Gabriel.
Un día después de la celebración.
En todos los portales de noticias dedicados al “periodismo de sociedad” o los “ecos sociales” en Internet, solo se hablaba de la celebración del centenario de la compañía de León.
Siempre detesté esos reportajes superficiales, centrados únicamente en la vida y los eventos sociales de los ricos y famosos, donde los nombres apenas se mencionan completos y las críticas se disimulan tras un velo de ironía ligera. Sin embargo, en ese momento sentía una urgencia inexplicable por indagar en la familia Duarte de León, porque alguien que no dejaba de rondar mis pensamientos estaba unido a ellos por lazos de amor.
Continué navegando entre páginas, examinando cada detalle de aquella fastuosa fiesta. Mi mente estaba obsesionada con la familia Duarte de León. No se escatimó en gastos; todo rebosaba opulencia y ostentación. Los rostros que se exhibían en la recepción pertenecían a la burguesía más selecta y distante. Mis ojos hurgaban en las fotos, buscando lo que me importaba realmente, hasta que finalmente encontré lo que esperaba: Noah Duarte de León.
Una imagen llamaba poderosamente la atención. Mostraba al presidente ejecutivo, Noah, acompañado de una mujer joven, elegante y distinguida. Ella sostenía el brazo de Noah con naturalidad y sonreía a la cámara con una seguridad casi ensayada. Noah, en cambio, mantenía una expresión tensa, como si su mente estuviera en otra parte, sus ojos apagados, velados por una sombra de cansancio y distancia.
El pie de foto decía:
“En el lugar donde se produjo el fuego, cenizas quedan.” En la imagen se observa al joven y atractivo líder ejecutivo de la compañía CDT de León, junto a su exesposa, la hermosa Ofelia Ortega del Pino, hija menor del prestigioso magnate Antonello Ortega del Pino, experto en infraestructuras de transporte y movilidad. Se escuchan rumores de reconciliación entre estos dos tortolitos, hijos de poderosos.”
Bajé la vista y leí algunos comentarios, desde los más aduladores hasta los más cínicos.
— “Suenan campanas de reconciliación entre estos tortolitos hijos de familias millonarias…”
— “Esta foto prueba que el amor puede más que los obstáculos.”
— “La familia es la prioridad, incluso nuestro director general mantiene cerca a los suyos.”
Apagué la MacBook con un gesto brusco, sintiendo una mezcla de desdén y rabia. Noah solo jugaba, se divertía con Lucía como si ella fuera un simple pasatiempo, y eso me quemaba por dentro.
Sentí una presencia tras mí antes de escuchar una voz suave pero firme.
— ¿Investigando sobre los Duarte de León? —Mi madre estaba allí, su figura silenciosa como una sombra. Su rostro, normalmente sereno, mostraba una seriedad que rara vez veía.
Me giré, sorprendido. Sus ojos buscaban respuestas, pero su boca parecía contener secretos. Al notar mi desconcierto, intentó suavizar la expresión y esbozó una sonrisa forzada, aunque apenas disfrazaba su curiosidad.
— Perdóname, Gabriel, no quería entrometerme… Solo me llamó la atención que estés leyendo esas noticias frívolas. No entiendo por qué te desagrada tanto.
Apoyé el peso de mi cuerpo en la silla, exhalando con frustración.
— No es que no me gusten esas noticias… Es solo que siento que el mundo se desmorona a nuestro alrededor. Niños que pasan hambre en las calles mientras otros nadan en riqueza sin mover un dedo por ayudar. Los Duarte de León son magnates sin escrúpulos. Sus hombres no conocen la palabra lealtad; se aprovechan y engañan a cuantas jóvenes bonitas se cruzan en su camino.
Mi madre palideció de repente, como si una sombra la atravesara. Se acercó lentamente y se sentó al borde de la cama. Su respiración se volvió más pesada, y el temblor en sus manos me alarmó.
— ¿Madre? —me levanté de inmediato y tomé su brazo con cuidado—. ¿Estás bien?
— Sí… solo un mareo pasajero, esas meditaciones a veces me pasan factura… —Su voz era débil, pero sus ojos mostraban un miedo que no decía en voz alta. Luego me miró con intensidad, bajando la voz—. ¿Por qué hablas así de esa gente? ¿Los conoces más de lo que dices?
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Dudé unos segundos antes de responder.
— Sé que Noah, el hijo mayor de Lionel Duarte de León, está saliendo con Lucía…
Ella frunció el ceño, y su mano apretó la mía con fuerza.
— ¿Lucía? ¿La prima de Javier? ¿La muchacha que te gusta?
Asentí, tragando un nudo en la garganta.
— Sí… y ahora veo esta foto con esa mujer, su exesposa.
— Si Lucía está involucrada con ese hombre… —Su voz se quebró y su rostro se tensó en una mezcla de ira y preocupación—, lo mejor es que te alejes. No quiero que te acerques a esa gente.
Me sorprendió su intensidad. La miré fijamente, sin saber si ella sabía más de lo que decía o si estaba protegiéndome de algo más profundo. Sin decir más, se levantó y salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio pesado, cargado de secretos no confesados.
La celebración
Los manjares circulaban entre los invitados, al igual que las más exquisitas bebidas. Noah se abrió paso entre familiares y amigos. Aquella noche, Hilda Duarte de León sonreía con una mezcla de emoción y cálculo, rodeada de su manada de lobos de la alta sociedad.
Noah inspiró hondo, deseando desaparecer. No quería ver a su padre, ni lidiar con Antonello, ni soportar la actitud cada vez más venenosa de su hermano Alexander. Pero lo que más odiaba era la presencia de los periodistas, siempre al acecho.
— ¡Maldita sea! —gruñó por dentro, apretando la mandíbula.
— ¡Noah! —una voz familiar y cálida le arrancó de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio a Aarón, su hermano menor, el único con quien podía mostrarse sin máscaras.
Se abrazaron con fuerza, como buscando refugio mutuo.
— ¿De veras estás bien? Porque no lo pareces —dijo Aarón, señalando a un mesonero para pedir dos vasos de whisky.
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Editado: 03.09.2025