Días después.
Noah.
Iba en mi automóvil rumbo a recoger a Lucía. Mientras la autopista se deslizaba bajo las luces brillantes, mi mente seguía atrapada en la conversación con mi padre. Aceptaba que, muchas veces, me comportaba como una basura con él; simplemente no soportaba permanecer más de una hora a su lado en la misma habitación. Por eso había decidido vivir solo, levantar distancia como un muro necesario para mi estabilidad emocional.
Si me pidieran describir a Lionel Duarte de León, diría sin dudar que es un hombre manipulador y egoísta, un ser capaz de pisotear a cualquiera para obtener lo que desea. Un maestro en el arte de persuadir. Y, ahora, un camaleón que cambia de piel en cuanto siente que algo se le escapa de las manos. Exhalé con fuerza: no podía permitir que Lucía quedara atrapada en esa jauría tóxica, aunque yo mismo perteneciera a ella.
Dicen que lo más peligroso es volver a enamorarse. Muchos temen hacerlo porque aseguran que un nuevo amor solo trae dolor y pérdida. Nunca quise creer que el amor tuviera ese poder sobre mí… hasta ahora. El miedo me alcanzaba: ¿cómo pedirle a la mujer que me amaba que aceptara mi carga, una familia envenenada por intrigas y exigencias? Era una prueba injusta, un peso que no me atrevía a imponer. Y, sin embargo, el corazón comenzaba a rendirse, incapaz de reprimir lo que ya ardía dentro.
Pero comprendí demasiado tarde que los obstáculos que habíamos enfrentado no eran más que un abrebocas. Lo peor estaba por llegar. Y yo, ciego, había vivido dormido todo este tiempo.
Lucia.
La expresión de Verónica era imposible de descifrar mientras la ponía al tanto de lo ocurrido. Escuchaba en silencio, sus gestos recordaban a los de una actriz de mímica… hasta que mencioné a Gabriel.
—¡Te volviste loca, Lucía! ¿Quieres que ocurra una desgracia?
—¡Por supuesto que no!
—Pues no lo parece. —Su voz cortaba como cuchilla—. ¿Cómo se te ocurre ir a buscar a Gabriel cuando tu novio es Noah? ¿Eres consciente de lo que hiciste? Le diste esperanzas para luego romperle el corazón. ¡Eso no se hace!
El reproche me golpeó como una bofetada. Verónica estaba decepcionada… y yo también lo estaba de mí misma.
—Lo sé, actué mal. Fue un impulso. Te juro que no sé qué demonio me poseyó. Me sentía destrozada después de la emboscada de Ofelia. Tenías que verla, esa mujer parece salida de otro mundo, ¡la desgraciada es perfecta!
Verónica arqueó una ceja.
—Primero, felicidades por tirarle agua en la cara a la extraterrestre. Segundo, deja de buscar excusas. ¿Acaso no lo ves? Te gusta, Gabriel. Más de lo que desearías admitir. Y como tu amiga y hermana te lo digo: deberías hablar con Noah, porque en el fondo… estás enamorada de Gabriel.
Sentí que la sangre me ardía.
—¡Te equivocas! ¡Yo no estoy enamorada de Gabriel!
—¿Ah, no? —replicó, clavándome la mirada—. Entonces explícame por qué corres desesperada a buscarlo como si no existiera Noah. Eso tiene un nombre, Lucía: infidelidad.
Las palabras me desarmaron.
—Quizá tengas razón… No me reconozco. ¿Dónde quedó mi corazón? ¿Dónde mi coraje? —La ironía se filtró en mi voz, como un mecanismo de defensa.
—Gabriel daría todo por ti, aunque no lo veas. Y eso es lo que más me preocupa —insistió ella.
Me llevé las manos al rostro.
—Pensé en hablar con Noah, contarle mi confusión, pero desistí.
—¿Por qué?
—Porque, aunque parezca una maldita bipolar, sé lo que siento. Amo a Noah. Lo de Gabriel fue un desvarío, y lo enterré. No tengo nada que decidir.
El suspiro de Verónica fue un juicio en sí mismo.
—Sabes que te quiero, y por eso te lo advierto: Gabriel no es de los que se rinden. Ojalá no te arrepientas de la decisión que acabas de tomar.
Guardé silencio. Sus palabras resonaban más fuerte de lo que quería admitir.
—Ahora vete a arreglar, brujita —concluyó con un gesto cansado—. Hoy tendrás tu velada con Noah. Y recuerda: el karma existe, y Gabriel no merece que lo ilusiones para después dejarlo caer.
La videollamada terminó. El reflejo oscuro de mi rostro en la pantalla me devolvió la pregunta que más temía: ¿A quién pertenecía realmente mi corazón?
Pero comprendí demasiado tarde que los obstáculos que habíamos enfrentado no eran más que un abrebocas. Lo peor estaba por llegar. Y yo, ciego, había vivido dormido todo este tiempo. Deje de lado mis pensamientos y me dedique a arreglarme para mi cota con Noah.
Me contemplé una vez más en el espejo. El vestido que me había regalado Marcela, como agradecimiento por ayudarle con su hijo, me sentaba perfecto: azul rey, corto, con encaje y un escote semiabierto. Nunca había tenido ocasión de usarlo, pero ahora era el atuendo ideal para la cena privada con Noah.
Pensar en Marcela me hizo recordar la disputa con Ofelia. No me había atrevido a contárselo a Noah, pero sabía que esa noche debía hacerlo.
Mi madre entró en mi habitación y, al verme arreglada, se sorprendió. Su mirada se suavizó.
—Luces, preciosa… él es quien sale ganando —dijo con voz quebrada.
Corrí a abrazarla.
—No te pongas así, mamá, me haces sentir mal.
—No me prestes atención… a veces uno quisiera que el tiempo se detuviera. Hace poco eras una niña y ahora mírate: te convertiste en un cisne. Pero ni pienses salir con ese escote y la espalda descubierta —dijo, colocándome un chal a juego sobre los hombros.
—Así está mejor —sonreí, sintiendo su cuidado.
Mis abuelos entraron luego. Sus rostros reflejaban sorpresa y admiración.
—Estás hermosa, Lucía —dijo mi abuelo, besándome la mano como todo un caballero. Me sonrojé.
—Hermosa, es poco —intervino mi abuela—. Más hermosa que tu abuela imposible. —Me acarició el rostro.
—Te quiero, grande muchacha, te quiero triunfadora… y te sueño vestida de blanco. Ese es mi último deseo. Siempre estaremos aquí para apoyarte —sus palabras calaron hondo.
#3440 en Novela romántica
#871 en Novela contemporánea
sobrenatutal romance amor, #trianguloamoroso, #relaciones tóxicas
Editado: 23.09.2025