Javier estaba consumido por la preocupación: Gabriel no respondía el teléfono desde hacía tres días. No había aparecido en el negocio, los empleados preguntaban por él y los proveedores comenzaban a impacientarse. La ironía era cruel: tras ganar la competencia, su popularidad había crecido, pero lo que realmente había quedado grabado en la memoria de todos no fue su triunfo, sino la declaración pública de amor a Lucía.
Aquel gesto, tan impulsivo como sincero, se volvió contra él. En cuestión de horas, las redes sociales estallaron con un rumor devastador: Lucía Ruiz era la novia del magnate Noah Duarte de León. Y no había nada más voraz que un chisme encendido en internet. Gabriel entendió demasiado tarde que sus ímpetus, muchas veces, eran cuchillos dirigidos a su propia garganta.
Frente a la casa de Gabriel, Javier estacionó con nerviosismo. Tocó la puerta y fue recibido por Nancy, que lo miró con gesto apesadumbrado antes de invitarlo a pasar.
—¿Gabriel está bien? —preguntó de inmediato, casi sin respirar—. Llevo tres días intentando localizarlo y no atiende mis llamadas.
—No está bien —respondió ella, bajando la voz—. Está más hermético que nunca… y no está en la casa.
En la voz de Nancy se traslucía dolor y preocupación.
Javier sintió cómo la sospecha lo atravesaba: todo debía estar relacionado con lo que Gabriel había visto en el hospital… aquel beso entre Noah y Lucía.
—¿Sabes adónde pudo haber ido?
—Salió en su bicicleta —respondió Nancy.
—Perfecto, creo saber dónde está —afirmó Javier, apretando la mandíbula. Se despidió rápido y volvió a su coche.
Desde la carretera, el rugido de las llantas sobre el asfalto le anunció que estaba cerca. El BMX Park apareció ante él y, al estacionar, lo vio: Gabriel volaba sobre las rampas, encadenando piruetas con una precisión que rozaba lo sobrehumano.
Javier guardó silencio, observando a su amigo. Reconocía en él al mejor rider que había visto jamás. Admiraba cómo se liberaba a través de cada salto, de cada giro, como si el dolor pudiera transformarse en velocidad, en estilo, en pura fluidez. Aquella era su forma de exorcizar demonios.
Gabriel notó su presencia, frenó, y caminó hacia él. El sudor le perlaba la frente, pero sus ojos cargaban una tormenta.
—Me tienes preocupado, hermano —soltó Javier—. Y no solo a mí… tu madre también. Lucía me contó que estuviste en el hospital. ¿Por qué no me llamaste?
Gabriel guardó silencio unos segundos, respirando hondo, hasta que finalmente habló:
—Tienes razón. Debí haberte llamado… y quizás así hubiera evitado ir. Pero no. Una vez más la vida me dio una lección. No es grato chocar con la misma piedra, Javier… y esta terquedad amenaza con destruirme a mí mismo.
—Siento mucho que hayas tenido que presenciar esa escena de Lucía y Noah —dijo Javier, con voz grave—. ¿No crees que ya es hora de dejar atrás ese sentimiento?
Gabriel levantó la mirada, herida y desafiante.
—No es un capricho, Javier. No es deseo… es amor. Y aunque duela, lo que no te mata te fortalece.
—¿Amor? —replicó Javier con un dejo de impotencia—. ¿No te das cuenta de que te está consumiendo? No has ido al negocio, no respondes a nadie. No sé qué demonios te dijo esa tía de Noah, pero fue suficiente para hundirte. Y te lo digo como amigo, como hermano: Lucía está ciega por ese tipo. Noah pagó todos los gastos de mi abuela… y habló de matrimonio.
El rostro de Gabriel palideció. Aquella última palabra lo golpeó como un mazazo en el estómago. Javier se arrepintió al instante de haberla mencionado, pero ya era demasiado tarde.
—Así que… Noah va con todo —murmuró Gabriel entre dientes, con los ojos encendidos en una mezcla de rabia y dolor.
—Sí, Gabriel… tú debes cerrar ese ciclo. Yo te conozco, eres más que mi amigo… somos hermanos.
—Hermanos… —repitió Gabriel con una sonrisa triste, recordando el vínculo profundo que lo unía a Noah.
—Sé que la vida no es fácil y que aún eres joven —continuó Javier—. Todas estas responsabilidades: el trabajo, el negocio, llevar las cuentas de tu casa… y ese enamoramiento fallido con Lucía. Sé que te están afectando. Como tu amigo, te entiendo. Estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Escríbeme cuando quieras si necesitas alguien con quien hablar. Deja que tus heridas se curen, ya sea de relaciones pasadas o simplemente para hablar de cómo te sientes contigo mismo y con los demás. Necesitas relajarte.
—No sé si alguna vez has pasado por esto… —Gabriel tragó saliva, sus ojos brillaban de dolor—. Cuando realmente amas a alguien y esa persona no siente lo mismo… es como si te arrancaran el corazón, lo rompieran en mil pedazos con un martillo gigante y luego lo quemarán en una hoguera inmensa. Hay un monstruo negro que pesa sobre mi pecho y estoy tan azul que ya no puedo sentirme a mí mismo. Duele demasiado… Tú no eres la causa, pero no hay consuelo que alivie esto.
Javier lo observaba, impresionado por la crudeza de sus palabras, y, sin embargo, no dejaba de insistir.
—Tu prima no está enamorada de ese tipo.
—¡No puedes continuar así! No puedes enfrascarte en una ilusión que solo tú ves. La realidad es que ella continúa con Noah.
Las palabras de Javier eran crudas, pero necesitaba que su amigo entrara en razón.
—Y su despertar va a ser muy doloroso… cuando se dé cuenta de que está equivocada —dijo Gabriel, bajando la voz—. Pero quédate tranquilo: aunque me duela el alma, no voy a buscarla más.
—Es doloroso… pero pienso que es lo más racional.
—No lo hago por mí —añadió Gabriel, apretando los puños—. Lo hago porque se lo prometí a mi madre. Ella no desea que yo tenga más problemas con Noah Duarte de León.
—Es comprensible… ese hombre es muy influyente.
—Y también es mi medio hermano —susurró Gabriel. Los ojos de Javier se abrieron como platos ante la confesión inesperada.
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Editado: 23.09.2025