Sobre la base del escritorio, Lionel había colocado la prueba de ADN que se había practicado con Gabriel. El examen confirmaba lo que ya sabía: todo vestigio de duda se había disipado.
Hilda irrumpió en el despacho sin llamar. La situación de Alexander y Noah la tenía inquieta; no era correcto ni beneficioso que los rostros visibles de la empresa familiar fueran rivales hasta el punto de lastimarse.
—Esa maña tuya de entrar sin avisar, ya me está poniendo de mal humor… —dijo Lionel, levantando la vista.
—No me interesa si mi manera de irrumpir te da urticaria —replicó Hilda, con los ojos brillando de preocupación—. ¡Ya me enteré de que Noah se reincorporó al trabajo con esa cara golpeada!
—Alexander no le dejó alternativa —contestó Lionel, frunciendo el ceño, con el puño apoyado sobre el escritorio.
—No pongas esa cara, porque sabes que es cierto.
—Lo cierto aquí, hermano, es que esa intrusa llegó como un huracán, dañando todo a su paso, y tú te quedas con los brazos cruzados.
—Es cierto, movió todo, pero fue un mal necesario —dijo Lionel, extendiéndole el examen—. Gracias a ella supe que tengo otro hijo.
Hilda tomó el papel y lo leyó con calma, pero su corazón latía con fuerza. La tensión en la habitación era palpable, como si cada segundo amplificara lo que estaba por venir.
—Vaya… entonces estábamos en lo cierto. Ahora, ¿qué planeas hacer?
—Reconocerlo como hijo mío —respondió Lionel, con voz firme, casi implacable.
—Me parece fabuloso —dijo Hilda, apartando la vista hacia los ventanales que mostraban la ciudad iluminada—. Pero eres consciente de que tu relación con Noah se volverá insoportable cuando se entere. Sin mencionar la reacción de tus otros dos hijos.
Hilda tomó un momento para analizar la situación, evaluando a cada hijo desde su perspectiva experta. Mientras observaba a Noah, sentía una mezcla de admiración y temor. Su memoria fotográfica, su autocontrol y su frialdad calculada lo convertían en un adversario formidable y un líder natural. Cada gesto, cada palabra, estaba medido con precisión; era un hombre que podía prever movimientos, anticipar conflictos y manejar situaciones con una claridad casi sobrenatural. Esos talentos fue lo que Hilda considero para votar por el cómo el nuevo CEO de la empresa.
Los otros hijos de Lionel, aunque capaces y valientes, no poseían esos dones. Ahora llegaba Gabriel a sus vidas. El bastardo, había heredado algo más que la sangre de Lionel: un gen que poseía, fuerza e instinto, un poder latente que podría cambiarlo todo si se desataba. Mientras tanto, Noah encarnaba el equilibrio perfecto: mente afilada, autocontrol, rigor, y una aura de perfección que escondía grietas imposibles de ignorar. Para Hilda, reconocer estos dones era crucial; en ellos residía el futuro de la familia y la empresa, y la forma en que enfrentarían la verdad sería decisiva.
—¡No voy a dejar de hacer lo correcto solo porque Noah esté enamorado de la misma mujer! —dijo Lionel, apretando la mandíbula.
—¿Tan ciego eres que no puedes ver? —Hilda lo desafió, con un dejo de ira—. Esa mujer no es el problema más grande. Lo es la implosión que se desatará cuando Noah, Alexander y Aarón descubran que Gabriel es hijo de Nancy Argüelles.
Un silencio pesado llenó la habitación. Hilda sentía que la atmósfera se cargaba de electricidad. Aunque la preocupación por el conflicto familiar era intensa, en su interior latía otra alarma: algo sobrenatural rondaba el futuro de Gabriel. Ella ya conocía la verdad sin necesidad de la prueba, pero confirmarla solo sellaba el peligro que se avecinaba y que los demás desconocían.
Durante un instante, Hilda se quedó observando a los hombres en la habitación. La luz cálida del despacho iluminaba los muebles elegantes, los documentos dispersos sobre el escritorio y el reloj que marcaba la hora, cada detalle recordándole la inminencia de la tormenta. Su mirada se desplazó hacia la puerta: Silviano sería su próximo aliado, el único que conocía la verdad y quien la había ayudado a entrar a este mundo de secretos sin ser detectada.
—Cuando conocí a Nancy, ya no amaba a mi esposa —dijo Lionel, sacando a Hilda de sus pensamientos—. Ellos son hombres hechos y derechos; les tocará entender la situación. Ya no voy a callar.
—No es manipulación, Lionel —respondió Hilda, con voz firme—. Solo te pongo en contexto. Es cierto que ese muchacho no tiene la culpa, pero marcará el inicio de una guerra.
—Entonces que esa guerra se desate —dijo Lionel, recostándose en su silla—. Llamé a mi abogado. Esta noche hablaré con mis hijos. Quiero que estés presente.
—Por supuesto —asintió Hilda, con un nudo en el estómago.
—Gracias. —Su voz sonó más sombría, como si el peso de la verdad recién comenzara a caer sobre ellos.
†††
Viviana Ortega del Pino observaba a su hija caminar de un lado a otro en la sala, el parquet, reluciendo bajo la luz de la tarde que se colaba por los ventanales. Cada paso resonaba en la habitación silenciosa, como un eco de la tormenta interna que consumía a Ofelia. La madre contuvo un suspiro, temiendo que su hija volviera a caer en la depresión que años atrás casi la destruye.
—Vas a hacerle un hueco al piso de tanto caminar… ¿Qué te sucede? —dijo Viviana, avanzando hacia ella, tratando de captar su mirada.
—Nada me sucede —Ofelia evitó mirarla, apretando los labios hasta que el color de su piel se tornó pálido.
—Ese suplicio que te consume… ¿No será por casualidad Noah Duarte de León? —La pregunta fue un cuchillo que no logró atravesar la coraza de su hija, pero sí dibujó un ceño fruncido.
—¿Eso es lo que te dicen tus cartas de tarot? —Viviana sonrió con ironía, acercándose un paso más, sintiendo el calor que emanaba de su hija.
—Entre otras cosas, sí… —susurró Ofelia, respirando con dificultad, mientras sus dedos se crispaban sobre la tela de su vestido.
#3438 en Novela romántica
#872 en Novela contemporánea
sobrenatutal romance amor, #trianguloamoroso, #relaciones tóxicas
Editado: 23.09.2025