¿y si no es suficiente?

SOMBRAS DE UN PADRE AUSENTE

Tuve que hacer una excelente actuación para que Noah no notara mi estado ansioso; sonreír cuando me sentía rota no era fácil. Continuaba aturdida por lo sucedido horas atrás. Hablamos un largo rato mientras Verónica conducía de regreso a casa. En ese momento, la agenda ocupada de Noah jugaba a mi favor, ayudando a que no se enfocara demasiado en mi estado de ánimo.

—El viernes pasaré por ti, es nuestro día especial… pero estoy pensando adueñarme también del sábado. Cariño, más pronto de lo que imaginas, se sumarán muchos más. —Su voz era melosa, casi calculada, como si midiera el efecto de cada palabra. Su ternura me hacía bien; no obstante, la culpabilidad no me abandonaba. Los labios de Gabriel irrumpían en mi mente sin ser invitados.

—Un día a la vez… —murmuré.

—Lucía, debo dejarte. Tengo reunión con los programadores. Supongo que tendré que inventar una recompensa para compensar tanta ausencia. —Su tono llevaba un matiz burlón, como si jugara a ser indispensable.

—Yo te entiendo, así que no hay problema. Desde un principio sabía en lo que me estaba metiendo.

Noah soltó unas carcajadas al otro lado del auricular.

—¡Dices eso como si fueras la novia de un mafioso! —ironizó. Su risa me contagió, y Verónica, al verme reír, giró satisfecha hacia mí.

Nos despedimos, y con los ojos nuevamente fijos en la carretera, Verónica me abordó:

—Estoy preocupada, Lucía. Aun tu boca se ve un poco inflamada… ¡Esa desgraciada de Laura me las va a pagar!

—Ya no nombres a esa perra, por favor. Volteemos la página. Se me ocurrió una idea para justificar este golpe.

—Dime lo que planeas, a ver si me calmas.

—Cuando lleguemos, fingiré una caída. Vas a tener que actuar, mostrar preocupación y entrar conmigo a la casa. Dirás que me tropecé saliendo del coche, justo en la acera.

—No hace falta que finja preocupación, porque realmente la tengo.

—Entonces prepárate, porque pronto va a comenzar la función.

—Por favor, Lucía, revisa ese teléfono. Tiene rato vibrando —frunció el ceño. Yo creía tenerlo en tono alto, pero al parecer lo puse en vibración sin darme cuenta después de hablar con Noah.

Tomé el celular y vi tres llamadas perdidas. No pasó ni un minuto antes de que volviera a sonar. Aun así, no atendí. No tenía el valor de escuchar la voz de Gabriel en ese momento. Como no respondí, me envió un mensaje.

“Por favor, Lucía, envíame un mensaje para saber que llegaste bien a tu casa.” No importa si no quieres atender mis llamadas, pero es importante para mí saberte sana y salva”.

Gabriel.

—Qué vergüenza con usted, señora Nancy. Debe pensar que soy un irresponsable que anda con cualquier loca —la vergüenza de Javier era palpable—. ¡La más perjudicada fue mi prima! Aún no salgo del asombro de que se haya atrevido a golpearla.

—No soy quién para señalar, Javier. Lo que sí sé es que no todos tienen la capacidad de canalizar una ruptura. Esa muchacha que vino hoy, tan agresiva y herida, es prueba de ello. Lamentablemente, descargó su dolor sobre Lucía.

Gabriel no intervino. Solo cerró los ojos, reviviendo el beso que Lucía le había devuelto. “Bendita tu luz”, murmuró en silencio. La nostalgia lo devoraba.

—Realmente estoy muy avergonzado contigo, Gabriel. Que Laura se haya atrevido a venir aquí a formar semejante alboroto es más de lo que puedo tolerar.

—Ya olvídalo, Javier. Siempre supe quién era Laura. Aprende de la situación y déjala ir…

Javier notó la pesadumbre en el rostro de su amigo y, sin pensarlo, colocó una mano sobre su hombro.

—Sabes que siempre podrás contar conmigo, ¿verdad?

—Lo sé, Javier —Gabriel lo abrazó y le apretó la mano.

—Bueno, ahora sí me marcho. Uno de los dos debe ponerse la cabeza en su lugar y atender al nuevo proveedor mientras el otro se recupera. Faltan solo cinco días para el evento y deseo que ganes. El premio en efectivo nos vendría muy bien para la inversión que tenemos en mente.

—De eso no tengas dudas. Este tobillo inflamado no será piedra en mi camino para obtener ese premio. Júralo: les daremos el espectáculo de sus vidas a esos estirados.

—Ahora sí suenas como Gabriel.

—Vamos a crecer, Javier… vamos a crecer.

Nancy los miraba en silencio. El eco de Lionel Duarte de León, su padre, resonaba en Gabriel: el mismo espíritu emprendedor, la misma obstinación.

—Javier —dijo Gabriel, con voz urgente—, antes de que te vayas, márcale a Lucía. Salió tan alterada de aquí que no puedo quedarme tranquilo.

Javier asintió sin decir nada y sacó su celular. Al tercer timbrazo, Lucía contestó.

—Hola, Lu —dijo Javier, tratando de sonar sereno—. Solo quería saber cómo vas… cómo te sientes.

Gabriel lo miraba con ansiedad apenas disimulada. Nancy lo notó y se le encogió el corazón.

—¿Mi roja está bien? —preguntó Javier, casi sin aliento.

—Están bien. Ya casi llegan a casa de mis abuelos —respondió Javier a Gabriel para calmar su ansiedad. Luego suspiró, aliviado—. Avísame cuando lleguen, ¿sí? Y dime qué le van a decir a mi tía para justificar ese golpe… Dios, Lucía, perdóname —murmuró, antes de despedirse y colgar.

—¿Cómo está? —insistió Gabriel, con una urgencia que erizaba la piel.

—Te lo acabo de decir: están bien. Ya casi llegan.

Cuando Javier se fue, Gabriel intentó llamar de nuevo. El mismo silencio. Otra vez. Una mano firme le arrebató el teléfono.

—Basta, Gabo. Ya no más insistencias.

—Si no la escucho, no voy a calmarme —dijo con voz quebrada, casi suplicante.

Nancy lo miró con preocupación. El cúmulo de ansiedad que se apoderaba de su hijo le helaba el corazón.

—Javier, te lo acaba de confirmar. Confía en eso. Cálmate, por favor. Te juro que… ya no te reconozco.

Gabriel respiró hondo, frotándose el rostro con ambas manos. Sabía que su madre tenía razón, pero las emociones lo desbordaban.

—Levántate. Vamos a la camilla de relajación.




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