La molestia de Noah se hacía cada vez más palpable, un fuego contenido que quemaba bajo su piel.
—No cruces la línea, Ofelia —espetó con la voz gélida, apenas dejando espacio para la réplica.
Ofelia, sin perder la compostura, frunció el ceño, pero por dentro la tensión le estrujaba el pecho.
—Es solo una foto, Noah. No entiendo tu escándalo.
Su mirada buscaba alguna grieta en el muro que él levantaba, pero solo encontró un frío absoluto.
—Te conozco demasiado bien. Sé hasta dónde puedes llegar con tu manipulación. Eres igual que tu padre. Quiero que quede claro: no te quiero cerca de mí, ni en mi vida.
El golpe de sus palabras la dejó sin aliento. Respiró hondo, intentando calmar el temblor que agitaba sus manos, mientras se preparaba mentalmente para no ceder.
—Siempre disparas a matar —respondió, su voz quebrada como cristal que amenaza con romperse—. Pero no soy una niña que puedas manipular tan fácilmente.
Bebió un largo sorbo de champán, sintiendo cómo el líquido frío bajaba como un bálsamo amargo. Ajustó su cabello como si pudiera ponerse una armadura invisible, y levantó la barbilla con orgullo herido.
—Amo a mi familia, no voy a permitir que insinúes que mi padre es un manipulador.
Noah dejó escapar una risa seca, sin calor ni humor.
—Entonces que lo demuestre. Las palabras ya no me bastan.
El aire se espesó entre ellos. Ofelia apretó los puños en los bolsillos, sintiendo el sudor frío en la nuca.
—Ya les dije que no se metan en mi vida. Pero si crean problemas, es porque quieren que me acerque a ti. Tu padre no es la excepción; parece obsesionado con controlarte.
Un suspiro pesado escapó de Noah.
—No quiero esta pelea ahora. Disfruta la fiesta.
Quiso alejarse, pero ella lo retuvo. Su agarre firme en su brazo hablaba de un último intento desesperado.
—¿Estás saliendo con alguien más? —su voz vibró entre desafío y vulnerabilidad.
Noah la miró con ojos duros, la respiración entrecortada, como si esa pregunta le clavara un puñal invisible.
—Lo que sucede en mi vida no te concierne.
Eso encendió la ira en Ofelia. Sus labios se apretaron, la tensión en su mandíbula aumentó. Palabras que quemaban se amontonaban, pero solo salió una pregunta afilada:
—Pensé que mi corazón estaba a salvo, que habíamos dejado el pasado atrás. Sin embargo, verte aquí me hace dudar. ¿Me olvidaste?
Noah mantuvo la mirada, fría y fija, como un muro infranqueable.
—Rehaz tu vida, Ofelia. Pasa la página.
Las palabras fueron una daga que le atravesó el alma. Su mirada se nubló, y para ocultar las lágrimas que amenazaban con brotar, vació la copa de un trago.
—¿Es dulce? ¿Es linda? —susurró con voz quebrada, buscando en él alguna señal que nunca llegó—. ¿Olvidaste mi corazón miserable?
Noah pidió dos vasos de whisky con un gesto, como si quisiera enterrar esas palabras con alcohol.
—Dejé de amarte antes del divorcio. Éramos jóvenes y nos hicimos daño.
—No soy la misma niña ingenua —respondió, con voz firme esta vez.
—Y yo ya no estoy interesado.
—Sé, cuándo ocultas algo, siento que hay otra mujer.
—¿Y qué importa eso?
—Que esa mujer entraría al infierno… —sus palabras eran veneno—. Tú eres volátil, aunque parezcas seguro, estás roto.
Tragó el whisky casi de un solo trago, dejando escapar un suspiro que parecía cargar todo su dolor.
—Mis demonios los enfrento solo.
—¿Tu familia sabe de ella?
—No hablaré de mi vida personal contigo. Busco mi felicidad, no la falsa que tuve contigo.
—No voy a dejarte ir fácil, Noah… Mi partida fue solo un descanso.
Noah frunció el ceño, cansado.
—Soy egoísta, lo sé. No puedo soltarte.
Ofelia soltó una risa amarga.
—Puedes decirle que es la chica más hermosa que has visto, bromear sobre un amor eterno que nunca existió. Yo me lo creí, ahora ni siquiera extrañas mi corazón roto. En tu familia hay estándares muy altos, y si ella no los cumple, todo se va al diablo, sin importar tus sentimientos.
—¡Basta! —Noah lo interrumpió con voz firme—. No quiero más palabras vacías. Ya tengo suficiente con esta familia.
Se acercó a ella y la tomó del brazo con firmeza.
—No soy tu propiedad.
En ese instante, la voz de Lionel irrumpió en la tensión.
—¿Qué sucede aquí?
—Nada que deba preocuparte —Noah evitó mirarlo—. Me voy, esta fiesta no es para mí.
—Noah, necesito hablar contigo en privado —Lionel se dirigió a Ofelia con una sonrisa falsa—. Disculpa, luego te busco.
Ofelia asintió y se alejó hacia la recepción, mientras Noah seguía con la mirada fija en su padre.
Minutos después, en el estudio.
Lionel cerró la puerta tras de sí, sirvió un trago con manos que temblaban ligeramente.
—¿Quieres uno?
—No, gracias —respondió Noah con voz seca, su mirada fija en el suelo.
—Han pasado seis meses desde la última vez que nos vimos. ¿Así me das la bienvenida?
—Peor de lo que usted me ha dado a mí.
—Ofelia viajó con nosotros, son amigos de la familia… —comenzó a explicar Lionel, pero Noah lo cortó con un tono acerado—.
—No te hagas el tonto, sé lo que pretendes.
—Respeto se gana, Noah. No olvides quién soy.
—Ya no soy el muñeco que manipulas, ni Alexander, Aarón, ni yo. Soy más fuerte, y mi soledad no me matará.
El rostro de Lionel se tensó como un trueno a punto de estallar.
—Siempre me viste como el villano, pero fui yo quien más sufrió la pérdida de Cristina.
—No metas a mamá en esto. Déjala descansar en paz. Ni ustedes rigen mi vida ni mis decisiones. Los golpes me abrieron los ojos y me mostraron lo que realmente soy. Antes iba con la corriente, ahora camino mi propio camino. Y con Ofelia, no hay regreso.
—Si no creyera en ti, no te habría dado la presidencia —dijo Lionel con voz áspera.
—¡ja! —Noah soltó una carcajada amarga—. Estoy donde estoy, por mamá, no por usted. Ella era la socia mayoritaria, y mi abuelo la respetaba más que a usted.
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Editado: 03.09.2025