Noah no arrancó el coche hasta estar seguro de que yo había entrado a mi casa. Apenas crucé la puerta, él partió con la firme promesa de que nuestra conversación no había terminado.
Estaba a punto de cerrar cuando Javier apareció como un fantasma, sobresaltándome. Su presencia era un bálsamo, justo lo que necesitaba para evitar preguntas incómodas de mamá, que últimamente parecía tener un radar para mis cambios de planes. Quizás la idea de Verónica de alquilar un departamento comenzaba a parecerme menos descabellada.
—Estábamos preocupados —dijo Javier al acercarse. Abrí los labios para responder, pero una sombra apareció detrás de él: Gabriel emergió de la penumbra.
Sus ojos, intensos y ansiosos, buscaron los míos. Había en ellos un desafío sutil, un deseo oculto, pero también un alivio palpable al verme a salvo.
—¿Qué hacen ahí afuera? ¡Ya es tarde, entren! —intervino mamá, que había salido al oírnos.
—Tía, solo vinimos a traer a Lucía, pero ya nos íbamos —respondió Javier, intentando evitar problemas.
—¿Loco? No permitiré que manejes a esta hora. El cuarto de soltero de tu padre está libre, hay una litera. Se quedan y salen temprano. No acepto negativas.
Javier quiso protestar; no obstante, mamá le cortó el paso con una mirada implacable. No tuvo opción y estacionó el coche. Ella condujo a Gabriel hasta la habitación y antes de retirarse me lanzó una última mirada:
—Últimamente, te veo inestable. Dijiste que te quedarías en casa de Verónica y ahora cambiaste. Espero que estés bien.
Odié que Gabriel escuchara esa reprimenda disfrazada de preocupación. Aunque suave, seguía siendo una reprimenda.
—Estoy bien, solo cambié de opinión —respondí, tratando de sonar tranquila.
—Eso espero —murmuró mientras se retiraba a su habitación. En pocas horas debía levantarse para trabajar.
Inquieta, salí en busca de Javier. Sentía que le debía explicaciones.
Lo encontré cerrando la cochera.
—Siento mucho haber armado este lío —dije con sinceridad.
Me miró con paciencia y suspiró.
—Verónica me contó que fue culpa suya.
—¿De ella? —fruncí el ceño, desconcertada.
—Sí, ese tipo te hizo una videollamada y ella aprovechó para mostrarle a Noah que estabas bien, aunque no fue la mejor idea. Pero, Lucía, la situación no pinta bien. Ese hombre vino con aire de dueño, y parece que no mides las consecuencias. No solo para ti, sino para todos nosotros. Hay gente que podría salir lastimada.
—Lo quiero… —Musité, débil.
Javier me clavó la mirada.
—Piensa bien, no seas egoísta. Si ese magnate realmente quiere algo contigo, ¿has pensado en que su familia podría conspirar contra ti? No piensan como nosotros, Lucía. No es solo tu vida la que está en juego.
Sus palabras desarmaron mi coraza. Tenía razón, y lo sabía.
Entonces sentí otra presencia. Me giré y vi a Gabriel, con sus ojos grises fijos en mí. Javier lanzó una breve mirada a su amigo y luego a mí.
—Cinco minutos —murmuró antes de desaparecer.
No sentí que debía dar explicaciones, pero repasando lo ocurrido, supe que sí. Y que vendrían cargadas de culpa y vergüenza.
Gabriel y Noah casi llegan a los golpes. Y yo, en medio, había estado coqueteando con Gabriel.
—¿Estás bien? —su voz fue más suave de lo esperado.
—Sí… Gabriel, siento todo lo que pasó. No debí dejarme llevar por la emoción. Provocó tu reacción, y aunque entiendo que fue por protegerme, espero que puedas perdonarme.
Negó con la cabeza.
—No pidas perdón. Yo elijo protegerte, y lo haría mil veces más. Pero dime la verdad: ¿Noah te lastimó? ¿Intentó hacerte daño?
La intensidad en sus ojos me paralizó. Estaba agotada.
—Noah, no me lastimaría —respondí, con convicción.
—Ya lo hizo, Lucía.
—Esa foto tiene explicación… —empecé, pero él arqueó una ceja escéptico.
—Siempre hay explicaciones, ¿no? Siempre excusas. Pero tu lenguaje corporal dice que crees en su inocencia. No voy a dañar su honor por ganarme tu simpatía. No soy así. Siempre soy directo… —suspiró—. Aun así, apuesto a que te pidió que pasaras la noche con él. Después de esto querría marcar territorio.
Abrí los ojos. No necesitaba respuesta. Él sabía.
Frunció el ceño.
—Sé que no somos nada. Ni debería decir esto, no tengo derecho… Pero es que, no puedo sacarte de mi mente. Eres hermosa, Lucía… una atracción poderosa, un reflejo de lo que siempre soñé. Y aunque no me has dado luz verde, mi corazón no lo entiende.
Su voz se quebró levemente. Di un paso atrás, abrumada.
—Si escucharas mi corazón, entenderías el lenguaje con que te habla… Puede sonar loco, pero siento que te conozco de siempre. Desde que te vi, sentí que llevabas mi soledad contigo. Llegaste para demostrarme que puedo amar.
Gabriel avanzó un paso más.
—Si tuviera el privilegio de besarte, entenderías lo que siento. Si me miraras sin ese miedo en los ojos, verías la verdad. No te miento.
Hizo una pausa, y susurró:
—¿Alguna vez sentiste que alguien estaba destinado para ti? Que en el instante en que sus ojos se cruzaron, algo cambió. Esa sensación de que hay alguien ahí afuera para ti, pero temes que no sienta lo mismo.
Tragué saliva bajo su mirada ardiente.
—Tal vez no sea otra persona, Lucía. Tal vez sea yo.
Mi pecho se agitó. Con voz firme respondí:
—No me entregué a él, Gabriel.
El silencio lo envolvió, lo miré a los ojos, sin miedo. Una sonrisa lenta se dibujó en sus labios. Entonces entendí porque en este juego de pasiones y mentiras, el silencio es la trampa más peligrosa… y yo ya estoy a punto de caer.
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Editado: 02.09.2025