Cristian:
Si las personas y cosas que llegan a nuestra vida a hacernos daño vinieran con aviso previo, tú hubieras portado cientos de ellos.
¿Y sabes qué? Hubiera estado gustosa de ignorar cada uno de ellos. Quizá los hubiera quemado y dejado que las cenizas de aquellos papeles volaran con el viento fingiendo que nunca los llevaste puestos. Incluso descaradamente hubiera fingido que les guardaba luto, como si su perdida realmente me hubiera afectado.
¿Después de nuestra historia lo seguiría haciendo? Por supuesto, no tengas duda de ello.
No me preocupo por ti desde hace un par de años, pero aún me gusta fantasear con lo que ha sido de tu vida. Me pregunto si sigues cometiendo las mismas torpezas, si sigues teniendo los mismos sueños y objetivos, si sigues mirando disimuladamente de la manera más evidente del mundo; en fin, si sigues siendo tú. Al acostarme en la cama deletreo tu nombre en mi cabeza con lentitud y me pregunto si has dañado a alguien más o si, con suerte, he sido la última.
Por si te lo preguntas, si de pronto lo que fue de mí después de ti te quita el sueño, te lo diré. Fuiste la razón más grande por la que aprendí a quererme. No te mentiré, aun me cuesta trabajo, me veo al espejo y siento tus palabras impregnadas en la piel, como si fuera ayer el día en que decidiste gritar para mí. Sigo luchando para lograrlo completamente, de lo contrario la historia se repetirá y no puedo permitirlo; llorar incluso en sueños fue tan desgastante, estuve a punto de perderme.
Respecto a lo que conociste… continúo escribiendo, cosa que es obvia dado a que te escribo esta carta. Continúo bailando y regañando a las personas que deciden observarme cuando claramente se los he prohibido. La vergüenza persiste como mi notable cualidad. De vez en cuando sigo tropezando sin razón, así que considero que sigo siendo yo, pero a la vez diferente desde que te fuiste.
Lo que me llevó a escribir esta carta fue la última vez que te vi. No tenía que estar ahí, a esa hora era imposible encontrarme, pero como había decidido descansar un poco me senté en una de las bancas de la universidad. Salía de mis clases de inglés. Siendo sincera no estaba tan cansada, me pude obligar a continuar caminando, pero no lo hice porque había algo que me hacía creer que aquel cansancio imaginario era real e incontrolable. Lo más sorprendente es que después de minutos desapareció sin dejar rastros de que existió. Me reí por lo patética y exagerada que me había comportado.
Sí, por si también te lo preguntabas, lo sigo siendo.
Me levanté y caminé apresuradamente, castigándome por alimentar mis estúpidos caprichos y perder el camión en el proceso, tanto que por poco casi no logro visualizarte. Estarás de acuerdo en que el tiempo que nos vimos apenas duró dos segundos.
Dos miserables segundos bastaron para despertar tantos recuerdos. Aparté la vista y seguí caminando. Las memorias revivieron trayendo consigo los sentimientos que alguna vez provocaste en mí. Después de segundos decidí regresar la mirada. Seguiste caminando y te observé hasta que de mi vista desapareciste. En ningún momento me observaste. Nos convertimos en completos desconocidos.
Ahí me pregunté cómo fue posible que había llegado a eso, a no poder sostenerte la mirada por un poco más de dos segundos cuando en el pasado no dejaba de mirarte, haciendo suposiciones de lo que pasaba por tu mente y, en ocasiones, cuestionándome que tanto valor necesitaría reunir para un día llegar a besarte.
Esos dos miserables segundos bastaron para que en mi cabeza renaciera el día en que te conocí, se había convertido en mi día favorito. En este momento con seguridad puedo confesar que no forma más parte de ellos.
Ahora entre mis días favoritos forma parte aquel día en que aparte la vista y mientras caminaba te odié a cada segundo, reconociendo que siempre fuiste el causante de mi sufrimiento y no yo como había creído por tanto tiempo.
Beatriz