¿y si no es suficiente?

EL ELEGIDO DE MI ALMA

Ahí estaba yo, esperando a Verónica para cumplir mi promesa suicida: ir a ver a Gabriel. El sonido de la corneta del coche anunció su llegada, acelerando los latidos de mi corazón

“Aún estás a tiempo de echarte para atrás”, me susurró mi conciencia, pero decidí ignorarla y lanzarme como ave de presa.

Verónica bajó el vidrio del coche, revelando su rostro espectacular enmarcado por unos lentes de sol que contrastaban con su melena rojiza y brillante.

—¡Sube, que desfallezco de hambre! —exclamó con su dramatismo habitual.

No perdí tiempo y me acomodé en el asiento del copiloto. Yo también me moría de hambre. Verónica arrancó el coche y puso música suave. Antes, programó el GPS que nos llevaría directo a la casa de Gabriel.

—Vaya, lo tienes todo planeado —comenté.

—Querida Lu, Javier y yo hablamos cada segundo. Anoche me pasó la dirección. Quería venir por nosotras, pero le ahorré el viaje. Noah, va a explotar si se entera de que me acompañas a ver a Gabriel… Pero bueno, que se aguante, primero fue sábado que domingo.

—Ni lo digas, por favor. Yo quedo peor. Noah me prohibió acercarme a Gabriel, y aquí estoy yo faltándole a mi promesa.

—Entiendo la postura de Noah. Gabriel le declaró la guerra abiertamente. Ese amigo loco de Javier no solo es temerario en los deportes extremos, sino también en su vida personal. Tiene ese aire de misterio que repela y atrae al mismo tiempo. Estoy segura de que Noah le arrancaría la cabeza si supiera que te besó… Aquella noche en el bar casi se van a los golpes.

Recordar el incidente me puso tensa, esa noche había sido difícil para mí.

—Noah parece un príncipe, Lucía, pero hay que admitirlo: Gabriel no es un hombre cualquiera. Varias miradas se posaron sobre él en ese bar. Lo que no entiendo es por qué tú, que siempre fuiste tan esquiva con Gabriel, decidiste ir a verlo por tu cuenta. Dime… ¿Fue tan poderoso su beso? —Sus argumentos lograron desalmarme, no pude evitar sentirme incómoda.

—¿Podemos cambiar de tema?

—No, Lucía. Mi curiosidad está a flor de piel.

Me quedé en silencio. Verónica tenía esa forma suya de mirar, como si viera a través de uno. A veces creía que había nacido para descubrir secretos.

—A ti no puedo ocultarte nada… —Suspiré.

—Vamos, chica, suéltalo.

—Anoche me envió un mensaje. Me dijo que no le importaba si elegía a Noah. Está convencido de que me equivoqué… Y para cerrar con broche de oro, soñé con él. Estoy empezando a pensar que Gabriel tiene un altar vudú con mi foto en el centro.

Verónica soltó una carcajada.

—Y, aun así, aquí estás. ¿No será que te empieza a gustar más de la cuenta y viniste para comprobarlo?… Pienso que ese altar vudú está haciendo efecto —manifestó divertida, soltando una risa traviesa.

—Para serte sincera, ni siquiera yo sé qué diablos hago aquí.

—Ya lo averiguaremos. Pero escúchame bien: si resulta que Gabriel te gusta más de lo que crees, tendrás que ser honesta contigo misma. No te conviertas en Helena de Troya.

—La decisión está tomada. Elegí a Noah.

—Supongo que eso aún está por verse —concluyó con su tono enigmático.

Las palabras de Verónica me dejó sumida en un silencio revuelto de pensamientos. No podía evitar sentir que todo esto, era una señal. Gabriel me había dicho que haría cualquier cosa por estar conmigo. Pero… ¿Y yo? ¿Estaba dispuesta a confrontar ese despertar o prefería seguir huyendo como un conejo asustado?

Ofelia.

Los ojos invernales de Ofelia se clavaron en el investigador privado que había contratado. El hombre fue rápido y eficiente, tal como le habían prometido. En pocos días ya tenía pruebas de sus sospechas.

Encendió un cigarrillo para calmarse. Algo en su interior sabía que un golpe brutal estaba por llegar. Cruzó las largas piernas con elegancia y comenzó a darle breves fumadas a su cigarrillo.

—Muy bien, señor Andrade. ¿Qué tiene para mostrarme?

El hombre colocó un maletín sobre la mesa y extrajo el informe. Luego, se lo entregó con una expresión profesional.

—El señor Duarte de León efectivamente está saliendo con una joven —dijo con voz neutra.

Aquella frase agrietó el corazón de Ofelia. Todos sus sentidos se encendieron.

—Necesito ver las pruebas —ordenó con voz taimada.

El hombre le entregó un sobre. Ofelia lo abrió sin dudar.

La ya conocida sensación de querer destruir todo a su alrededor la invadió. En las fotos, Noah abrazaba a una mujer que no era ella. Ver esos brazos —los mismos que antes la sostenían con ternura, los mismos que la amaron en noches interminables— ahora rodeando a otra, era insoportable.

—Si yo nunca estaré con Noah. Entonces nadie más tendrá el derecho de estar con él —murmuró entre dientes mientras las lágrimas le ardían en la garganta.

—También le hice un video.

—¿Es que aún hay más?

—Sí, señorita. Mucho más. Esa joven es hija de una de las obreras de la compañía. —Ofelia enarcó una ceja, ya había descubierto el primer flanco donde iba a atacar.

En el video, Ofelia vio a Noah bajarse del coche junto a la otra mujer. El beso que él le dio fue tierno. Demasiado tierno, su corazón no soportó más, y de un golpe seco aparto la imagen.

—¡Suficiente! —dijo, con voz quebrada—. Por favor, déjame sola.

El investigador se levantó y una de las empleadas lo escoltó hasta la puerta. Ya sola, Ofelia explotó.

—¡Maldita mujer! ¡No sabes con quién te has metido! —gritó, rompiendo las fotos con furia antes de lanzar un vaso al suelo.

—Noah, no va a ser para esa muerta de hambre, ¡eso lo juro por mi vida!

Una de las criadas se acercó, asustada por los ruidos.

—¿Señorita, está bien?

—¿¡Cómo voy a estar bien!?, ¡no seas animal! Solo la gente sin cerebro como tú se atreve a preguntar semejante barbaridad… ¡Evidentemente, no estoy bien, una perra indigente como tú pretende seducir al hombre que amo! ¡Lárgate!




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