¿y si...capaz funcionemos?

Capitulo 15

El sonido que hacen las cosas cuando empiezan

Ellie

Cuando Lía y Will regresaron a la mesa, no traían solo café y panecillos. Traían ese tipo de energía que interrumpe lo delicado, como cuando alguien entra en una habitación sin saber que acababan de ponerle pausa al mundo.

Yo había estado ahí, justo en esa pausa.
Con Bryce.
Y aunque no sabría repetir cada palabra, recordaba perfectamente cómo me sentí.

—¿Nos perdimos de algo? —bromeó Will, dejando los vasos con torpeza encantadora.

—No —respondimos Bryce y yo, casi al mismo tiempo.

Lía entrecerró los ojos, me miró como solo ella sabe hacerlo, como si leyera debajo de mi piel.
—¿De verdad? Porque hay una vibra rara acá.

—Es el olor a canela —dije, con media sonrisa.

Lía levantó una ceja, como si no creyera una sola palabra, pero no insistió, solo se acomodó en su silla, cruzó las piernas y sacó su libreta otra vez.
Esa libreta.....Siempre presente, como si dentro escribiera ideas demasiado grandes para quedarse solo en su mente.

Will empezó a contar algo sobre una audiencia que había presenciado. Usaba gestos grandes, imitaciones absurdas. Lía reía bajito, con esa forma elegante que ella tiene de no hacer ruido pero dejar huella.
Yo no los escuchaba del todo.
Mi atención seguía volviendo, inevitablemente, a él.

Bryce tenía las manos entrelazadas sobre la mesa. Observaba, callado. Su silencio no era incómodo, ni distante. Era… una especie de espacio seguro. Como si su forma de estar fuera también una forma de cuidar.

Y eso me descolocaba.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Lía de repente, como quien cambia de tema pero con intención calculada.

Le mostré el libro, y le dije el título en voz baja, como si me diera pena revelarlo:
"Los mapas que no muestran caminos".

Ella sonrió como si ese título tuviera más peso del que parecía.

—Ese libro es un imán —dijo.

Will, distraído, preguntó:
—¿Un imán para qué?

—Para personas que se pierden distinto.

No supe si hablaba de mí, de él o de los dos.

Sentí los ojos de Bryce en mí. No me miraba como alguien que observa.
Me miraba como quien reconoce algo.
Y esa sensación me dejó incómodamente quieta por dentro.

No sabía si era una coincidencia todo eso: el libro, el encuentro, las miradas cortas, la paz inesperada que se sentía estando cerca. Pero no quería analizarlo más.

Por eso, cambié de tema.

—¿Podemos irnos? —dije, casi sin querer.

Will se levantó enseguida. Lía me miró como si ya supiera que no era por cansancio. Bryce simplemente tomó su taza vacía y se quedó en silencio.

Salimos del café sin decir mucho.

La luz del atardecer se había vuelto dorada, como si cubriera todo con una manta tibia.
Caminamos los cuatro, primero en grupo, luego de a dos.
Will y Lía quedaron un poco adelante.
Bryce y yo, más atrás.

No hablábamos, pero algo se estaba diciendo igual.

Nos detuvimos frente a una tienda de discos antiguos. En la vitrina, había un cartel que decía:

“Hay música que no se escucha con los oídos.”

Y sin saber por qué, esa frase me hizo pensar en él.

Nos quedamos ahí un rato, en ese silencio distinto, hasta que Lía dijo que debía irse. Will se fue con ella.

Y quedamos otra vez solos.

—¿Te gustaría volver otro día al café? -Pregunte

No fue una invitación planeada. Ni una propuesta valiente.
Fue más como abrir una ventana sin saber si afuera llovía o brillaba el sol.

Él se detuvo. Yo también.

—¿Volver con contigo? —dijo, y su voz tenía una pausa sincera, no confundida.

Lo miré, esta vez sí. Con el corazón latiendo en los dedos.

—Sí —dije—. Conmigo.

No sonrió enseguida. Ni respondió rápido.
Se tomó un segundo, como si entendiera que esa pregunta no era pequeña.

—Me gustaría —dijo por fin—. Pero solo si es de esos días donde no hace falta decir tanto.

—Son mis favoritos —le contesté.

Nos quedamos ahí, parados en una esquina cualquiera, como si el mundo entero se hubiera hecho más chico. Como si no necesitáramos saber cuándo o cómo o qué vendría después.

Solo que vendría.

No intercambiamos números. Ni horarios.
Solo la idea de que, si volvía a pasar, ninguno de los dos saldría corriendo.

Después, cada uno tomó su calle.
Y el eco de esa promesa informal —tan simple y tan poderosa— se me quedó colgado en el pecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.