Trazos fuera del mapa
Ellie
No había pasado ni una semana desde que conocí a Will y ya había notado algo peculiar: donde iba él, la gente parecía hablar más bajito, pero reír más fuerte. Esa mañana me escribió para vernos otra vez en el café con Lía. No me preguntó si podía invitarla, simplemente asumió que sí. Y no me molestó. Al contrario, agradecí que alguien más conociera mi forma de quedarme callada sin que eso resultara incómodo.
Salí de casa con los audífonos puestos, pero sin música. A veces solo quería que el mundo creyera que no estaba disponible, aunque lo estuviera por completo. Lía ya me esperaba afuera del café, con una expresión extraña entre curiosa y nerviosa.
—¿Todo bien? —le pregunté apenas me acerqué.
Ella asintió, aunque evitó mi mirada.
—Sí, sí. Solo que… —hizo una pausa—. Hoy se siente como uno de esos días en que todo puede cambiar.
Le sonreí con suavidad, sin saber por qué, pero sintiendo que algo en esa frase me había tocado una parte profunda.
Al entrar, el café tenía ese mismo aroma a libros olvidados y café con canela. Will ya estaba allí, sentado con dos tazas frente a él, como si supiera que vendríamos. No saludó con palabras, solo alzó la taza y nos señaló la mesa de siempre.
—Ellie —dijo después de unos segundos, mientras me sentaba—, ¿alguna vez sentiste que estabas a punto de encontrar algo sin saber qué?
Lo miré, confundida.
—¿Encontrar qué?
—Eso no lo sabés hasta que lo encontrás.
Rodé los ojos, pero Lía rió.
—Está muy críptico últimamente —le dijo—. Pero tiene sus razones.
Yo solo los observé, con una sensación leve de que algo estaba fuera de lugar… o por empezar a acomodarse.
Lía se levantó para ir por más servilletas, dejando su bolso abierto a un lado. Vi que dentro tenía una libreta pequeña, de pasta dura, con los bordes gastados. Algo me llamó la atención, pero no quise fisgonear.
—¿Qué escribís ahí? —le pregunté cuando volvió.
Ella alzó la libreta, sonriendo como si ocultara un secreto antiguo.
—Historias. Posibilidades. Algunas combinaciones que podrían funcionar.
—¿Historias tuyas?
—Historias que aún no saben que existen —dijo, misteriosa.
Will y ella intercambiaron una mirada fugaz, que no supe cómo leer.
Mientras ellos hablaban, me levanté para volver a la esquina de la pequeña biblioteca. Toqué los libros como si fueran piel. Tomé uno distinto esta vez: Los mapas que no muestran caminos.
Al volver a la mesa, me senté un poco más en silencio que antes.
Mientras hojeaba el libro, escuchaba de fondo cómo Lía decía algo como “pero no podemos forzar nada” y Will respondía “no vamos a forzarlo, solo ayudar a que se vean”.
Vi cómo Will escribía algo en un trozo de papel. Lo dobló varias veces hasta que quedó como una nota escolar. Lo guardó en su bolsillo sin que Lía lo notara.
Volví a bajar la mirada al libro. Entre las páginas, había algo subrayado:
“Hay personas que son brújulas. No te muestran el destino, pero te alejan del lugar donde no debes estar.”
Lía me observaba, y por un segundo, creí que sabía lo que estaba leyendo.
—¿Nos vamos? —dijo.
—¿A dónde?
—A caminar. A cambiar el rumbo. O a no cambiar nada, pero hacerlo igual.
Will se levantó primero. Al salir del café, el sol había bajado un poco y la luz era más suave, como si todo lo que doliera también se hubiera desvanecido un poco.
Caminamos por la acera sin destino, y cuando nos detuvimos frente a una banca, Lía me miró.
—Ellie, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Estás lista para conocer a alguien que todavía no sabés que necesitás?
—¿Qué clase de pregunta es esa?
Ella solo sonrió.
—Una que merece pensarse.