El escándalo que armó mi madre al verme el labio hinchado fue incontrolable.
—Por favor, mamá, bájale al drama —rogaba yo, intentando sonar convincente—. Ya te expliqué que me caí subiendo la acera, distraída con el teléfono.
—Seguro que al celular no le pasó nada, ¿verdad? —replicó con sarcasmo.
—Por suerte, no. No tengo un peso para comprar otro —forcé una sonrisa.
—Ese estatus ya cambió, ¿o me equivoco? ¿Acaso tu novio no es Noah Duarte de León?
—Eso fue un golpe bajo, mamá —protesté, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.
Mi abuelo, testigo silencioso de mi caída fingida, intervino con severidad.
—¿Anastasia, te estás pasando? Yo vi cómo se cayó mi nieta.
Me sentí peor. No solo había mentido, sino que también había arrastrado a mi abuelo a esa farsa.
—Tienen razón —cedió mi madre con un suspiro pesado—. Perdóname, hija. Estoy tratando de aceptar tu elección… pero me cuesta. De todos los hombres, ¿tenía que ser Noah Duarte de León? Esa familia… parece no tener alma. Y Hilda Duarte de León… sus ojos son dos cañones letales.
—La vida lo quiso así —susurré, con un nudo en la garganta.
Mi madre suspiró de nuevo, derrotada.
—En fin, me disculpo con todos. También contigo, Verónica. No quiero parecer histérica… aunque aún me faltan años para eso.
—No te preocupes, Anastasia —dijo Verónica—. Sé que lo haces por amor. Eres una madre leona, y eso no se te puede reprochar.
Tocaron a la puerta. Me levanté, pero Verónica adivinó la tensión y me detuvo.
—Buenas tardes, señora. ¿Vive aquí la señorita Lucía Ruiz? —preguntó un mensajero.
—Traigo un paquete para ella.
Mi madre firmó la planilla con una mezcla de ironía y orgullo.
—¡Puedes decirle a Lucía que su paquete llegará sano y salvo!
Verónica contuvo un gesto de fastidio; sabía que la actitud de mi madre no acercaría a nadie.
De vuelta en la sala, mi abuelo recibió el paquete con entusiasmo.
—¡Es grande! ¡Ábrelo, que tengo curiosidad!
Rasgando el envoltorio con manos temblorosas, confirmé lo que intuía: la guitarra de Noah.
—¡Lo que tanto deseabas! —celebró Verónica. En cambio, el rostro de mi progenitora era otra cosa.
El peso de su desaprobación no arruinaría este momento. Tomé el sobre que acompañaba la guitarra y leí la nota:
"Hoy me he sentido romántico. Contemplé durante largo rato la guitarra que guardo en la sala… la misma que supiste admirar con tanta pasión. Cada vez que la veo, me recuerda a ti: tu voz, tu fuerza, la manera en que hiciste vibrar sus cuerdas hasta que la música se fundió con tu alma. He sido negligente con nuestro romance, y te pido perdón. Esta guitarra ya no me pertenece. Es tuya, como muchas otras cosas que ya se han convertido en tuyas sin que me diera cuenta. Con todo mi amor, Noah."
La sonrisa que floreció en mi rostro respondió por mí. Mi madre frunció los labios con amargura.
—Perfecto, Lucía. Ya no tendrás que ahorrar para cumplir tu capricho. Cortesía de mi jefe, el presidente ejecutivo Noah Duarte de León —espetó antes de marcharse, dejando tras de sí un rastro de indignación.
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad…
La noticia que Ofelia había llevado a Hilda Duarte de León explotó como una bomba en su corazón. Sin perder un segundo, convocó a su hermano Lionel y a su sobrino Alexander a una cena de “carácter obligatorio”. Ambos entendieron de inmediato que algo grave se avecinaba.
Llegaron puntuales. Hilda los recibió con su copa más cara en la mano, esbozando una sonrisa helada.
—Bienvenidos —saludó, besando a su hermano en la mejilla.
—¿Qué pasa, Hilda? —preguntó Lionel, directo—. Siempre haces estas cenas para amortiguar algún estallido.
—Lo sabes bien —respondió ella, pausando antes de continuar—. Pero si los chismes vienen acompañados de pruebas, querido, hay que tomarlos en serio.
Alexander rio con despreocupación, pero su risa se cortó al instante.
—¿Tiene que ver con la empresa? —inquirió Lionel, frunciendo el ceño.
—Todavía no… pero si no actuamos rápido, esta bola de nieve podría sepultarnos —advirtió Hilda, dejando entrever que el peligro no era menor de lo que parecía.
—Sin embargo, primero —añadió, dejando la copa a un lado—, cenemos. Lo que mandé a preparar ya está listo.
Mientras el eco de la risa helada de Hilda se mezclaba con el tintinear de las copas, Alexander Duarte de León supo que esta tormenta apenas comenzaba… y que su hermano Noah no era la única pieza en juego.
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Nota del autor:
Nunca subestimen el poder de una guitarra 🎸 … Ni de una madre con un radar para los dramas familiares. Y sí, Lucía todavía tiene la capacidad de inventar caídas épicas solo para mantener a todos en tensión.
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Editado: 03.09.2025