¿y si no es suficiente?

CUANDO LAS ALMAS SE BUSCAN

“Hay encuentros que trascienden el tiempo y la razón, momentos en los que las almas se reconocen aunque los cuerpos quieran separarse.”

Gabriel contemplaba desde la distancia cómo Noah y Lucía se besaban. Fingir que no le dolía era un engaño a sí mismo. Que fuera Noah quien la tocara, lo martirizaba. “¿Cómo puede llamarse pérdida, algo que nunca fue mío?”, se repetía, mientras sus pies quedaban inmóviles junto a la motocicleta.

Vio a Noah subir al coche y luego el último beso de Lucía antes de que encendiera el motor. Ese instante se le volvía eterno. Gabriel cerró los puños, sintiendo un calor pesado en el pecho.

Cuando Lucia alzó la mirada, lo vio. La sorpresa de encontrarse con su presencia la paralizó un segundo. Su corazón latía con fuerza; se dio cuenta de que él había estado ahí, siempre observando, siempre cerca.

Gabriel, consciente de que ella lo había notado, se subió a la moto y encendió el motor. El plan de huida despertó en Lucía un impulso irracional: debía detenerlo. Corrió hacia él, atravesándose delante de la moto.

—¡Gabriel, no te vayas! —su voz tembló, cargada de urgencia.

El lenguaje corporal hablaba por ellos. Miradas que decían más que mil palabras, respiraciones entrecortadas, la tensión palpable en el aire.

Se giraron el uno hacia el otro, conmocionados. Los ojos de Gabriel y Lucía se dilataron. Él la contempló fijamente, y sin proponérselo, su mirada buscó sus labios. Era un beso silencioso, hecho solo con los ojos. Se mantuvieron así, atrapados entre lo no dicho y lo imposible de callar.

—No tengo nada que hacer aquí —dijo Gabriel, por fin, la voz quebrada.

—Javier está adentro —respondió Lucía, intentando sonar casual, pero su corazón traicionaba cada palabra.

—Por favor, dile que vine. Después yo me comunicaré… —Gabriel respiró hondo, tratando de contener la marea de sentimientos que lo dominaba—. Y Lucia… espero que tu abuela esté bien.

—Está estable, gracias por preocuparte.

—Es un alivio —sus dedos rozaron el casco mientras lo ajustaba—.

Lucía lo detuvo de nuevo, el cuerpo temblando al enfrentar la realidad de lo que sentía.

—No quiero que te vayas así. Nunca quise hacerte daño. Me importas demasiado, y duele que no quieras mirarme a los ojos.

Gabriel se quitó el casco, su mirada intensa, su respiración pesada.

—¿Cómo quieres que actúe, Lucía? —sus manos se tensaron sobre el manubrio—. Verte con Noah… vine hasta aquí por tu abuela, por ayudarte… y porque este corazón necio no entiende de razones. Te prometí, no traerte problemas, y mírame ahora, rompiendo mi promesa. No puedo verte sin sentir la necesidad de besarte. Esta es mi amarga verdad.

—No me has causado problemas… y tú eres el mejor amigo de Javier —sus palabras eran vacilantes, incapaces de reflejar lo que sentía de verdad.

—Es mejor que me vaya. Todo se ha dicho entre nosotros. Duele, sí, porque sé que podríamos haber tenido algo grandioso. Me enamoré de ti desde el primer día… No entiendo por qué sigo aquí, amándote, cuando ya perteneces a otro —su voz se quebró, y la rabia contenida se filtró en cada palabra.

Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas. Estaba frente a él, sin comprender por qué no podía dejarlo ir. Sus manos temblaban sobre el manubrio, impidiendo que encendiera la moto.

—Te pido que me dejes ir… —su voz era un hilo.

—No sé qué me pasa, Gabriel… No quiero que te vayas —Lucía tembló, incapaz de apartarse.

—Aún no lo ves, ¿cierto? Dices amarlo, besarte con él… y, aun así, te duele que me marche. ¿Qué quieres, Lucía?

—Entender qué me pasa —susurró.

—Eso solo tú puedes responder —sus palabras eran firmes, el dolor contenido en cada sílaba—. Yo sí sé lo que siento. Te conocí y no volví a ser el mismo… Ahora me pregunto si volveré a ser quien era antes. ¿Soy lo suficientemente fuerte para cambiar? Esto está en mi sangre.

—Detente —pidió Lucía, un temblor recorriéndole el cuerpo. Pero él continuó, como un río que no podía contenerse—. He llegado demasiado lejos para escapar, y me mata estar sin ti.

Lucía sintió cómo su frustración explotaba. Arrancó la llave de la moto de sus manos y comenzó a desahogarse.

—¡Yo estaba tranquila con Noah! Nos conocimos… y de pronto… tú apareces, diciendo todo eso, envenenando mi mente, robándome besos… declarando tu amor a los cuatro vientos —sus palabras temblaban, y la cercanía de Gabriel la hizo estremecerse. Su piel se erizó, un calor intenso iluminando su cuerpo, como una pócima que calmaba y ardía al mismo tiempo.

—Lucía… aún no quieres aceptar que nuestras almas se conectaron desde el primer momento —sus manos rozaron las de ella, un contacto mínimo pero cargado de electricidad—. Los cielos te enviaron a mí. Recuerdo aquel día en mi tienda, tu miedo… tu sonrisa que lo cambió todo. Eres mi inspiración. Pero tienes miedo.

Una lágrima amenazó con caer; Lucía la contuvo con fuerza.

—¿Cómo culparte por tus dudas? —susurró Gabriel—. Si amaras a Noah, no habría vacilación. Ese es un camino que debes recorrer sola. Pero te prometo algo: pase lo que pase, estaré ahí. Solo no me pidas ser tu amigo… no puedo. Te quiero más de lo que sabes, hoy, mañana y siempre.

Lucía quedó sin palabras.

—Una vez escuché decir “Si amas, deja ir”, pero no sé si funciona para mí… dejémoslo a la suerte.

Gabriel la miró un instante más, encendió la moto y se marchó sin volver la vista atrás.

Ella permaneció en el estacionamiento, inerte, con dudas, revoloteándole en la mente. Sabía que debía replantearse su decisión. Sus palabras resonaban: «es un camino que deberás enfrentar sola». Solo entendería su peso cuando la vida le mostrara la verdad.

El rugido del motor parecía retumbar en su pecho, mezclándose con el vacío que dejaba su partida. Cada segundo que lo veía alejarse se sentía más largo, más cruel. Un frío extraño le recorrió la espalda, mientras el corazón le latía desbocado, aferrándose a la imagen de él, al recuerdo de sus palabras, al eco de su voz. Sintió que algo dentro de ella se quebraba, pero a la vez despertaba un fuego que no podía ignorar: la certeza de que Gabriel había dejado una marca imposible de borrar.




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