¿y si no es suficiente?

ENTRE LOBOS Y TITANES

Hilda llegó con la urgencia con la que había sido requerida. Lionel la esperaba en el estudio, recostado en su silla, sosteniendo un vaso mientras contemplaba la absenta Hapsburg Gold Label, con un gesto entre cansado y pensativo. La bebida verde con matices azules parecía diluir su mente al mismo ritmo que el alcohol en su copa.

Al ver la botella, Hilda dedujo al instante lo que él ya había descubierto.

—Vaya —murmuró, con un dejo de ironía mientras se acercaba—. Veo que eliges tu elixir favorito.

—Absenta Hapsburg Gold Label… No sé si fue esta bebida la que inspiró a Shakespeare y compañía —respondió Lionel con voz fría—, pero seguro te ayudará a digerir lo que vengo a decirte… aunque con su graduación alcohólica, también podría martirizarte el alma.

Hilda alzó una ceja, sin sorprenderse.

—¿Desde cuándo lo sabías? —preguntó él, ignorando sus palabras sobre la bebida.

—Desde hace poco. Para ser exacta, lo descubrí el día de la competencia. Tu bastardo tiene los ojos de nuestro padre… el gran lobo gris —dijo, sirviéndose un poco de absenta, alzando su vaso y chocándolo contra el de Lionel.

—Mi padre —musitó Lionel, con una sonrisa cargada de sarcasmo y tristeza—. El misterioso lobo gris, que prefería los bosques a su familia… salvo a ti. Eras la niña de sus ojos.

El rostro de Hilda se ensombreció. Lionel no entendía nada. Ella había sido la sacrificada, la que conoció los demonios de su padre y asumió la responsabilidad de guardarlos. Su sacrificio permitió que su hermano tuviera una vida lo más normal posible junto a sus hijos. Quiso que hubiera sido al revés.

—Salud por las vueltas del destino y esos hilos invisibles que siempre nos unen —dijo Hilda, con voz firme pero triste—. Y eso no es lo peor. Supongo que ya viste el video: dos medios hermanos luchando a golpe seco por el amor de una mujer. Una Helena de Troya ha puesto a tus hijos en contra.

—¡Basta de acertijos! —gruñó Lionel—. Habla claro.

—No son acertijos, son comparaciones acertadas —replicó Hilda, apoyándose en la mesa—. ¿Sabías de este hijo?

—¡Estúpida pregunta! —interrumpió ella antes de que él respondiera—. Si lo hubiera sabido, no habría existido poder humano que te alejara de esa mujer. Y ahora resulta que de esa relación nació un hijo.

El dolor de Lionel se reflejaba en su rostro.

—En este mundo hay que valorar cada momento, porque nuestra vida es limitada. Si se van, se van para siempre. La felicidad depende de tomar buenas decisiones… y de no cometer errores que puedan costarnos demasiado. Si hubiera sido por mí, estaría con Nancy, el gran amor de mi vida… pero tú destruiste todo.

—¿Estabas casado con Claudia? —La voz de Hilda era fría, cortante—. Ella esperaba otro hijo tuyo. ¿Qué pretendías hacer? ¿Huir y dejar todo atrás, sin importar cuántas lágrimas o dolor dejaras? Dices que soy fría y autoritaria, Lionel, pero tú eres el monstruo aquí, despiadado y egoísta… Y no me arrepiento de haber intervenido; lo haría otra vez.

Las palabras de Hilda golpearon a Lionel con fuerza. Entre dientes, admitió:

—Sé que tengo muchos pecados colgando de mis espaldas…

Hilda lo miró con frialdad.

—Conocí a tu hijo. No pude evitarlo. Se llama Gabriel. Tiene casi la misma edad que Alexander, con solo siete meses de diferencia. Nancy estaba de dos meses de gestación cuando se separaron.

Lionel la fulminó con la mirada, recordando que Hilda siempre había sido un pilar capaz de destruir su relación.

—No me mires así. Acepta que estabas construyendo tu relación sobre el dolor de otros.

—Tal vez, alejándome, mis hijos hubieran estado mejor —murmuró él, con voz baja.

—No seas cobarde, Lionel. Admite que fue un error.

—Nancy, no fue un error —dijo él, con un hilo de voz tembloroso—. Ella era y sigue siendo la mujer que amé en este mundo… de porquería.

—Claudia fue una esposa abnegada, que te dio tres hijos maravillosos. Paciente, tolerante… hasta que el dolor la venció y sembró la semilla de su enfermedad que acabó con ella. Puedes tener una familia grande, pero nunca habrá nadie en quien confiar más que en ti mismo —Hilda lo miraba con amargura.

—Nunca pude amarla como tú lo hacías, Hilda. Ahora Claudia se ha ido. La verdad es que tú también estás sola, con tu dolor reprimido… un dolor que ningún medicamento puede tratar. Es difícil recordar que la persona que admirabas también fue humana y que ahora yace bajo tierra. Pero todos nos encontraremos allí tarde o temprano.

El golpe fue bajo, pero Hilda estaba lista para devolverlo más fuerte:

—¡Nunca ame a Claudia como insinúas, narcisista, enfermo! Ni siquiera sabes nada de mi vida… de todo lo que he hecho para que tú existas.

—Hilda, se acabó —dijo Lionel con voz firme—. Quítate la máscara. Deja de cargar ese peso. Sé que estabas enamorada de Claudia; sin embargo, nunca lo admitiste. No era dinero ni fama… era un secreto que tu antiguo yo no habría expuesto hasta que algo saliera terriblemente mal.

—Sabía que eras un hombre débil, un pobre infeliz… pero ahora entiendo por qué nuestro padre me escogió a mí.

La ira de Lionel explotó. Se levantó de su silla, avanzando hacia ella con pasos cortos y pesados:

—Es cierto, tuviste pareja. Y ellos caminaban en un campo minado para llegar a ti, y ninguno fue suficiente. Así que no te escondas bajo tu discurso feminista para disimular lo que sentías por Claudia.

El rostro de Hilda se volvió casi de piedra, reprimiendo cualquier gesto delator.

—Tú y yo somos un conjunto de errores, Hilda. Tu silencio dice más que tus palabras… pero yo, a diferencia de ti, todavía puedo enmendar los míos.

—Cada quien se engaña, como quiere, piensa lo que desees, Lionel. Claudia no merecía al hombre que tuvo. Ella debió dejarte, pero su fidelidad y miedo pudieron más. Fue mi única amiga, y nuestros secretos se los llevó a la tumba. Pero jamás lo sabrás, porque no vales la pena.




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