Gabriel se preparaba para practicar su nueva hazaña, una proeza que usaría en la competencia. Se colocó el traje y los guantes, dejando el casco para el final. Antes de ponérselo, inspeccionó la bicicleta con cuidado; cada engranaje debía estar perfecto.
Su mente, sin embargo, no podía concentrarse del todo. Lucía lo perseguía con cada pensamiento, con cada latido. Ninguna otra chica le había removido así el corazón. Ninguna había logrado hacerlo sentir vulnerable.
Javier apareció a su lado, al notar que Gabriel estaba abstraído.
—¿Está todo bien? Pareces en otro planeta.
Gabriel asintió, sin levantar la vista.
—Sí… solo repasaba los ajustes de la bici.
Se colocó el casco y arrancó.
Los dos amigos volaban entre curvas y saltos. La tierra levantaba nubes de polvo bajo sus ruedas, y cada acrobacia era una explosión de adrenalina. Gabriel recuperaba el equilibrio que su mente no le daba, pero un eco le atravesó el pensamiento:
"Noah me ama y yo le creo."
En un instante perdió el control. La bicicleta se inclinó y cayó por la pendiente.
—¡Gabriel! —gritó Javier, corriendo a su lado. Lo ayudó a levantarse y retiró el casco—. ¿Qué diablos pasó? —exclamó Javier, incrédulo—. Eso lo espero de mí, ¡pero no de ti! Eres un experto.
Gabriel entornó los ojos, cegado por el sol.
—Siempre hay una primera vez… —musitó, con un deje de ironía—. Hay que agradecer que no fue en la competencia.
—Esto es por Lucía, ¿cierto? ¿Qué pasó anoche cuando los dejé solos en la cochera?
—No te lo voy a negar, hermano. Toda esta mezcla de emociones es nueva para mí y no sé cómo equilibrarla. No pude concentrarme en todo el bendito trayecto. Bastó recordar las palabras de Lucía para que mi concentración se fuera al diablo. Anoche… no pude sacarme de la cabeza el beso que le di. —musitó Gabriel, apretando el manillar hasta que los nudillos crujieron—. Solo eso.
—¡¿Te atreviste a besarla?! —Javier frunció el ceño—. Te dije que fueras despacio.
—No pude evitarlo… Estoy enamorado de Lucia —susurró Gabriel—. Ella eligió a Noah, y duele.
Javier exhaló.
—Me preocupa tu estado de ánimo, Gabriel. Nunca te había visto así. No sé qué decir para hacerte entrar en razón. —Javier paso su mano por el cabello, luego bebió un sorbo de agua buscando las palabras que le sirvieran para consolar a su amigo.
—Lucía está deslumbrada con ese tipo. No creo que sea por su cuenta bancaria, pero sí sé que ella siempre ha sido romántica e idealista… Y ese es su talón de Aquiles. Cree que todos los seres humanos son justos y buenos. Yo solo ruego que esos ideales no la destruyan.
Gabriel se subió a la bici nuevamente, ignorando el dolor en el tobillo.
—Voy a terminar mi rutina —dijo, firme—.
Apenas apoyó el peso en su tobillo, un dolor agudo lo obligó a quejarse.
—¡Maldición! —soltó entre dientes.
—¡Eres un terco! —Javier chasqueó la lengua—. En vez de quejarte, da gracias a Dios que solo fue una torcedura. Con esa caída pudiste haberte roto el cuello.
—Quedan pocos días para la competencia. No quiero perder el premio. Es mucho dinero.
—A propósito… hay algo que no te he dicho.
—¿Qué más sucede?
—Uno de los patrocinadores del evento es la compañía de los Duarte de León. Lo acaban de anunciar.
Gabriel apretó la mandíbula.
—Interesante… Ahora Noah se me aparece en todas partes.
Tomó su bicicleta y se subió de nuevo. Javier frunció el ceño.
—¿Qué demonios haces?
—¿Qué crees? Voy a seguir.
—¡¿Acaso te has vuelto loco?! Tenemos que irnos y ponerte hielo en el pie.
—No, Javier. Es momento de seguir practicando. Mi pie puede esperar. Pero si quieres irte, hazlo. Yo no me iré hasta terminar la rutina.
Dicho esto, Gabriel pedaleó con determinación, ignorando el dolor. Javier, con un bufido de resignación, no tuvo más opción que seguir a su amigo.
***
Lucía.
Una vez más tenía ese desagradable malestar y dolor en ambas muñecas, y no solo eso. Días atrás me había palpado un ganglio inflamado en el lado izquierdo de mi cuello, no me dolía, debido a eso lo ignore. Tomé un Advil y continué ordenando la casa. Mi abuela seleccionaba granos, ajena a la tormenta que se avecinaba.
La puerta se abrió. Mamá entró, besó a la abuela y al verme, su rostro cambió: de calma a furia contenida.
—Bendición, mamá. ¿Cómo estuvo tu día? —pregunté.
—Dios te bendiga. —Su tono cortante no dejaba espacio para más—. Sígame.
Sentí la tensión cortante. Ya a solas dejo brotar toda la rabia contenida.
—¡¿Hasta cuándo pensabas hacerme ver como una estúpida?! —gritó.
Ya sabia el motivo de su molestia, palabras incoherentes comenzaron a brotar de mis labios, el corazón amenazaba con salírseme del pecho.
—No es lo que piensas —respondí, firme, conteniendo mi miedo.
—¡Hoy supe que te ves con Noah Duarte de León! —avanzó un paso, acusadora.
—Mamá… iba a decírtelo —respiré hondo—. Solo esperaba el momento adecuado.
—¿Momento adecuado? —su tono era cortante—. Hombres como él no se casan con nosotras. Esa familia es peligrosa. ¡No te metas con el diablo!
—No debes temer a su familia —interrumpí—. Noah es un hombre independiente.
—No tienes la más mínima idea de cómo me arrepiento de haberte mandado a esa empresa… ¡Jamás me perdonaré semejante error!
— Jamás planeé enamorarme mama, pero paso.
—¡¿No podía ser otro?! —golpeó ligeramente la mesa—. Noah es atractivo y exitoso, pero carga sombras. ¡No te metas con el diablo, Lucía!
—Ya decidí arriesgarme —levanté la cabeza—. Voy a luchar por él.
—¡Él es un hombre como cualquier otro, así que no lo idealices!
—¡Noah, no tiene la culpa de que mi padre te haya usado y luego abandonado!
Me parece injusto que, por el hecho de lo que viviste con mi padre, creas que todos los hombres son iguales… ¡Estoy cansada de vivir con ese estigma!
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Editado: 03.09.2025