¿y si no es suficiente?

SOMBRAS CON TACONES

Viernes 3:40 pm — Compañía CDT de León
Un día antes de la celebración

Una mujer alta y esbelta cruzó la recepción como si fuera suya. Los presentes —sobre todo las miradas masculinas— se detuvieron en seco. No hacía falta ser experto en moda para reconocer que pertenecía a un mundo de magnates: un vestido negro estilo Qipao-Cheongsam con bordados rojos abrazaba su figura perfecta. Tacones de aguja, cuero negro, suela roja. Pura intención.

Era joven para irradiar tanto poder. Caminaba como si el suelo le debiera algo. Tres hombres la escoltaban, de nacionalidades imposibles de adivinar; ninguno perturbaba su aplomo. Un gerente, con elocuencia ensayada, se apresuró a recibirla.

Matilde, con su carrito de limpieza, aprovechó para mirarla con descaro. Rubio oscuro con mechas claras, money piece, ojos azules grandes y fríos. Un rostro diseñado para no olvidar.

La mujer subió en ascensor con el gerente y uno de sus hombres. Matilde negó con la cabeza.
—Niña malcriada… —murmuró y siguió fregando.

En la planta de dirección, la dama se detuvo al ver a Noah tras el cristal de su oficina. Una sonrisa lenta le floreció en los labios. Dos años sin verlo, y ahí estaba: más fuerte, más atractivo, con una camisa que tensaba sobre hombros y brazos trabajados.

El gerente iba a anunciarla, pero ella lo detuvo. Necesitaba un instante más.

"Rompimos hace dos años. No era lo que yo quería… mírate ahora", pensó con un nudo en la garganta. ¿Había otra mujer? Nunca quiso averiguarlo, temía la respuesta. Él había cerrado la puerta y ella, pese a todo, había seguido intentando abrirla. Cada intento fallido le dejó una cicatriz.

Alexander salió de su oficina y la vio.
—¿Ofelia? —Ella giró. Tenía la mirada empañada. Él aceleró y la abrazó.

Ese nombre perforó la atención de Noah. Al verlos, sintió un golpe seco en el estómago. ¿Ofelia? ¿Y en brazos de Alexander? Juntos eran pólvora y mecha.

—Disculpe —dijo a su interlocutor, saliendo al pasillo.

—¿Por qué no avisaste que venías? —Alexander sonaba sincero.
—Apenas llevo tres horas en la ciudad.
—Y en vez de descansar, vienes directo aquí. Típico.

—Tú no cambias —interrumpió Noah con filo—. Hola, Noah, ¿cómo estás? Yo también te extrañé —dijo Ofelia con ironía.

—¿Qué haces aquí? —su voz era un bloque.
—Vine por tu hermano. Tenemos un asunto importante.
—¿No podías esperar a mañana, en la fiesta?
—Estás siendo poco caballeroso, recuerda que su padre es socio —metió Alexander.
—Por desgracia —escupió Noah.
—No es el momento ni el lugar —replicó Alexander.

—Curioso consejo viniendo de ti, que no pierdes oportunidad de imponer tus decisiones y ridiculizarme —los ojos de Noah brillaban como vidrio roto—. Todo tiene un límite.

—Bravo, ahí está el perro rabioso —susurró Alexander.

Ofelia lo encaró.
—¿Cumpliste tus sueños, Noah? ¿Encontraste a la mujer que sacó lo mejor de ti?

Él tragó su respuesta.
—Alexander, llévala a tu oficina. Y tú —la miró sin pestañear—, mi vida no es tu asunto. Espero que lo hayas aprendido.

Se dio la vuelta, cerró persianas y puerta. Dentro, sabía que Ofelia no había venido solo a saludar. Y no pensaba dejarla arrasar de nuevo.

Lucía.

La inseguridad se había instalado como huésped en mi cabeza. Javier y sus frases seguían taladrando. Noah llevaba un día sin llamar. Ni un mensaje.

Nuestros viernes eran sagrados. Al parecer, él lo había olvidado.

Sonó la videollamada. El corazón me saltó… hasta que vi que era Verónica.

—Tienes cara de funeral, ¿qué pasa?
—No quieres saberlo.
—Noah Duarte de León. Lo sé.
—Y Javier, que ayer vino a amargarme la noche.

—¿Mi Javier?

—Sí, tú, Javier

Mientras hablaba, movía el café con la cuchara sin beberlo, hundiendo la espuma como si fuera culpa de alguien.

—No me ha enviado ni un solo mensaje desde ayer al mediodía.

—¿Le has escrito?

—Sí, pero Noah no ha leído mis mensajes, y su teléfono está apagado. No quiero ser la novia posesiva…
—Lucía, te estás enamorando demasiado rápido. Noah no es un hombre común; tiene una agenda que lo devora. Piensa: ¿De veras son novios?

Me quedé en silencio, mordiendo la uña del pulgar.

—Él quiere que mi familia lo sepa. Si solo quisiera aprovecharse de mí, ya lo habría hecho… aquella noche yo estaba dispuesta.
—Entonces, dale tiempo —dijo Verónica, acomodándose el cabello—. Pero recuerda: Lucifer también fue el ángel más hermoso.

Sonreí con amargura.

—No me gusta verte apagada, Lucia… Recuerda que siempre estar aquí para ti y me dolería mucho, que me ocultaras algún detalle —frunció las cejas como señal de que me tenía vigilada.

—Verónica, tú siempre has sido mi cómplice y mi confidente, me conoces como la palma de tu mano, generalmente miento diciendo que estoy bien y me hago la fuerte

— Puedo pasar por ti y ver una película juntas, así no tenemos un viernes de perdedoras y te quito ese semblante invernal.

—Gracias, pero hoy quiero estar sola.
—Como quieras… aunque siempre hay otros hombres perfectos como Gabriel —añadió con picardía antes de colgar.

†††

Noah sostuvo el celular. Casi llama a Lucía. Pero la sombra de Ofelia había despertado incendios antiguos.

No quería que Lucía se quemara. No otra vez el fuego.

"Lucía es una daga que se me ha clavado, y cada latido empuja el filo más adentro… pero no sé si la herida es mortal o la única que me hará sentir vivo otra vez."




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