¿y si no es suficiente?

ANTES DE LA TORMENTA

Lucía

Entré al coche junto a Gabriel. Fingí indiferencia, pero su presencia me pesaba como una mano en la nuca. Un instante bastó para que nuestras miradas se engancharan y el resto del mundo se borrara. Javier y Verónica eran sombras, y yo me sentía atrapada entre el miedo y una atracción peligrosa.

—Te encontré en medio de este caos —dijo él, su voz grave—. Y desde entonces me pregunto si llegaste para aliviar mi soledad… o solo para quemarme.

—¿Siempre eres así de intenso? —quise sonar ligera.

Sonrió de medio lado, ladeando la cabeza.

—Es tu culpa. Por lo general, soy un desastre que dice “sí” a todo… pero tú, Lucía, eres como luz en la noche más oscura. Hace demasiado que te espero.

Javier interrumpió.

—¡Llegamos!

Respiré aliviada. Verónica me observaba con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

Conseguimos mesa para cuatro. Pedí una cerveza, intentando ignorar el dolor sordo en las muñecas. El animador del bar anunció un concurso de karaoke. Verónica y Javier se miraron como si hubieran pactado algo.

—Ahora entiendo por qué me trajeron —dije.

—Porque cantas como los dioses —respondió Vero.

—Y porque Gabriel muere por escucharte —añadió Javier.

—Cierto —Gabriel se recargó en la silla, mirándome con esa calma que esconde un asalto.

Antes de reaccionar, la mesera ya había inscrito mi nombre. Los nervios me subieron como fiebre. Gabriel me observaba, tranquilo, como quien sabe que va a ganar una apuesta.

—Cuida mis cosas —le dije a Verónica antes de dejar la mesa.

Cuando me llamaron, la adrenalina me empujó al escenario. Escogí una canción que fuera perfecta para escupir el desamor que Noah me había dejado clavado en el pecho.

La pista empezó. Solté la voz. La gente giró a mirarme; sentí que hasta el aire contenía la respiración.

Gabriel

En cuanto Lucía cantó la primera frase, algo en mí cedió. Me quedé inmóvil, con las manos aferrando la botella, como si soltarla fuera a romper el momento. Su voz me atravesaba, y cada nota parecía dictar un destino que no pensaba reescribir.

Una llama gemela es mucho más que un compañero del alma; es el reflejo más puro y profundo de tu ser. A lo largo de la vida, puedes encontrarte con muchas almas afines, pero solo existe una que encarna la otra mitad de tu esencia.
Contrario a lo que muchos creen, no siempre está destinada a ser un amor eterno. Es un lazo kármico, una conexión que rasga velos y revela lo que prefieres ocultar. Su misión no es darte paz, sino incendiarte para que renazcas de tus propias cenizas.

Las palabras de mi madre resonaban en mi mente, mientras observaba a Lucía sobre el escenario. Su voz llenaba el bar como humo dulce, colándose en cada rincón. No había duda: tenía el don de transformar un lugar cualquiera en un templo.

—Una relación de llama gemela es un espejo del alma —murmuró él, sin apartar los ojos de ella—. Un fuego que arde solo una vez en la eternidad.

Bebí otro sorbo de cerveza, lento, intentando apagar el incendio interno.

—Bendito el sitio… bendita tu luz, Lucía.

Verónica me observó con media sonrisa.

—¿Necesitas un pañuelo? —bromeó.

—La prima de Javier… —susurré, sin apartar la vista—. Estoy fascinado. No he podido sacarla de mi cabeza desde que la vi. Ya siento que la amo.

Mis dedos tamborileaban sobre la mesa, mi rodilla rebotaba bajo ella, mientras mis ojos la devoraban sobre el escenario.

Chocamos, botellas, Verónica y yo. Ella no insistió interrogándome; no hacía falta. Lucía ya me pertenecía, aunque todavía no lo supiera.

El celular de Lucía comenzó a sonar. Verónica lo tomó.

—“Que comience la venganza”. Nadie se burla de mi mejor amiga —dijo Verónica, con una sonrisa venenosa—, sin perder tiempo, atendió la videollamada de Noah. Le mostró a Lucía cantando, radiante, y luego giró la cámara y encuadró mi perfil.

—Hola, Noah. Lucía no puede atenderte. Está ocupada, brillando… y esta vez, nadie apagará su luz.

Vi de reojo cómo la mandíbula de mi rival se tensaba al otro lado. Vero colgó antes de que pudiera responder. No lo sabía aún, pero acababa de encender un incendio que no se apagaría con agua.

En ese instante, comprendí que Noah, Lucía y yo estábamos ya dentro del mismo incendio… y que yo pensaba avivar las llamas hasta el final.

Noah no lo sabía aún, pero esa noche no había perdido a Lucía… Yo había declarado la guerra por ella.




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