Hilda Duarte de León no dudó ni un instante antes de acercarse al lugar donde entrevistaban al ganador. Lo observó con detenimiento, lentamente, como si quisiera grabar cada detalle en su memoria. Cada gesto, cada movimiento, la convencía más de que aquel joven poseía los mismos ojos que su difunto padre.
—Dios mío… sus ojos —murmuraba como una letanía, hipnotizada por aquella mirada única.
Cualquiera que escuchara sus palabras podría pensar que se trataba de una casualidad. Pero no lo era. Había diferencias sutiles, casi imperceptibles, que Hilda reconocía al instante: la forma exacta de los párpados, la intensidad en la mirada, la expresión que se repetía como un eco del pasado. Incluso la sonrisa era idéntica a la de Ethan Duarte de León.
Permaneció ensimismada, bebiendo cada rasgo de su rostro, permitiendo que la nostalgia y el dolor que la habían transformado en quien era ahora la recorrieran por completo.
La luz del sol iluminaba a Gabriel, resaltando un brillo especial en su cabello castaño oscuro cenizo. Sus labios se curvaban en una sonrisa mientras respondía con seguridad a las preguntas de la entrevista. Cuando los rayos alcanzaron sus ojos, Hilda se quedó paralizada ante el gris moteado de ámbar en sus iris, ese tono amarillento que había hecho famoso el “ojo de lobo” de su padre.
Todo el espíritu de Ethan parecía haberse condensado en Gabriel en aquel instante, y el corazón de Hilda, endurecido por años de secretos y sacrificios, se ablandó. Su sola presencia derribaba las barreras que ella había construido para sobrevivir al mundo.
Ella y su hermano Lionel eran polos opuestos. Hilda, la mayor, fría y reservada, había cargado desde niña con el misterio de su padre y con el peso de un destino que la superaba. Sabía cosas que los demás ignoraban. Su sacrificio había permitido que Lionel, el hijo consentido, carismático, pero ciego al pasado, representara la arrogancia del linaje: la creencia en las apariencias, en la riqueza, pero no en la verdad.
—Sin desearlo, fui la elegida para ser la guardiana del secreto —susurró para sí, los ojos fijos en Gabriel—, mientras mi hermano sigue inconsciente, portador de un destino que ni siquiera comprende.
—No es solo la impresión de querer verlo… —pensó, reconociendo una mezcla de sorpresa y nostalgia que no esperaba sentir.
Mientras Hilda analizaba aquel rompecabezas, Nancy Argüelles volvió a acercarse a Gabriel. Hilda contuvo el impulso de intervenir; respiró hondo, manteniendo la calma y la frialdad que la caracterizaban. Sacó su celular y marcó un número.
—Necesito otro informe completo —dijo con voz firme—. Quiero que investiguen absolutamente todo sobre Gabriel y Nancy Argüelles, madre e hijo. Les enviaré una foto de inmediato.
Sin perder tiempo, apuntó con la cámara, capturó la imagen de Gabriel y la envió a su investigador. Cada segundo contaba, y Hilda lo sabía.
Mientras Hilda enviaba la foto a su investigador, su atención volvió a la multitud que rodeaba a Gabriel. Entre risas, saludos y felicitaciones, podía ver cómo su presencia —y la de aquellos que lo rodeaban— comenzaba a formar un nuevo tablero de relaciones que ella aún debía descifrar. Cada gesto de Gabriel, cada saludo de quienes lo conocían, le recordaba lo importante que era comprender no solo su apariencia, sino también su entorno.
Y en ese instante, mientras Hilda evaluaba silenciosa y meticulosamente cada detalle, Gabriel se movía entre los invitados, enfrentando emociones propias que lo desconcertaban, sin saber que alguien desde la distancia lo observaba con ojos llenos de pasado y secretos.
Gabriel no pudo evitar sentirse mal al ver a Verónica, llegar sola para felicitarlo y luego reunirse con Javier. Había albergado la esperanza de que Lucía apareciera con ella, aunque fuera solo para decirle: “Estuviste genial.” Pero, tras ese pensamiento, reflexionó:
—Con Noah en el mismo lugar, eso era muy poco probable, Gabriel.
Verónica saludó a Nancy con mucho cariño, la abrazó y la felicitó por el logro de Gabriel.
—Voy a buscar algo de beber, estoy sedienta —informó Nancy y se dirigió a un punto de venta.
Verónica se acercó a Gabriel.
—¡Eres el puto amo, Gabriel! Dejaste a todos boquiabiertos… Te felicito.
—A todos impresioné, menos a Lucía.
—¿Quién dice lo contrario? —dijo Verónica—. Lucía estaba con el alma colgando de un hilo. Por cierto, tu declaración ha causado polémica. No debiste confesar tu amor en público, y mucho menos con Noah presente. Has dejado a Lucía muy mal parada.
—¿Lucía está bien? —preguntó Javier al ver la expresión de su novia.
—Ella está bien, pero al parecer Noah está bastante molesto por lo que dijiste.
—¡Lucía, no controla lo que yo haga o deje de hacer! —La molestia empezó a dominar al ganador, desplazando el sabor del triunfo.
—¿Dónde está mi prima?
—Se fue con Aarón, él la iba a reunir con Noah.
—¿No sabes si todavía siguen aquí? —preguntó Gabriel.
—Me imagino que sí —respondió Verónica.
Esa respuesta bastó para que Gabriel no lo dudara ni un segundo y se dirigiera a enfrentar a Noah. Javier fue tras él, tratando de persuadirlo para que desistiera, mientras Verónica experimentaba de nuevo ese mal sabor en la boca. “Literalmente debería ponerle un cierre a la boca”, pensó.
Gabriel continuó caminando sin prestar atención a las advertencias. Sabía exactamente dónde estaban los cubículos VIP de los jueces y estaba seguro de que Noah seguiría allí. Su determinación ardía en cada paso.
Al llegar a los estacionamientos privados, Javier lo agarró del brazo, intentando frenar su avance.
—¡Suéltame, Javier! —exclamó Gabriel, la tensión temblándole en la voz—. ¡Vamos a ver qué tiene que decir el magnate Noah Duarte de León en mi cara!
—No estás manejando esto bien. Acabas de ganar, no manches tu imagen —intentó razonar Javier.
—No me importa mi imagen —replicó Gabriel, apretando los puños—. ¿No entiendes que ahora Noah debe estar reclamándole a Lucía por algo que yo dije y que ella ni siquiera tiene que ver?
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Editado: 02.09.2025