Ya a solas, Lionel abordó a Noah.
—Cierra la puerta, por favor. —La inquietud en su voz era palpable. Luego agregó: —Siéntate, hablemos. Cálmate… pronto saldrás de esta casa que tanto te atormenta.
Noah obedeció con la rigidez de un soldado. Lionel, incapaz de disimular el malestar en su semblante, lo observaba, mientras el muchacho se recogía en sí mismo, erigiendo sus defensas en un muro invisible.
—Papá, antes que nada… no pienso permitir que le falten al respeto a Lucía solo porque no proviene de una familia privilegiada como Ofelia. ¡Alexander no tiene derecho a llamarla “zorra”! —la voz de Noah tembló de furia—. Es la mujer que amo.
Lionel lo miró fijamente, suspirando.
—Entonces es un hecho, Noah… ¿La amas? O quizá es la mentira en la que quieres creer. Una mujer que sea lo contrario a nosotros, para avergonzarme, para vengarte de mí… No me trago esa historia. Y si de verdad la amas, vaya… solo bastaron unos pocos días para que cayeras. Tengo entendido que llevas apenas unos meses con ella, y ya actúas como si quisieras llevarla al altar.
Noah sonrió con sarcasmo.
—Entonces me parezco más a ti de lo que quisiera admitir. ¿No te bastaron “semanas” para convertir un idilio fugaz en una doble vida? Lo recuerdo bien: mamá acababa de dar a luz a Alexander. Tu viaje de trabajo, de apenas catorce días, se convirtió en meses… luego en un año. Ella lloraba amargamente, y tú lo sabías. Una cosa es enterarse, y otra vivirlo. Para su mala suerte, padecía depresión posparto. ¿Y tú dónde estabas? ¡Paseando por las calles de Florencia con tu otra vida en Italia!
Las palabras de Noah eran dagas encendidas, lanzadas con toda la intención de herir.
—Yo la escuchaba llorar detrás de esa puerta —prosiguió—, mientras tú disfrutabas del vino toscano. Yo era un niño, no entendía lo que sucedía dentro de mí. Pero al crecer, todo tomó sentido. Los viajes continuaban… y mi abuelo terminó siendo más padre que tú. Y justo antes de que regresaras de tu idilio, lo encontraron asesinado. Fue el único que me entendió.
Lionel bajó la mirada; su voz se quebró.
—No menciones a mi padre, Noah. Nunca me perdonaré no haber estado en casa cuando lo hallaron muerto.
Pero Noah lo ignoró.
—Después nació Aarón. Tu ausencia se prolongaba más y más, hasta que mamá enfermó. ¿Y tú qué hacías? ¡Dándote la gran vida! No sé a quién odio más: a ti, por falso y egoísta, o a ella… por ser tan sumisa, incapaz de dejar a un hombre que nunca la amó.
—¡Basta, Noah! —rugió Lionel, su voz cargada de culpa—. Sí, no fui un buen padre, lo sé. Egoísta, inmaduro… arrastré a muchos en mi camino. Pero llegué a amar a tu madre, aunque no lo creas. Fue mi primer amor, nos conocíamos desde niños. Sin embargo, su conformidad… esa manera de hacer siempre lo que mi padre le exigía, sin cuestionar, fue apagando lo que sentía.
—Qué fácil es echarle la culpa a otros —río Noah con amargura—. ¿Alguna vez se lo dijiste? ¿Alguna vez tuviste el valor de imponerte? ¡Tu lealtad siempre fue para tu familia, no para ella, ni para nosotros!
—¡No es cierto! —replicó Lionel, con un golpe seco en la mesa—. Yo los amo, Noah. Son mi mundo, lo único que tengo.
—Extraña manera de demostrarlo, papá —espetó Noah—. Me viste hundirme en mi matrimonio con Ofelia, te pedí ayuda para divorciarme y siempre respondiste “no”. La única que me mostró lealtad fue mi tía Hilda… de quien menos lo esperaba.
—Quería que lo intentaras —murmuró Lionel, con un dejo de derrota—. No deseaba que tu matrimonio fuera el fracaso que fue el mío.
—¡Ofelia me asfixiaba! —la voz de Noah se quebró—. Yo estaba sumido en el dolor por la pérdida de mamá. Entre hospitales y procedimientos, me sentía un espectador impotente de su agonía. ¡No podía soportar verla en esas sillas mientras le colocaban la quimio por un catéter! Aquellas clínicas me persiguen todavía; huelen a muerte… —cerró los ojos con rabia contenida—. Y tú… te aprovechaste de la grieta que había en mí para imponerme a Ofelia.
Lionel palideció.
—Pensé que la amabas. Todos lo creímos.
—Me gustaba, que es distinto. —Noah soltó una risa amarga—. Pero tú y Antonello vieron en eso la oportunidad perfecta para unir familias.
—Nunca he querido el mal para ti, hijo.
—No estuviste para mamá, ni para mí. Y eso no te lo perdonaré jamás. Tampoco que no estuvieras cuando mataron a mi abuelo. —La voz de Noah temblaba de furia—. Él era lo único que me entendía… y cuando murió, mi abuela se consumió en tristeza. ¡Fuiste cruel con la enfermedad de mamá! Yo te admiraba, papá… y tú destruiste todo.
El rostro de Lionel se contrajo de dolor.
—Es insoportable ver en tus ojos ese odio insondable hacia mí. No voy a justificarme: fallé, tuve miedo. A veces la vida se siente como una carga imposible de sostener. Pero mientras tengamos fe y estemos unidos, podemos superar las dificultades. Yo solo quiero verte feliz. Esta chica llegó hace poco a nuestras vidas y no ha traído más que problemas. Temo que no la ames de verdad y que la uses como un arma contra nosotros. Y si es así, Noah, estarías arrastrando a una inocente a un círculo que tanto desprecias.
Noah lo miró con desdén.
—Bonito discurso… pero no me lo creo. No me conoces ni conoces mis sentimientos. Te lo advierto: no quiero que te acerques a Lucía, y mucho menos a mi tía Hilda.
—Deberías ser más agradecido con ella. —Lionel levantó la voz—. Fue más que una tía para ustedes, los apoyó cuando yo no estuve, incluso te ayudó a salir de tu matrimonio con Ofelia. Tu madre la adoraba.
—También es una controladora —escupió Noah—. Siempre dictándonos qué hacer.
—Solo quiere lo mejor para ustedes.
—Ese tema se acabó. —Noah se inclinó hacia delante, sus ojos ardiendo—. Ahora escucha: Alexander amenazó con despedir a la madre de Lucía. Mi deber es protegerla, y lo haré.
Lionel apretó los puños.
—Aunque lo veas como una venganza de tu hermano, si bajas tu ira, entenderás que, en el fondo, tiene razón. Si de veras la amas y planeas un futuro con ella, lo correcto es que su madre ya no trabaje en la empresa.
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Editado: 23.09.2025