Cristian:
Enamorarse es… inefable.
No siempre en el buen sentido.
Si tuviéramos la capacidad de escoger de quien enamorarnos o de manipular este sentimiento a nuestro antojo, lo más probable es que nunca te hubiera elegido. Con sólo imaginar que este sentimiento se abría paso ante ti como cerillo bajo la lluvia lo hubiera extinguido. Nunca había amado a alguien, no sabía que significaba hacerlo, por supuesto que la persona a la que consideraba mi mejor amigo no era la mejor opción para mostrarme lo que era.
Pero así fue. Me enamoré. Como un estúpido cliché caí rendida a tus pies. Fue poco a poco, consumiéndome despacio, el sentimiento desarrollándose dentro de mí mientras se ocultaba de mi vista por no quererse morir.
Nunca me preguntaron directamente si gustaba de ti y, aun así, trataba de negarlo a toda costa. Nunca me preguntaron directamente porque era demasiado evidente la respuesta. Recuerdo a todos hacer comentarios como: “Sí, ya sabemos que estás enamorada de Cristian”. Así que cuando te lo confesé creí que bromeabas cuando te sorprendiste.
Puedo recordar a la perfección lo que sentí y la manera en que actué cuando lo hice. Hablábamos por Facebook, no está en mi memoria sobre qué conversábamos, ni cuál fue tu respuesta con exactitud a continuación, sólo sé que la conversación se prestó a decirlo y lo hice. Mis manos temblaban como nunca habían hecho y comencé a llorar a causa del nerviosismo. Era la primera vez que le confesaba a alguien mi amor y me estaba comportando como una estúpida.
Dudé muchísimo en enviar aquel mensaje, pero mis sentimientos necesitaban ser escuchados, aunque fueran a ser rechazados. Así que lo hice, envíe aquella confesión poética llena de mucho sentimiento.
Fantaseaba con tu respuesta, esperaba que milagrosamente dijeras que sentías lo mismo por mí, pero nunca sucedió.
De eso no te culpo, ni lo haré jamás. Amar a alguien tiene que ser verdadero, no obligatorio.
Me atormentaba con lo que pasaría cuando supieras que estaba perdidamente enamorada y, si corría con la suerte, en qué pasaría si llegabas a sentir lo mismo por mí. No quería perder la maravillosa amistad que habíamos construido. A tu lado me la pasaba fenomenal y si eso llegaba a pasar provocaríamos que todo eso se perdiera.
¡Y vaya que no quería perderte!
Estaba totalmente dispuesta a ser rechazada constantemente con tal de tenerte a mi lado.
Por supuesto que no hay rastro alguno de la amistad que alguna vez existió. Me enamore de ti y, según las últimas palabras que me dijiste, tú comenzabas a hacerlo de mí, pero eso no fue lo que la arruinó.
Que ironía. Atormentándome por meses para que mis imaginaciones estuvieran ni mínimamente cerca de lo que realmente sucedió.
Mi mayor dilema era que haría si nuestra relación se volvía parte del pasado. Era tan dependiente a ti que siquiera pensar una vida sin ti significaba soledad para mí.
¡Toda una melodramática!
Años después escribo estar cartas con desprecio para ti, cosa que nunca creí llegaría a hacer.
Ojalá que el destino no lo quiera, me decía. Rogaba para que nosotros dos fuéramos amigos por toda la vida, para que la edad no apagara nuestras locuras y, sobre todo, para que no importara lo lejos que fuéramos a estar siempre podríamos contar el uno con el otro.
Ojalá… esas peticiones no hubieran sido requeridas.
Beatriz