verónica. Me abrazó por la cintura y me besó.
—Estaba escrito —murmuró contra mis labios.
No quería que se fuera. Lo besé de nuevo, me aferré a él como si pudiera detener el reloj.
—Entra. No me moveré de aquí hasta que te vea a salvo —dijo.
Verónica abrió la puerta y Noah, a lo lejos, la saludó antes de partir.
—¡Vamos! ¡Quiero saber todo! Y ni se te ocurra omitir detalles —me dijo mientras servía té en la cocina—. ¡Dime! ¿Ya no eres virgen? ¿Qué tal Noah en la cama? ¿Fue dulce? ¡Rayos, perdiste la virginidad antes que yo!
—Lamento decepcionarte —sonreí—. Noah fue un caballero. Así que sí, aún puedes llevarte el trofeo.
—Ese hombre hace que una peque solo con la mente… —suspiró—. En fin, seguimos empatadas. Pero dime, ¿qué se siente besar la perfección?
—Todavía no lo entiendo. Es irreal.
—¿Y qué hicieron?
—Me dijo que quiere intentarlo… algo real. Y sin secretos.
—Eso habla bien de él. Pero, Lucía, no ignores lo que implica. Los Duarte de León no se quedan cruzados de brazos. Y tu madre, tu empleo, su familia… Hay mucho en juego.
#2596 en Novela romántica
#694 en Novela contemporánea
sobrenatutal romance amor, #trianguloamoroso, #relaciones tóxicas
Editado: 03.09.2025