¿y si no es suficiente?

ECOS Y FUEGO

Los aplausos retumbaban en cada rincón del lugar y mi corazón latía acelerado, una mezcla de adrenalina y alivio. Al cantar frente a un público, había logrado disipar, por un instante, la sombra de la decepción que me pesaba. Busqué con la mirada a mis amigos y familia.

En medio de aquella vorágine, capté la mirada de Gabriel, intensa y fija como la de un ave de presa. Sus ojos decían sin palabras lo que sus labios callaban; no necesitábamos hablar para entendernos.

Este camino es nuestro, cruel o glorioso, y siempre estaré aquí, sosteniéndote, sosteniéndome.

Sentí un escalofrío y el nudo en mi garganta se hizo presente. Justo cuando la tristeza por la abuela me ahogaba, el destino había cruzado en mi vida a Noah y Gabriel, casi al mismo tiempo.

—La ganadora es la señorita Lucía Ruiz —anunció el animador, la voz llena de entusiasmo—, y la más deseada de la noche.

Verónica y Javier estallaban en emoción, y Gabriel me observaba con orgullo contenido. Me entregaron el premio en efectivo y en silencio agradecí.

Gabriel se acercó, apartando a Vero y Javier con un gesto decidido, como dueño del momento.

—Ahí viene el novio orgulloso —bromeó el animador—. ¡Cervezas gratis para la mesa de la ganadora!

Gabriel tomó mi mano con firmeza. No supe si fue por el vértigo del triunfo o algo más, pero me dejé llevar. Su mirada lobuna me atravesaba sin misericordia.

—“Tu llama gemela se siente como una parte de ti porque en algún momento fueron uno solo.” —susurró, y un beso breve rozó mi mejilla.

—¿Por qué me dices eso? —pregunté, la voz quebrada.

—Porque sé que tú eres la mía. —susurró cerca de mi oído, su aliento cálido rozando mi piel.

El silencio nos envolvió hasta que la asistente del dueño se acercó, interrumpiendo la burbuja con una tarjeta.

—Queremos que cantes aquí los fines de semana. La paga es modesta al principio, pero mejorará.

Abrí la boca, lista para excusar, pero ella levantó la mano y cortó cualquier protesta.

—Solo piénsalo. Aquí tienes mi número.

Gabriel tomó la tarjeta, respondiendo con seguridad:

—Pronto tendrá respuesta.

—Buenas noches —dijo la mujer con una sonrisa cálida—. Tienes presencia y un don que merece ser compartido. No dejes que se apague esa magia.

Mientras reflexionaba, una voz masculina cortó el murmullo.

—¿Interrumpo?

Me giré y ahí estaba Noah. Sus ojos verdes destilaban una seriedad que helaba el aire.

—¿Qué haces aquí? —Logré preguntar, con la voz temblorosa.

Gabriel tensó el cuerpo, alerta.

—Buscaba saber por qué no contestas mis llamadas —dijo Noah con frialdad—. Pero ahora entiendo.

Su mirada se clavó en Gabriel y luego regresó a mí.

—Perdí mi tiempo contigo.

Sus palabras me hirieron como cuchillas. Sin pensar en quiénes nos rodeaban, solté la verdad, afilada y punzante:

—Para alguien tan arrogante, has dicho muchas tonterías, pero esto… Esto supera todo. Sr. Duarte de León, descubrí en usted algo peor que sus insultos. Yo no salgo con mis exesposos, ni uso mi posición para engañar. Así que pudra en su mundo de ricos y mentiras.

Me dolió más de lo que esperaba, pero lo dije con convicción.

Intenté alejarme; sin embargo, Noah me sujetó el brazo con fuerza inesperada, un apretón que se clavó como garras.

—¡Suéltame! —exigí, tirando de él.

No cedió.

—¡Suéltala! —gritó Gabriel, quitando la mano de Noah con determinación. Su mirada era un filo dispuesto a acabar con cualquier obstáculo.

—Esto no es asunto tuyo. Aléjate y no me toques nunca más —gruñó Noah, su voz quebrada por la rabia contenida.

—No pienso apartarme —respondió Gabriel con una sonrisa sarcástica—. ¿Vas a matarme? ¿Mandar sicarios? No temo tus amenazas. Todo lo que tenga que ver con Lucía me interesa, y no permitiré que un niño rico la trate como un juguete.

Noah perdió el control y agarró a Gabriel del cuello de la camisa. La tensión estalló, y Javier y Verónica llegaron rápido para separar la pelea.

Me coloqué entre ellos, arriesgando un golpe para evitar el desastre.

—Salgamos de aquí, por favor —rogué a Noah, con la voz temblorosa.

—¿Estás bien? —preguntó Javier, preocupado.

—Sí —contesté, aun sujetando a Noah para calmarlo.

—¿Qué haces aquí? ¡Eres el jefe de mi tía y estás casado! —recriminó Javier a Noah.

—No estoy casado —contestó Noah, firme.

Javier lo miró fijamente, luego bajó la tensión y tomó a Gabriel para calmarlo.

Con ayuda de los escoltas, me alejé con Noah, pidiéndole a Verónica que me cuidara las espaldas y me mantuviera al tanto, ella asintió entregándome mis cosas.

—Ahí está el gas pimienta —me susurro, señalándome con los ojos mi bolso.

Ya en el auto, Noah arrancó de inmediato, alejándonos a toda velocidad.

Su silencio era pesado, su rostro una máscara impenetrable.

Al llegar a su casa, mi ansiedad estalló.

—Tenemos que hablar —sentenció Noah.

—Quiero irme a casa. No hablaré contigo así.

—Necesito tiempo para calmarme. Pero hablaremos —replicó, apretando la mandíbula.

—¿Sales con él? —Su pregunta sonó como una acusación.

—Eso no es asunto tuyo. Dejó de serlo cuando volviste con tu ex —respondí, dura.

Noah bajó del auto, abrió la puerta del copiloto y pidió:

—Bájate, por favor.

Su voz seca me erizó la piel. Saqué el gas pimienta de la cartera, listo por si algo pasaba.

Salí y él me sujetó de repente, pegándome a la puerta, impidiéndome escapar.

Su aliento caliente estuvo cerca de mi rostro, y una sonrisa suave iluminó sus ojos.

—Tan hermosa —susurró.

Sentí las lágrimas que amenazaban con caer.

—Ofelia y yo no tenemos nada —aseguró—. No volvería a ese infierno ni por todo el dinero del mundo.

—Esa foto dice otra cosa. —Mi voz fue un hilo.

—Fue un plan de mi padre —confesó—. Quería contarte todo, pero alguien se adelantó. Nuestro encuentro no es casualidad; es algo más profundo. Tu felicidad será siempre mi prioridad.




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