¿y si no es suficiente?

LLAMAS GEMELAS

Sentía un torbellino de emociones, pero no encontraba palabras para nombrarlas. A través del espejo retrovisor, vi a Gabriel corriendo tras nuestro coche, intentando alcanzarnos. Esa imagen me desarmó por completo; mis ojos se llenaron de lágrimas y los sollozos que había contenido comenzaron a brotar, temblando en cada respiración. Aarón, a mi lado, comprendió mi dolor sin necesidad de palabras; con un gesto de consuelo, puso su mano sobre la mía y me abrazó, firme y silencioso.

Es curioso cómo la vida habla a través de los actos. Hace apenas unas semanas, estaba convencida de que Noah era el único hombre que quería a mi lado; mis sentimientos eran claros y definitivos. Sin embargo, mi corazón me traicionaba, revelando emociones que no esperaba. Ver a Gabriel correr hacia mí, suplicando que me bajara del coche, temeroso de que me hicieran daño, me estremeció hasta lo más profundo, haciendo que en un instante todo lo que creía sólido se desmoronara. Reconocer lo que él significaba para mí, aceptar cuánto me importaba su vida, derrumbó la realidad que había construido con tanto cuidado.

Contemplé mi rostro en el retrovisor. Las millas nos habían distanciado de Gabriel, que quedaba atrás entre las calles. Mis facciones se habían enrojecido por las lágrimas, reflejando de manera cruel y hermosa el impacto que él tenía en mí. Los recuerdos revoloteaban sin cesar: los pocos, pero intensos momentos compartidos, las risas, las miradas furtivas; toda nuestra relación improvisada, tejida lentamente durante meses, parecía haber estado esperando este instante… mi despertar.

Aarón, con un suspiro silencioso de comprensión, volvió a colocar su mano sobre la mía, abrazándome con fuerza. Mientras tanto, la voz de Gabriel se reproducía en mi mente, suave y persistente.

—“No dejes que se apague la luz”—

Ese eco se repetía una y otra vez, entrelazándose con el recuerdo de sus palabras sobre mi nombre. “Luz”. Nuevamente, el llanto volvió a mí; nunca había querido lastimar a nadie.

—No debí alentar que esta pelea se consumara —susurró Aarón con remordimiento—.

Yo permanecí en silencio, incapaz de articular palabra.

—Sin embargo… debo admitir que toda esta situación me ha dejado muy confundido —añadió, con voz más suave—. Lucía, cálmate, por favor, y no le temas a la tía Hilda. Noah nunca ha permitido que se inmiscuya en su vida. Lo único que realmente le interesa es que el escándalo no trascienda.

Escuchaba sus palabras, desvanecerse, mientras mi mente volvía una y otra vez a lo inevitable: no era Hilda quien me perturbaba, sino la brutalidad de la pelea entre Noah y Gabriel.

No pude evitar que regresara a mi memoria el hilo rojo.

"Cuenta la leyenda de que todos nacemos con un hilo rojo atado a la persona que amaremos por siempre, sin importar el tiempo o las circunstancias… El hilo puede estirarse, contraerse o enredarse, pero jamás romperse."

Cerré los ojos y dejé que aquella imagen y aquella leyenda se fundieran en un instante perfecto, sintiendo que algo en mi vida acababa de despertar.

La leyenda aseguraba que quienes están unidos por el hilo rojo estaban destinados a convertirse en llamas gemelas y a vivir una historia trascendental. No importaba el tiempo que pasara ni las circunstancias que la vida pusiera en su camino: su historia siempre se desarrollaría de la misma manera.

Analicé mi propia historia y me sentí atrapada en su complejidad. En aquel sueño, el hilo no solo estaba atado a Noah; también salía de una de las patas de aquel lobo de ojos grises… Mi hilo estaba unido a un hombre y a un lobo. No era únicamente Noah, ni siquiera solo él y yo. ¿Pero por qué? La confusión me envolvía, dejando un nudo en el pecho que me impedía encontrar respuestas.

—Ese sueño no tiene sentido —pensé.

Mi mente se silenció cuando mis ojos ahora se ubicaban en el automóvil que iba delante del nuestro; ahí se encontraba Hilda y Noah. Mi corazón volvía a sentir un vuelco.

Mientras el coche avanzaba, mi mente seguía atrapada entre el llanto y la confusión… En el sueño que me perseguía. El recuerdo de Gabriel corriendo tras nosotros lentamente en se iba mezclando con aquel hilo rojo que me unía a él y a Noah.

—Eres tú … El lobo de ojos grises que aparece en mí sueno junto a Noah, eres tú … Gabriel.

Cada latido de mi corazón parecía recordarme que mis sentimientos estaban divididos, y que mi destino inevitablemente estaba atado a dos hombres distintos, y que ninguno de ellos podía ser ignorado.

El paisaje que pasaba por la ventanilla desapareció en un borrón mientras mis pensamientos se volvían más intensos y dolorosos. La rabia, la frustración y la pasión que había visto desbordarse entre Gabriel y Noah me alcanzaban a la distancia, y no pude evitar sentirme atrapada en el epicentro de su conflicto.

Al mismo tiempo, volvía a mí la imagen del estacionamiento, la furia de Noah se desbordaba como un torrente incontrolable. Sus puños, su respiración agitada y el brillo salvaje en sus ojos eran un reflejo de la tormenta que ahora también agitaba mi corazón. Aunque yo estaba atrapada en mi propia confusión, podía sentir la intensidad de su ira resonando en el aire, presagiando que la batalla no había terminado… y que la historia de los tres estaba apenas comenzando.

Entretanto, en el otro vehículo, sumido en una atmósfera incómoda, la ira era lo único que se desbordaba de cada poro de Noah. Hilda lo observaba con el rostro serio e imperturbable, tomando nota de la herida en su sien y de la inflamación que comenzaba a marcar su frente.

Un recuerdo punzante cruzó su mente: la tragedia de la madre de Noah, su cuñada Claudia. No era solo una cuñada, había sido como una hermana y su mejor amiga. Siempre le reprochó a la vida que Claudia hubiera muerto a causa del cáncer, mientras que el egoísta de su hermano Lionel quedaba ante la sociedad como un viudo “respetable”, sin que nadie supiera que en algún lugar existía un hijo suyo.




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