Gabriel.
“El amor a primera vista no existe”, dicen los científicos. Una ilusión romántica, un espejismo que todos quieren creer. Dos desconocidos se cruzan, sus miradas se encuentran, una chispa fugaz, y creen haber encontrado a su otra mitad. Lo llaman “efecto halo”, un sesgo que distorsiona la percepción.
Pero yo tiro a la basura esas teorías. En unos pocos microsegundos, me enamoré de Lucía. Ningún jodido efecto haló podrá convencerme de lo contrario.
Javier, me miro preocupado. Nunca antes me había visto así, consumido por la ira y la ansiedad. Conocer a Lucía fue un choque eléctrico, una sacudida brutal que me cambió para siempre. Si no me conociera tan bien, pensaría que he perdido la cabeza.
—Tranquilo, amigo. Lucía tiene que arreglar su problema con ese tipo —intento calmarme, Javier.
Apreté los puños con fuerza, y mi frente se arruga.
—No sé cómo puedes estar tan tranquilo. Ese tipo se la llevó y no sabemos dónde. Que la lástima me mate si no pasa nada.
—Yo también la quiero, Gabriel, es sangre de mi sangre. Pero también debo darle el beneficio de la duda —manifestó Javier. Sin perder tiempo, Verónica intervino; ella parecía entender mi tormenta interna.
—No creo que Noah quiera hacerle daño, Gabriel… y si apareció esta noche, fue por culpa mía. Me sentí tan mal por la foto con esa mujer y porque Lucía estaba triste. Cuando subió a cantar, me pidió que guardara su celular. Entonces Noah la llamó y yo aproveché para mostrarle que ella estaba bien, cantando feliz. Eso desató todo —confiesa, exhalando un suspiro.
—¿Sabes a dónde podrían haber ido? —pregunte, incapaz de contener la ansiedad.
—No, pero ella lleva gas pimienta. Noah no es popular entre nosotros, pero tiene derecho a defenderse. Solo podemos esperar a que Lucía regrese. Esta noche estará en mi casa. Mis padres confían en mí y conocen a su familia. No nos moveremos de ahí —dijo con convicción Verónica.
—Buena idea. Yo tampoco pienso moverme —asegura Javier.
Me quedo en silencio, frustrado. Me arrepiento de no haber traído la moto. Acelerarla era la única manera de quemar esta furia que me consume por dentro.
Lucía
Noah cayó en mis brazos y lo besé. No sabía si era ángel o demonio, pero su sabor era adictivo. Mi cuerpo se desmoronaba en sus brazos.
—Me muero por ti, Lucía… En este mundo caótico, eres mi todo. Nunca te daré por sentado. Si nos hubiéramos encontrado antes, todo habría sido distinto. Sin embargo, el destino nos puso aquí, ahora, y será así: simple, intenso, con días buenos y malos. Solo te pido perdón por las heridas, por los malentendidos. Pero hay algo que debes saber… —Su aliento rozó mi piel—. Te deseo más de lo que debería.
Su boca buscó la mía otra vez, y su cuerpo firme se apretó contra el mío. Sentí su deseo, y el temor de perder el control me invadió.
Notó mi vacilación. La sombra de su pasado flotaba entre nosotros. Se apartó lentamente, frustrado.
—Odio dejar ir este momento —murmuró. Sus dedos acariciaron mi rostro, enredándose en mi cabello, grabándome en su memoria.
—Han sido demasiadas emociones juntas. Necesito pensar, discernir. No es momento para esto —dije, con la voz temblorosa.
Tomé mi rostro entre sus manos.
—¿No quieres quedarte un poco más? Solo abrazarnos… —susurró con anhelo—. Quédate conmigo esta noche. Podríamos sentirnos así para siempre.
Mi mente se nubló, las palabras se ahogaron en mi garganta.
—Tomemos las cosas con calma, Noah… No quiero apresurar nada —finalmente respondí—. No quiero solo hacer el amor; quiero que sea la primera y única vez. Necesito entender, procesar.
Asintió, sin presionar. Me estrechó con ternura que disolvió mis dudas.
—Se siente perfecto, nena —susurró en mi cabello—. Te daré tu espacio, pero prométeme que hablaremos.
—Lo prometo —contesté, aunque el corazón latía alocado. —Sabía que si me quedaba, perdería el control—. Por favor, llévame a casa de Verónica. No quiero más problemas para mi familia.
Me miró serio.
—No te llevaré allá. Siento que Gabriel estará.
—¿Sigues empeñado en eso?
—Sí. Por eso te llevaré a casa de tu madre.
—¡Mi mamá cree que estoy con Javier! Se preocupará si llego sola.
—Te lo arreglaré. Empieza a confiar en mí. Decide: o eso, o nada.
Sus ojos no me dieron opción.
Mientras Noah arrancaba el coche, un mensaje inesperado vibró en mi bolso. Lo miré con el corazón encogido.
Era un texto de alguien que no esperaba:
“Lucía, no puedes confiar en él. Hay cosas que no sabes. Esto apenas comienza.”
La noche se volvió más oscura, y supe que el verdadero juego apenas estaba por comenzar.
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Editado: 03.09.2025