"Mi corazón está roto."
No era una metáfora: podía sentirlo, como si cada latido se desgarrara por dentro.
"Dulces sueños, mi ángel oscuro… líbranos del abrazo del dolor".
Apreté el celular entre mis manos y salí al jardín trasero. El aire fresco me cortó la piel mientras subía las escaleras hasta el tejado. Necesitaba un respiro, un espacio donde el ruido de mi mente no ahogara todo lo demás.
A solas, volví a abrir la foto. Una punzada me atravesó; sabía qué mirar era herirme, pero había un masoquismo en ese dolor que me mantenía alerta, como si aferrarme a él fuera la única forma de expulsar el veneno.
Ella era hermosa, tan perfecta como él. Yo no tenía armas contra esa diosa que reclamaba su trono. Los peores pensamientos se agolpaban, y de pronto todo encajaba.
"Fui una tonta que creyó en una historia perfecta… y tú, Noah, un actor de primera".
Borré la imagen, deseando poder hacer lo mismo con cada recuerdo tatuado en mi mente. Pero ahí seguía, intacto, como una herida que se niega a cerrar. Había dejado que Noah se instalara en mí con una facilidad que ahora me avergonzaba. Me lo advirtieron, y, aun así, corrí hacia él. Y lo peor: temía que, cuando el dolor menguara, mi corazón buscara de nuevo su nombre.
Miré al horizonte; una lágrima descendió sin permiso. Quise abrazarlo. Quise detenerme. Debía ahogar ese deseo. Noah Duarte de León era un huésped no invitado al que no podía desalojar.
La llamada de Verónica llegó como un salvavidas.
—Cariño, ¿estás bien?
—No lo estoy, Vero… Al final todos tenían razón.
—Una desilusión no es el final de todo, Lucía. Lo que no mata, fortalece… que se joda Noah, y que se vaya al infierno junto a su exmujer esquelética. Ve el lado positivo: no consiguió nada de ti.
—Quizás no mi cuerpo… pero sí mi corazón.
—Para eso existe el alcohol, y esta noche hay guerra de karaokes. Voy por ti, y no acepto excusas.
Me quedé en silencio un momento. No tenía excusas que valieran. El lunes estaba libre en la universidad, y la boutique no me requería hasta el martes.
—Acepto. Pasa por mí.
—¡Esa es mi chica!
Más tarde
Verónica llegó puntual. Saludó a mi familia con su simpatía habitual, y yo sentí cómo la opresión en el pecho cedía apenas un milímetro.
—¡No apagues el celular! —me advirtió mamá antes de que saliera.
En el trayecto, Vero evitó hablar de Noah. Ese silencio era un regalo.
Su madre nos recibió en la puerta, efusiva como siempre.
—Cariño, bienvenida… ¡Estás muy bonita, Lucía! —Me abrazó, y el gesto me arrancó una sonrisa breve.
—Mi hija me contó que tienen planes. Y tu primo Javier las va a acompañar. —La mirada de Vero se endureció; yo fruncí el ceño. La mujer pareció notar su error y desapareció rápido.
—Así que… ¿Tú y Javier hablan mucho? —pregunté al entrar.
—Todos los días —respondió sin evasivas—. Estamos intentando algo. Y no, él no me contó lo de Noah, lo vi yo misma. Si revisaras más tus redes…
—Perdón, no quería sonar a la defensiva. Solo no sabía que Javier iría.
—Iba a decirlo cuando llegáramos, pero mi mamá se adelantó. Gabriel también viene.
—Quieren emparejarme.
—Lo llamas así y suena diabólico, pero no es el caso. Vi ese brillo en tus ojos cuando él te mira. Y ahora que Noah mostró su verdadera cara…
—No quiero una relación. Necesito distancia.
—No te pido relación, solo que lo trates como amigo. Y dime, ¿qué harás si Noah llama?
—Dejarlo en visto.
—Perfecto. Vamos a cambiarnos; los chicos no tardan.
Javier fue puntual. Vero corrió a su encuentro y, sin pudor, se lanzó a sus brazos, besándolo como si el mundo no existiera. Me sorprendí, sintiendo una punzada de envidia. Por un instante, imaginé que era yo quien recibía ese abrazo… pero entonces vi a Gabriel bajar del auto.
Se acercó despacio, saludando primero a Vero. Su mirada se encontró con la mía, y sentí una corriente ascenderme por la columna.
—¿Piensas quedarte ahí parada como una estatua? ¡Ven aquí! —bromeó Javier. Me acerqué, y él me abrazó con familiaridad, susurrándome:
—No hay mal que por bien no venga. —Besó mi frente antes de soltarme.
—Hola, Luz —dijo Gabriel, con esos ojos que parecían atrapar luz propia.
—Hola —contesté, mi voz más suave de lo que pretendía.
—No hace falta decir lo guapa que estás. Eres la prueba de que la belleza no necesita esfuerzo.
Mi respiración se aceleró. La tensión estaba ahí, flotando.
—Vámonos, que la noche es joven —anunció Javier, entrando al auto.
—Y yo… —susurró Gabriel sin apartar los ojos de mí—. Estoy ansioso por ver qué me depara.
No sabía si la noche iba a curarme… o a abrir una herida nueva, pero estaba dispuesta a averiguarlo. Noah aún no era pasado. No obstante, lo que me asustaba era lo fácil que Gabriel podía convertirse en presente.
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Nota de autor:
"Si este capítulo fuera una bebida, sería un cóctel de lágrimas, rímel corrido y un poco de tequila. Brindemos por las amigas que nos sacan de la cama y por los chicos con mirada de ‘voy a meterte en problemas’. Prometo que en esta historia no hay villanos… solo exnovios, amigas entrometidas y hombres peligrosamente guapos. Y sí, sé que es casi lo mismo. Gracias por leerme, tu opinión es importante para mí y me ayuda a mejorar, así que no te cortes y cuéntame qué te ha parecido este capítulo."
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Editado: 03.09.2025