La noche caía pesada, y las luces de la ciudad se estiraban como fantasmas sobre el pavimento mojado. Noah sentía cada mirada invisible, cada clic de cámara imaginaria que lo seguía, podía sentir su paranoia contagiando a la mía. Sabía que alguien lo perseguía, que cada giro y semáforo era observado. Respire hondo, la tensión apretándome el pecho. Noah maniobró con cuidado entre las calles estrechas. Por fin, logramos perder al investigador entre un laberinto de avenidas y callejones. Un silencio opresivo llenó el coche; la adrenalina todavía vibraba en nuestros cuerpos.
—Por fin… —murmuró para sí, apretando el volante con fuerza—. Ahora solo queda concentrarme en ti, Lucía.
El aroma al asfalto mojado se mezclaba con el tenue perfume de su propia fragancia. Cada semáforo rojo era un latido, cada giro, un suspiro contenido. Sabía que yo lo esperaba, y que mi paciencia también tenía un límite.
—Lucía, te quiero en mis brazos —susurró mirándome con una intensidad que me hizo sentir arder la piel; sin perder tiempo, sus palabras se materializaron en un abrazo que me atrapó sin pedir permiso.
Mi mente era un torbellino; las palabras danzaban y se mezclaban, mientras la sorpresa me golpeaba como una guillotina suspendida en el aire, obligándome a contemplar la historia, desplegarse ante mis ojos. Noah me había dicho que me amaba, pero aún no sabía si debía entregarme por completo. Sin embargo, la sensación era de éxtasis absoluto: como si la vida no pudiera tocarme, como si ese instante estuviera suspendido en el tiempo.
Su abrazo era tan cálido, tan firme y tierno a la vez, que sentí que flotaba. Sus palabras no eran simples sonidos; tenían peso, textura, realidad. Abrí los labios para decir “te quiero”, pero el momento se me escapó. En su lugar, me incliné hacia su oído y le susurré:
—Déjame sostenerte… y mostrarte que aún vale la pena amar.
Mi voz temblaba de urgencia y de deseo de protegerlo. Noah acariciaba mi rostro con suavidad, y sentirlo era como intentar explicar el fuego que recorre la piel o el hielo que quema los labios: imposible de traducir. Todos mis sentidos se encendieron; cada poro, cada fibra, clamaba por él. Su toque era una llama que corría por mis venas y explotaba en mi interior.
Sus manos descendieron lentamente por la línea de mi mandíbula hasta rozar mi cuello. Sus dedos exploraban mi piel con delicadeza, como si conjuraran un hechizo, mientras sus labios se posaban en mi garganta en un beso etéreo antes de bajar más. Finalmente, sus labios encontraron los míos. Su lengua se entrelazó con la mía, lenta, medida, explorando sin prisa. No había urgencia, solo un deleite profundo, como si el tiempo se hubiera detenido para nosotros.
Cuando sus manos se deslizaron bajo mi camisa, el beso adquirió un filo nuevo. Sus labios me arrebataban el aliento, y, aun así, me perdí en él, dejándome llevar. Noah inclinó la cabeza, rozando mi mejilla con los labios, respirando su aroma, saboreando su presencia. Sus dedos trazaban senderos sobre su piel, y el mundo entero se reducía al calor que compartían.… Todo era tan intenso que deseé que aquel instante durara para siempre. Y, sin embargo, agradecí cuando se detuvo justo antes de consumar mi entrega total.
—Después de mi malogrado matrimonio, juré que no volvería a enamorarme… —Noah habló con voz grave, cada palabra arrastrando un peso invisible—, pero la vida me lanzó una bola curva. Me hizo encontrarte.
Sostuvo mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos. En su mirada brillaba un dolor antiguo, mezclado con la devoción más pura.
—Eres la persona más increíble que he conocido. Aunque llevamos poco tiempo, no dejo de pensar en lo afortunado que soy. Eres divertida, inteligente, amable… y sé que me quieres tanto como yo a ti. Aún recuerdo esa camiseta de Led Zeppelin… te veías increíblemente sexy.
Me sonrojé, y una calidez se expandió por mi pecho, feliz de que nuestros sentimientos fueran recíprocos.
—Lucía, no me sorprende que las personas se enamoren de ti. Todos queremos lo mismo: alguien que nos ame incondicionalmente, que nos comprenda mejor que nadie, que esté ahí en nuestros peores momentos. Tú eres eso para mí… y más que nada, me haces sentir seguro. Desde nuestra primera conversación, sentí que, pase lo que pase, lo superaríamos porque queremos estar juntos.
Se detuvo un instante, y sus ojos adquirieron un tono más oscuro, más intenso.
—Y no fuiste la única que sintió celos. Cuando te vi con ese tipo… Gabriel… quise arrancarlo de tu lado. Te juro que me costó contenerme.
El nombre de Gabriel encendió un torbellino en mi mente; sus ojos de lobo se imprimieron en mi memoria, así como aquel beso robado.
—Ya no hablemos de Ofelia ni de Gabriel… —dije, intentando sofocar la confusión—. Enfoquémonos en nosotros.
No podía evitar sentirme cobarde al huir de las respuestas, pero Noah lo percibió y, con un gesto firme, volvió a envolverme entre sus brazos. Hundí mi rostro en su cabello dorado, suave y sedoso, casi mitológico. Tenía la presencia de un dios, pero ni su belleza podía ocultar la amenaza implícita de su tono. Ese sería un asunto para otro día.
—¿Qué maleficio me has lanzado, Noah Duarte de León, que me rendí ante ti desde el primer instante? Llegaste y arrasaste mis trincheras… eres un huracán que barrió todo a su paso.
Él me rodeó de nuevo, y me dejé envolver. La magia de un abrazo nunca había sido tan poderosa, especialmente cuando provenía de quien uno ama.
Ahí estaba yo, Lucía Ruiz, deshaciendo la soledad de Noah, borrando las cenizas de un pasado ardiente, dispuesta a caer, sin miedo a las consecuencias.
—Soy Noah Duarte de León, y estás en mi poder —susurró con una sonrisa que me penetró el alma—. Te he lanzado una maldición que ni yo mismo puedo romper. Sentí lo mismo desde que te vi.
Me miró con ternura y agregó:
—Déjame llevarte a casa de tu madre. Quiero arreglar el caos que causé. ¿Estás de acuerdo? ¿Me ayudarías a cumplirle la promesa a doña Amelia?
#2606 en Novela romántica
#697 en Novela contemporánea
sobrenatutal romance amor, #trianguloamoroso, #relaciones tóxicas
Editado: 03.09.2025