¿y si no es suficiente?

LA ESPIRAL

Me sentía arrastrada hacia lo profundo, sumergida en una espiral lenta, mecida por aguas turbias que no eran reales, pero me envolvían por completo.

Entre la penumbra del desvanecimiento, vi a Noah. Estaba de pie, con la mano extendida hacia mí. Tuve la intención de tomarla, pero no ocurrió. Detrás de mí, lo sentí: el lobo. Giré, y lo reconocí en la silueta de Gabriel. Sus ojos grises, antes áridos, brillaban ahora como fértiles campos tras la lluvia. También él alargaba su mano hacia mí, y de su pecho surgía una llama. Una llama que casi me rozaba.

De pronto, estaba en una habitación oscura, iluminada solo por una vela. Una voz suave, como un eco antiguo, cantaba:

—Una llama te hace sentir completo: es un espejo, un reflejo de tu alma, cortada de la misma tela…

Estaba entre ambos. Entre el recuerdo y el fuego. No sabía si estaba soñando con Gabriel… o si él había entrado conmigo en esa espiral.

Las imágenes se deshicieron como humo, y la voz de Verónica emergió de la distancia.

—¡Ya está volviendo en sí!

Yo aún murmuraba en la oscuridad:

—Una llama que transforma otra forma de vida… una iluminación que nunca deja de inspirar…

—Lucía… ¿Qué estás diciendo? —preguntó Verónica, genuinamente asustada.

Un olor fuerte me quemó las fosas nasales. Alguien acercaba alcohol a mi rostro. Abrí los ojos.

Y ahí estaban los suyos.

Grises. Penetrantes. Inquietantes.

—¿Cómo te sientes, Lucía? —La voz de Javier se coló en medio, nerviosa.

No respondí. Seguía fija en esos ojos de lobo.

Gabriel pidió un vaso de jugo. Javier se lo pasó sin chistar.

—Toma un sorbo, te hará bien —me dijo Gabriel. Mis manos temblaban. Él me ayudó a sostenerlo.

—No te preocupes, yo lo sostengo —acercó el vaso a mi boca, dándome de beber con delicadeza.

El gesto hablaba por sí solo.

—Debes tener la presión baja —dijo mientras me tomaba el pulso—. Javier, trae el tensiómetro, está en la última gaveta —y se giró hacia mí—. En las competencias, vemos muchos casos así, a veces es por calor, estrés, deshidratación…

—No estaba compitiendo —le interrumpí.

Él sonrió.

—Lo sé. Pero el cuerpo reacciona igual. Puede ser por muchas causas… y últimamente estás bajo presión, ¿verdad?

Levanté la vista. Verónica me observaba con una expresión que gritaba”¿qué diablos pasó aquí?”

—¿El impacto también causa desmayos? —preguntó, saliendo de su silencio.

Sentí el impulso de estrangularla por esa indirecta, pero Javier entró en ese instante con el tensiómetro. Le volvió el alma al cuerpo al verme consciente.

—Lucía, nos asustaste… ¿Te sentías mal antes de venir?

—Ayer tomé unos tragos, dormí poco, y con los parciales, el trabajo y lo de la abuela… mejor no sigo —murmuré, conteniendo las lágrimas.

Gabriel me tomó la presión en silencio. Repitió el proceso dos veces más.

—Está un poco baja —dijo al quitar el aparato—. Necesitas azúcar, lo mejor sería una banana, pero esto ayudará —me ofreció más jugo.

—Gracias —susurré, evitando su mirada. No quería que lo notara, pero algo en él seguía tirando de mí. ¡Como si nuestras almas ya se hubieran reconocido!

Y lo peor… es que los demás también lo habían notado.

—Gabriel, ¿usas casco y modo incógnito en tus videos para evitar desmayos como este? —preguntó Verónica, provocadora.

—Tú eres inmune —contestó él con una sonrisa torcida—. Es broma, Vero. Lo hacemos por marketing, para atraer seguidores… y porque amamos los deportes extremos.

—Soy fan de ambos —respondió Verónica con entusiasmo.

—Buen dato —agregó Javier—. Ya que eres tan fan, pásame tu número y redes.

—Claro —contestó ella sin dudar.

—Mi tía también es fan —intervine, sarcástica.

Gabriel rio.

—La señora Isabel… mi fan número uno. Aunque sé que me ve como la oveja negra. “Ojos de lobo”, me llama. Es normal, Javier es su único hijo. Yo represento el caos, la adrenalina.

—También soy hija única —dije, sin pensarlo mucho.

—Bienvenida al club —agregó Gabriel.

La conversación empezaba a tensarse, y Javier intervino como salvavidas.

—Nancy, la madre de Gabriel, es una mujer increíble. Sabia, sanadora… deberías conocerla, Lucía.

—¿No les teme a tus acrobacias? —pregunté.

—Me apoya. Confía en mí.

—Claro… ¿Qué madre deja que su hijo tenga una serpiente de mascota? —río Javier.

—No olvides mi águila —Gabriel le recordó.

Verónica y yo nos miramos sorprendidas.

—Tarzan —murmuró Verónica, arrancando carcajadas.

—Tenía tiempo sin que me llamaran así.

—¿Y “Rojita” es mi nuevo apodo? —preguntó ella.

—Si no te molesta…

—Para nada.

Gabriel me miró otra vez.

Ya me sentía mejor. Hice el esfuerzo de levantarme.

—Gracias por tu hospitalidad. Ya me siento bien.

Él me dejó hacerlo sola. Lo noté.

—Primo, perdón por esto… No quería arruinar la visita.

—Tranquila. Gabriel siempre sabe qué hacer en estos casos.

—Verónica, vámonos. Mi abuelo debe estar esperando.

—¿Tan rápido?

—No me siento bien.

—Si es así, yo las llevo —insistió Gabriel.

—Mejor no. Verónica maneja muy bien, y no quiero que mi tía termine desmayada también —solté, cortante.

Sin más palabras, caminé hacia la puerta. Verónica me siguió, confundida por mi actitud.

Pero eso se lo explicaría después.

Ahora solo necesitaba alejarme de él…

Y apagar esa llama que amenazaba con volver a encenderlo todo.




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