Cristian:
Vestía una bufanda de colores con un suéter morado que se amoldaba a mi cuerpo. Amaba usarlo, que me crecieran los pechos me quito el gusto para siempre. Como aún era plana en ese momento nadie me prestó atención, de lo contrario todas las miradas morbosas hubieran estado fijas en mí.
Recuerdo verte entrar al salón, estaba consciente de que eras alguien nuevo, aun así, no te presté atención, aunque tu sudadera naranja era muy llamativa. A partir de ahí ese color se convirtió en tu identificación.
Daniela fue la primera en hablarte, gracias a ello siempre le guardarás un cariño incondicional. Sigo memorizando el momento en el que me confesaste que siempre la querrías por eso. Le tuve envidia. Yo no tuve interés en hablarte porque soy mala socializando, pero Daniela sabía cómo tratar a la gente. Escuchar tu confesión me hizo odiarme un poco.
Si tan sólo fuera tan osada como ella, pensé.
A los pocos minutos pidió que la acompañará a hablar contigo, cosa que me pareció sumamente rara. Como dije, Daniela sabía cómo tratar a la gente, ella podía sacar miles de temas de conversación y al segundo sacar uno nuevo por si los que había propuesto no te convencían; no necesitaba ayuda alguna, menos de la mía, pero por alguna extraña razón me quería ahí contigo.
Dudosa a la primera acepté. Te saludé, me saludaste. Daniela nos presentó.
“Beatriz, él es Cristian. Cristian, ella es Beatriz”. Como si no fuéramos lo suficientemente capaces de articular nuestros nombres.
Sonreímos. No dije más, tú tampoco lo hiciste y Daniela decidió no parar de hablar. Minutos después pidió permiso para tomar una foto. Sin objeción volvimos a sonreír. La foto fue tomada y no hay recuerdo a continuación, sólo quedo grabado en mí el pensamiento de que debía agregarte a Facebook; sabía que Daniela publicaría aquella foto y te etiquetaría. Cuando lo hizo entré a tu perfil sin pensarlo. Vi tus fotos y al instante supe que eras alguien como yo, sumamente torpe.
No me equivoqué.
Dude en enviarte la solicitud de amistad. Tenía miedo porque eras alguien nuevo. ¿Cómo debía actuar? ¿Lo correcto era hablarte, ignorarte o esperar a que tú lo hicieras?
Luego pensé en Daniela y en su increíble habilidad para socializar. Hice de lado todas mis inseguridades y la envíe. Nerviosa esperé a que la aceptaras. Cuando lo hiciste me armé de valor para hablarte. Fue un “hola” cargado de mucha valentía, miedo y ganas de vomitar.
Conocerte fue inesperado y lindo, al menos al principio.
Tener con quien mensajear todos los días fue… para mí era sobrevalorado, desde ti no lo fue más. Me gustaba llamarte amigo y me gustaba aun más que tú me consideraras por igual. Así que no lo negaré, tu amistad fue una de las cosas más lindas que me pudo suceder.
Pero también una de las más destructivas.
Facebook cada año me recuerda aquella foto en la que vestía una bufanda de colores y un suéter morado, sonriendo junto a ti, el chico de la sudadera naranja, y sólo logra que me vuelva a preguntar si realmente valió la pena conocerte.
Beatriz