¿y si no es suficiente?

SOMBRAS EN EL CAFÉ FRIO

Gabriel seguía desnudándome con la mirada. Aparté la vista; no soportaría otro desmayo provocado por esa intensidad.

—Lo siento… —dijo con voz grave—. Si te incomoda mi forma de mirarte, discúlpame. No puedo silenciar mi alma.
—Y yo creo que fui muy clara al decirte que no estoy disponible —respondí con frialdad—. No soy capaz de engañarlo; Noah no es un juego para mí.
—¿Y tú para él? —su tono fue tan punzante como una aguja entrando en la piel—. ¿El importante Noah Duarte de León siente la misma lealtad hacia ti? ¿Lo has investigado a fondo?

Los casquillos contra Noah parecían caer uno tras otro. Abrí los labios, dispuesta a defenderlo.
—Es muy bajo de tu parte intentar ensuciarlo. Parece que todos se hubieran puesto de acuerdo para atacarlo. Yo sé que sus sentimientos son genuinos, y eso es lo que me importa.
Gabriel sonrió, citando con calma un refrán como quien coloca una carta ganadora sobre la mesa.
—“Cuando el río suena, es porque piedras trae”. Y cuando yo digo algo, es porque tengo pruebas.
—Eres una mala persona… una… —La palabra quedó suspendida cuando escuché la llave girar en la cerradura.

Mi madre había llegado.
—Buenas tardes, familia —saludó con su voz cálida.

Corrí hacia ella para ayudarle; traía una bolsa de bollos calientes que inundaban la casa con un aroma dulce y hogareño.
—Gracias, Lucía —me sonrió—.

Entonces notó la presencia de Gabriel y, con esa mirada pícara que me incomodaba tanto, me observó a mí y luego a él.
—Buenas tardes, señora —dijo Gabriel, sin perder la cortesía.
—No tienes pinta de ser un amigo de la universidad de mi hija… y si lo fueras, no olvidaría un rostro como ese —comentó mi madre, divertida.
—Mamá, por favor. Él no es mi amigo, vino con Javier —aclaré con firmeza.

Justo en ese momento, Javier apareció para abrazarla con exagerado cariño.
—¡Muchacho loco, bájame! —rio ella.
—Llegamos a buena hora —dijo él, mirando los bollos.
—Así es, hijo. Y tu amigo es bienvenido —agregó mi madre, volviendo a mirar a Gabriel con curiosidad—. ¡Claro! Ya sé quién eres.

Yo sentí que aquello iba a terminar mal.
—Tía, por favor, no repitas las tonterías de mi mamá —intervino Javier.
Gabriel soltó una carcajada.
—Dígalas, por favor —insistió.
—Me llamo Anastasia, no señora —aclaró mi madre—. Eres el socio de mi sobrino… y el dolor de cabeza de mi cuñada.
—Que no le preste atención, siempre ha sido muy protectora —dijo Javier—. Y con razón: casi muero de bebé por una pulmonía.
—Pero no moriste —remató mi madre, con un gesto de alivio.
—Gracias a Dios —respondió Gabriel, con un leve asentimiento—.

—Eres agradable —dijo ella, para mi pesar.
—Qué bueno que te cayó bien, tía. Quizás pronto te conviertas en su suegra —añadió Javier con malicia.

Me juré que algún día lo mataría.
—¿Ah, te gusta mi hija? —preguntó mi madre, como si no pudiera evitarlo.
—No es el momento para hablar de eso, pero sí confirmo lo que dice: tiene una hija muy bonita —respondió Gabriel, con una sonrisa contenida.

Tomé la bolsa de pan y me fui a la cocina para preparar el café, antes de que mis manos hicieran algo peor.

Mientras ponía el café y disponía el pan en bandejas, alcancé a escuchar las risas de mi abuela. Gabriel lograba arrancarle sonrisas que hacía semanas no veía; por eso, y solo por eso, ganaba un pequeño espacio en mi respeto… aunque sus comentarios sobre Noah todavía me hervían la sangre.

Regresé a la sala, serví a todos y me senté junto a mi abuelo. La calma duró poco: Javier no sabe callar.
—Tía, ¿cómo te va en la compañía CDT? Vi en redes que están en tendencia.
—Gracias a Dios, muy bien —respondí, intentando no sonar seca.
—Hoy o mañana llega el padre del presidente ejecutivo para el aniversario —comentó mi madre, como quien suelta una noticia sin medir el impacto—. Ese señor… siempre olvido su nombre.
—Lionel Duarte de León —murmuró Gabriel, como si disfrutara pronunciarlo.
—La celebración será este fin de semana —continuó mi madre—. Solo asistirán personas cercanas a la familia y a su círculo de poder.

Sentí un vacío frío abrirse en mi pecho. Noah no me había mencionado nada. Seguí moviendo la cucharilla en el café, aunque el azúcar ya se había disuelto. Fingí atención a la charla, pero la cuchara temblaba entre mis dedos. La duda se enroscaba en mi estómago como una serpiente, susurrándome que quizás no era tan importante para él como yo quería creer.

Desde un rincón, Gabriel no me quitaba los ojos de encima. Sonreía a mi abuelo, pero parecía leerme por dentro. Pensé en preguntarle a Noah directamente, pero me obligué a esperar: si él decidía contarme, significaría que aún podía confiar.

Gabriel y Javier se levantaron para irse. Antes de marcharse, Javier se inclinó hacia mí.
—¿Sabías de esa celebración? ¿O tu amado Noah no te considera parte de lo crucial en su vida? —preguntó, hiriendo donde más dolía.

El calor se me subió a los ojos. Gabriel lo notó y se acercó.
—Estás siendo muy rudo con ella —dijo en voz baja—. Déjala encontrar su propio camino.
—No lo hago por maldad, Lucía —aseguró Javier—. Lo hago porque te quiero y no soportaría verte destrozada por los caprichos de un niño rico.

Me dio un beso en la frente y salió. Gabriel se quedó un segundo más.
—Lo siento —susurró.

No respondí. Solo asentí, con la mirada fija en la puerta por donde habían salido. Tenía el café frío entre las manos, y sentía que algo en mí empezaba a enfriarse igual.

En ese silencio, una pregunta, tan suave como venenosa, se instaló en mi mente:
Si el amor es verdadero, ¿por qué siempre parece esconderse en las sombras?

Noah, con sus secretos.
Gabriel, con sus advertencias disfrazadas de preocupación.
Y yo… atrapada entre ambos, sin saber cuál de los dos terminaría por romperme primero.




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