¿y si no es suficiente?

El CRISTAL Y LA MASCARA

Noah estaba en medio de la sala de conferencias revisando propuestas junto a su hermano Alexander.
Anastasia, desde el pasillo que limpiaba, tenía un ángulo perfecto gracias a las paredes de cristal. Aunque no podía oír, distinguía claramente los gestos de Alexander Duarte de León mientras reñía con Noah, mientras el resto del equipo continuaba exponiendo sus ideas.

Las comparaciones entre los hermanos no tardaron en llegarle a la mente. Alexander era explosivo y perdía la paciencia con facilidad. Noah, en cambio, era impenetrable y sereno. Sin embargo, era a Noah a quien más temía.

Jennifer, la asistente, no disimulaba su coqueteo con ambos. Sus faldas eran cortas y entalladas a la cintura, pero eso no era lo que incomodaba a Anastasia.

Noah había asumido el mando desde que su padre se retiró. Tras la muerte de su madre por cáncer, el hombre se fue alejando poco a poco de los negocios, dejando la presidencia en manos de su primogénito.

En poco tiempo, Noah demostró una habilidad asombrosa para liderar con rapidez y eficacia, sin perder el control de sí mismo ni de quienes lo rodeaban. Esa templanza era lo que lo convertía en un gran líder… pero también en alguien con quien era difícil trabajar. Todos querían algo de él: poder o dinero.

Para Anastasia, lo más inquietante de Noah era su juventud. Aquel hombre no llegaba a los treinta años.

—“Cuídate del agua mansa, que de la brava me cuido yo…” —murmuró para sí, recordando un viejo refrán que ahora le parecía más vigente que nunca.

Continuó su labor, trapeando cerca de la sala, cuando notó que los hermanos se levantaban al unísono. Estaban discutiendo acaloradamente, frente a frente.

No podía oír nada, pero por sus gestos dedujo que no era una conversación amigable.

Alexander parecía completamente desbordado; Noah, en cambio, mantenía la compostura. Finalmente, Alexander perdió la paciencia, salió furioso y dio un portazo.

Pero no tardó en regresar. Dio media vuelta y reabrió la puerta con violencia. Su rostro era una mezcla de ira y frustración. Sin importarle quién estuviera presente, le espetó a su hermano:

—Papá llega el próximo fin de semana con Aarón. Quería tener las nuevas propuestas sobre la mesa, pero como siempre, ¡te empeñas en imponer tu voluntad!

Noah se incorporó con calma y caminó hasta él. Le respondió con tono sereno:

—No deberías estresarte tanto por eso. Papá no va a querer hablar de negocios en cuanto llegue. Seguro preferirá derrochar dinero en cualquier excusa para hacer una fiesta. Aún nos ve como esclavos; aun así, tú insistes en seguir lanzando perlas a los cerdos… Siempre detrás de su aprobación.

Anastasia se sorprendió al oír esas palabras.

—Entonces debo suponer que a ti, el “perfecto”, no te molestará saber que Ofelia viene con él —replicó Alexander.

Por primera vez, el rostro de Noah cambió. Su mirada, por lo general imperturbable, se tornó sombría. Era la primera vez que Anastasia podía entrever una emoción real en él, aunque fuese rabia contenida.

Alexander sonrió. Había logrado tambalear el autocontrol de su hermano, y eso le bastaba para sentirse victorioso.

Noah lo observó en silencio mientras Alexander se marchaba, con una sonrisa de triunfo apenas disimulada. Entonces alzó la vista y vio a Anastasia.

Ella, al notar que el presidente ejecutivo la miraba, fingió no haber estado observando. Pero no sirvió de nada.

Él se acercó. Para su sorpresa, tenía un semblante amable.

—Buenos días, señora Anastasia. Lamento que haya tenido que presenciar nuestras discusiones matutinas —dijo con cortesía.

Ella se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar. Jamás había intercambiado palabra con un alto ejecutivo.

—Siempre ha sido insoportable —añadió Alexander, aún cerca, con un tono cargado de desprecio. Frunció el ceño al notar la actitud conciliadora de Noah.

—No se disculpe, señor. No estoy aquí para opinar, solo para mantener los pisos limpios —respondió Anastasia con prudencia.

—La mejor respuesta posible… Ella sabe cuál es su lugar en esta empresa —intervino Alexander, con ironía.

Noah lo miró, y esta vez dejó aflorar su verdadero pensamiento:

—Todos los trabajadores de esta compañía merecen nuestro respeto. Gracias a ellos, esta empresa sigue en pie.

—Lo siento, Noah, pero estás equivocado. La señora aquí presente no es gestora ni inversora. Esa regla que defiendes con tanta gallardía, parece que la aplicas solo cuando te conviene. ¿En serio le hablas con más respeto a una empleada que a tu propio hermano?

—¡Basta, Alexander! Estás fuera de control —estalló Noah. Su voz fue tan potente que varios empleados salieron a ver qué ocurría.

Alexander, rojo de ira, sostuvo la mirada de su hermano un instante más… y luego se fue, maldiciendo entre dientes.

Anastasia seguía inmóvil, impactada.

—Una vez más, le ofrezco disculpas, señora Ruiz. Quería hablar con usted, pero no creo que este sea el momento adecuado. Por favor, continúe con sus labores. Haga de cuenta que nunca oyó las palabras desagradables de mi hermano.

—No tiene que disculparse conmigo, señor Duarte de León. Tampoco me corresponde reprocharle al señor Alexander su falta de profesionalismo ni inmiscuirme en sus vidas. Pero, con todo respeto, sí quisiera dejar algo claro: nosotras, las del área de servicios generales, nos sentimos afectadas cuando su hermano nos trata como si fuésemos desechables.
Le agradezco que me haya defendido.

Luego de esas palabras, pidió permiso y se retiró.

Lucía.

—¡Enhorabuena, Srta. Ruiz! La nota de su examen parcial es una de las mejores de la clase, solo superada por la de su compañera, la señorita Esposito.

—¿Quién dijo que la belleza y la inteligencia no van de la mano? Mi amiga y yo somos prueba de ello —respondió Verónica con una sonrisa triunfal.

Varias chicas del salón miraron de arriba abajo a mi mejor amiga. Verónica siempre fue adicta al drama, pero era un ser humano maravilloso.




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