¿y si...capaz funcionemos?

Capitulo 14

El principio de lo que no tenía nombre

Bryce

Odiaba los cafés concurridos. El ruido, las conversaciones cruzadas, el murmullo de fondo como si el mundo hablara sin parar... Todo eso me hacía querer volver a casa. Pero Will insistió, me dijo que fuéramos por café.
No explicó por qué.
Solo dijo: “Hoy quiero que conozcás algo o alguien, no preguntés.”

Y por alguna razón, no lo hice.

Desde que entré al mundo de las leyes, mis días se convirtieron en cajas apiladas con horas marcadas: firmas, citas, audiencias, papeles sin nombre. Una rutina de personas que buscan justicia y a veces solo encuentran burocracia. Supongo que por eso necesitaba salidas como esta. Para recordarme que existía otra vida más allá de la que me tragaba de lunes a viernes

El lugar quedaba en una calle sin pretensiones, como escondido entre dos edificios que parecían más grandes de lo que en verdad eran. Al entrar, lo primero que sentí fue el olor a libros viejos mezclado con café con canela. No era un café bonito en el sentido tradicional. Tenía las mesas rayadas, lámparas bajas, y una esquina llena de frases escritas a mano. Pero todo parecía contar una historia sin palabras y eso me gustó.

Will me guió hacia una mesa al fondo, donde ya había dos chicas.

Una de ellas, de ojos curiosos y sonrisa lista —Lía, dijo Will al presentarnos—, me saludó con naturalidad. Como si ya supiera que yo llegaría.
La otra…
Ella no dijo su nombre. Solo cerró un libro con el gesto más suave que he visto en alguien.

Era como si estuviera ahí y no.
Presente y ausente al mismo tiempo.

No hablaba, no preguntaba, no jugaba a agradar.
Y eso me descolocó.

—¿Esto es una cita a ciegas? —le murmuré a Will mientras nos sentábamos.

Él sonrió, sin responder, pero Lía levantó una ceja con diversión.

—Más bien una alineación de intereses —dijo.

Me acomodé en la silla y pedí un café, negro, sin azúcar, como siempre.

La chica al lado de Lía hojeaba su libro con la misma atención que alguien le presta a una carta escrita a mano. No fingía leer. Leía de verdad. Y cada tanto, pasaba el dedo por los márgenes, como si buscara una señal entre las palabras.

—¿Qué estás leyendo? —pregunté, sin mirar directamente.

—“Los mapas que no muestran caminos” —respondió, con voz tranquila.

—Buen título.

—Me encontró él a mí —agregó, sin alardes.

La conversación entre los otros continuó. Will bromeaba, Lía escribía algo en una libreta pequeña, pero yo no los escuchaba del todo.
Algo en esa chica me tenía desconectado del resto del café.

No era belleza común. No era una atracción superficial.
Era como si ella hablara en un idioma que yo no sabía que entendía.

—¿Te gusta leer para escaparte? —le pregunté.

—No, leo para entender lo que nadie dice —respondió.

Y asentí. Porque eso lo explicaba todo.

Después, Lía y Will se levantaron para pedir algo al mostrador, nos quedamos solos, y por primera vez, ella me miró con intención.
Tenía ojos claros, pero no fríos.
Era como si pudieras ver dentro, pero solo si ella te dejaba.

—¿Siempre eres así de callado? —preguntó.

—Depende de quién tengo enfrente.

—¿Y ahora?

—Ahora... prefiero escuchar.

Asintió con una leve sonrisa. Y después, en voz baja, como si no hablara conmigo sino con algo dentro suyo, dijo:

—Hay días que empiezan sin parecer distintos… y sin embargo, algo cambia.

Quise decirle que sí. Que yo también lo sentía.
Pero no lo hice.
Solo la observé cerrar de nuevo el libro y dejarlo sobre la mesa. Como si esa página -esa tarde- ya no necesitara más palabras.




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