¿y si...capaz funcionemos?

Capitulo 19

Lo que cambia aunque nadie lo diga

Ellie

A veces no es lo que alguien dice.
Es el modo en que respira cuando está cerca.
El silencio después de una palabra que no se terminó.
Una pausa que no se explica.
Eso me pasó con Bryce.

Después de aquella tarde en el café, su voz se quedó en mi memoria, aunque apenas habló. Era como si no necesitara llenar el aire para ocupar espacio. Y eso me molestaba...Mucho...porque yo siempre creí que la gente debía ganarse el derecho a quedarse… no aparecer como si el universo les hubiera dado una llave sin pedírmelo.

Pero ahí estaba. En mis pensamientos. Rebotando como si se negara a ser solo una coincidencia.

—¿Volverías otro día al café… si no fuera una trampa?

Esa pregunta.
Esa absurda, suave y directa pregunta.
No me la quitaba de encima.

Le respondí con un “tal vez”, pero lo que quería decir era:
“Sí. Pero solo si no te vas después de conocer las partes que no muestro.”

Lía apareció esa mañana con una excusa tan torpe que casi fue tierna.

—Tengo ropa húmeda y no tengo sol en mi patio. ¿Puedo usar el tuyo?

Le dije que sí. Obvio.
Pero no tardó en soltar lo que realmente había venido a decir:

—Will mencionó que Bryce estará cerca del café hoy. Dijo que es por trabajo, pero también que estaría bien verte por ahí.

Yo solo asentí. No le di más.
No quería que pensara que me estaba afectando.
Pero lo hacía.
Y mucho.

No por Bryce.
Sino por lo que sentí en esa mesa.
Esa quietud compartida.
Ese “te entiendo aunque no lo diga”.

Bryce

Will tenía esa habilidad de meterme en situaciones que juraba evitar.

No me dijo que ella iría.
Solo me sugirió pasar al café antes de una reunión, como si fuera algo casual.
Pero sabía.
Lo vi en su forma de quedarse cerca de la ventana, fingiendo revisar mensajes.

Yo ya estaba dentro, con una taza entre las manos y la mente a mil.
No era nervios.
Era algo más profundo.
Una inquietud que no sabía si era expectativa o miedo.

Y entonces entró.

No como alguien que quiere impresionar, ni como quien sabe que alguien la espera.
Entró como si ya conociera el lugar.
Como si estuviera volviendo a un sitio que, sin saberlo, se le había quedado en la piel.

Ellie

Lo vi apenas entré.

Bryce estaba sentado al fondo. No me miraba, pero algo en su postura me dijo que sabía que yo estaba ahí. Me acerqué al mostrador, pedí lo de siempre, y me senté en una mesa cerca… pero no la misma.

Él me miró.
No con ansiedad ni prisa.
Solo esperó.
Y después, con ese tono sin adornos que me había desconcertado desde el primer día, dijo:

—¿No piensas venir a esta mesa?

—Depende.

—¿De qué?

—De si venienes con preguntas o con palabras sueltas.

—Hoy… vengo con silencios.

Me levanté.
Sin apuro.
Con mi taza en las manos.
Y fui a su mesa.

No hubo conversación inmediata.
Solo compartimos el momento.
Como si necesitáramos tomar aire antes de abrir algo que podía doler.

—No soy bueno para esto —dijo.

—¿Para qué?

—Para conectar sin armar muros.

—Yo soy experta en esconderme detrás de los míos —respondí.

—¿Y si dejáramos uno solo? Uno que podamos mirar desde los dos lados.

No supe qué decir.
Porque esa frase no sonó a metáfora.
Sonó a propuesta....a intento...a vulnerabilidad real.

Will apareció minutos después, saludó, pidió algo al paso, y con un gesto rápido dijo:

—Tengo que hacer un par de llamadas. Los dejo.

Y se fue.
Otra vez.

Yo bajé la mirada, Bryce la mantuvo en mí.

—¿Sabés que no tengo idea de qué me pasa contigo? —dijo de golpe.

—Yo tampoco. Pero no me gusta la idea de alejarme sin saberlo.

Silencio.
Otra vez.
Pero uno distinto.
Uno lleno de significado.

Bryce jugaba con una cucharita, yo con la servilleta.
No hablábamos del café, ni de nuestros días, ni de nada que se pudiera decir en voz alta.

—¿Volverías otro día? —me preguntó, repitiendo la misma pregunta, pero con otra intención.

—Sí. Pero con una condición.

—Dime.

—Que si venimos, no sea para entender lo que pasa. Sino para dejar que pase.

Sonrió.
No con ternura.
Con ese tipo de sonrisa que viene después de perderle el miedo a algo.

—Entonces la próxima vez —dijo— no te voy a preguntar si querés venir. Te voy a esperar.

Y se levantó.

Dejó el dinero en la mesa.
Agarró su abrigo.
Y se fue.

No me miró al salir.
Y eso fue lo que más me hizo quedarme ahí sentada, sintiendo que algo había empezado sin nombre.
Sin certeza.
Pero real.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.