El malestar físico seguía jugándome una mala pasada. Esa incomodidad en las muñecas que no quería admitir persistía. La fiebre había desaparecido, pero el cansancio y el conflicto emocional permanecían.
Mi madre había sido despedida de la empresa por Alexander, así que el cheque de la liquidación, junto con las pensiones de mis abuelos y lo que yo ganaba a tiempo parcial, nos mantenía a flote. Mi tío Gilberto también ayudaba, aunque tenía a su esposa, y Javier estaba bien gracias a su emprendimiento junto con Gabriel. Agradecí que Noah asumiera los gastos de la clínica para mi abuela.
—Lobo gris —pensé en Gabriel, sacudiendo la cabeza para no dejarme llevar por la nostalgia—. Debo mantenerme enfocada. Mi prioridad es Noah; gracias a él, la abuela está bien atendida.
—Lucía, por favor, ve al almacén y trae uno de los nuevos modelos de la colección. Colócalo en uno de los maniquíes, que es hora de preparar la nueva exposición —me pidió Marcela, sacándome de mis pensamientos.
—Enseguida, señora Marcela —respondí, recuperando el hilo de la realidad.
Traje el pedido y comencé a colocar el vestido sobre la base de la mesa. Ayudé a una compañera con otro maniquí, cuando sentí que alguien había entrado.
—¡Buenos días, señorita! ¿En qué podemos servirla? —la voz de Marcela sonó complaciente, con un matiz de admiración.
Me giré para ver a la cliente y deseé no haberlo hecho. Frente a mí se erguía Ofelia Ortega del Pino, la exesposa de Noah.
Respiré hondo para no mostrar mi ansiedad y la saludé cordialmente. Su sorpresa inicial se transformó en una sonrisa encantadora, imperturbable. Mi corazón comenzó a latir violentamente.
Marcela, ajena a mi tormento interno, conversaba animadamente con Ofelia, pero yo solo podía concentrarme en no perder la compostura.
—Es un honor tener a alguien como usted aquí en mi humilde boutique —Marcela se inclinaba en atenciones, mientras Ofelia ni siquiera la miraba, fija en mí.
Decidí mantenerme fría y educada. Sabía que su visita solo podía significar una cosa: “Noah Duarte de León”. Sus zapatos y cartera Prada confirmaban mis sospechas.
Ofelia ajustó ligeramente el bolso sobre su brazo, luego jugó con un mechón de cabello, sonriendo con demasiada lentitud.
—He oído hablar muy bien de su local. El foro decía que tienen un servicio excelente y un personal amable. Me gusta probar cosas diferentes cada día; quizás sea su estrella de la suerte y haga que su boutique alcance un nivel más alto —dijo, sin apartar la mirada de mí.
La sonrisa de Marcela se ensanchó, seducida por las palabras de Ofelia. Yo, en cambio, sentí un nudo en el estómago y un temblor sutil en las manos.
—No sabe lo emocionada que me hacen sentir sus palabras —respondió Marcela con un hilo de voz, entretanto yo luchaba para que no se notara mi pulso acelerado ni la garganta seca.
Ofelia mantuvo su mirada fija, evaluándome como si pudiera atravesar cada pensamiento mío.
—Quiero ver el vestido que sus empleadas le estaban colocando a ese maniquí —dijo Ofelia, desviando la mirada hacia mi distintivo y exigiendo—: Que la señorita Ruiz me atienda.
—Lucía, deja lo que estás haciendo y atiende a la señorita Ofelia Ortega del Pino; trátala como la reina que es —ordenó Marcela, alejándose para atender unas llamadas.
Quedé sola con Ofelia. No podía ignorarla, y, al igual que ella me evaluaba, yo la estudiaba con atención.
Era joven, atractiva, y su sonrisa irónica se deslizaba lentamente sobre sus labios. Ajustó su bolso y, con un gesto casi calculado, jugó con un mechón de su cabello mientras me observaba.
—¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí? —preguntó, su voz era extrañamente calmada, casi nerviosa, como si intentara convencerse a sí misma de algo.
Me giré para enfrentarla. Este juego del gato y el ratón ya no me gustaba.
—No mucho tiempo —respondí seca y cortante—.
Odiaba mirarla. No era solo por lo insoportable que resultaba; su cuerpo perfecto y su estructura ósea impecable daban la sensación de obra de bisturí. Cada movimiento suyo irradiaba seguridad, control… y amenaza.
Tomé rápidamente el vestido para sacarlo de ese momento incómodo y se lo entregué. Lo dejó caer. Me agaché de inmediato a recogerlo, notando cómo la tensión crecía entre nosotras.
—Deberías quedarte así, agachada en el suelo… muy por debajo de mí, porque ahí es donde realmente perteneces —dijo, y un escalofrío recorrió mi espalda.
Me levanté, poniéndome frente a ella, a su mismo nivel. No iba a permitir que una mujer vestida de diseñador intentara humillarme.
—Te ves enferma, es muy evidente que no tomaste bien que por tu causa tu madre perdió el trabajo de fregar pisos en la empresa de mi suegro.
—Al fin muestras tus verdaderas intenciones. ¿Te hubieras ahorrado el viaje? Y sí, lamento mucho que por mi causa el hermano de Noah, “mi prometido”, su envidioso y soberbio hermano Alexander, haya despedido a mi mamá… Te recuerdo que el padre de Noah, ya no es tu suegro, dejó de serlo cuando Noah se divorció de ti. —La sonrisa de Ofelia se borró de manera inminente.
Su sonrisa se desvaneció de inmediato.
—Es cierto, no vine a ver trapos de boutique. Vine a conocer a la mujer que tiene embaucado a Noah, y la decepción me precede… —comenzó, con voz cortante—. Voy a salvar a Noah de caer tan bajo… como alguien como tú… Tan…
—¿Tan… qué? ¡No me subestimes! —exclamé, dejando que mi furia emergiera—. Alexander humilló a mi madre y no permitiré que te sumes a la lista.
—Alexander actuó correctamente, en tratar la situación como es debido. Por encima se nota lo trepadora que eres, basta ver en donde trabajas.
La sangre se encendió entre mis venas, quería saltarle encima y arrancarle el cabello del cuero cabelludo.
—Tú no eres más que yo, así que no malgastes energía viniendo a insultarme. Tus palabras solo me hacen sentir más fuerte porque logré que Noah girara a verme, a mí, una mujer humilde y sencilla que no precede de linajes reconocidos; y tú, en cambio, has perdido el tiempo. No soy mujer que pelea por hombres, Ofelia. Debería darte vergüenza por estar rogando amor a un hombre que visiblemente ya no te ama. —Mis palabras eran firmes, controlando la rabia que subía.
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Editado: 23.09.2025