¿y si...capaz funcionemos?

Capitulo 20

Lo que no se dice también pesa

Ellie

Después de que Bryce se fue, el silencio en la mesa no fue igual al de antes.
Era más pesado.
No porque fuera incómodo, sino porque me dejó llena de palabras que no me atreví a decir.

El café tenía esa luz de atardecer que entra sesgada por las ventanas, tiñendo todo de un naranja antiguo, como si la realidad pasara por un filtro cálido y nostálgico. Me quedé ahí.
Sentada.
Con las manos rodeando mi taza ya tibia.
La gente hablaba, caminaba, reía. Pero yo ya no estaba en ese lugar.

Estaba repasando cada gesto.
Cada silencio.
Cada palabra que Bryce y yo no dijimos, pero que igual se quedaron flotando como si alguien las hubiera escrito en el aire.

¿Por qué me afecta tanto alguien que apenas conozco?
No sé si era por la forma en que me miró —como si no tuviera miedo de todo lo que callo— o por esa forma suya de quedarse sin invadir.
Pero lo cierto es que algo en mí… cambió.

Y eso me asusta más que cualquier herida anterior.

Me levanté de la mesa, caminé despacio hacia la estantería de libros del fondo. No porque necesitara leer algo, sino porque necesitaba esconderme un momento de mí misma.
De lo que sentía.
De lo que no sabía ponerle nombre.

Pasé los dedos por los lomos gastados de los libros como quien busca una respuesta en una lengua olvidada.
Vi uno que ya había hojeado antes, “Los mapas que no muestran caminos”, y otro con una portada rota y sin título. Lo abrí por curiosidad, y encontré una frase subrayada con lápiz:

"La gente no siempre llega para quedarse, pero a veces basta con que pasen para dejarte mirando de otra forma."

No sé por qué, pero me dieron ganas de llorar.
Y no lo hice.
O sí.
Pero solo por dentro.

Salí del café sin avisar.
Solo dejé unas monedas sobre la mesa, y avancé por la acera como si tuviera claro a dónde iba.

No tenía.
Pero necesitaba moverme.
Porque quedarme quieta era admitir que algo estaba creciendo dentro de mí.
Y yo no estaba segura de estar lista.

El aire afuera era más frío de lo que esperaba.
Me subí el cuello del suéter, apreté la bufanda contra mi pecho y metí las manos en los bolsillos.

Pensé en llamar a Lía.
Contarle todo.
Pero sabía que si escuchaba su voz, no iba a poder fingir que esto no me importaba.

Así que seguí caminando.

Pasé frente a una librería cerrada, un parque casi vacío, una banca con dos adolescentes tomados de la mano, hablando bajito como si compartieran secretos.
Y me sentí pequeña.
Incompleta.
Como una pieza de rompecabezas que no encaja en ningún paisaje.

Me senté en la orilla de una fuente que ya no funcionaba.
Y por primera vez en mucho tiempo, me permití no tener respuestas.

Quizá eso era lo que significaba crecer:
Saber que no todas las historias empiezan con certezas, ni con fuegos artificiales.
Algunas solo empiezan con una taza de café…
y una pregunta lanzada al aire:
¿Volverías otro día?

Saqué mi celular, y sin pensarlo demasiado, le escribí a Lía:

“Estoy bien. Solo necesitaba caminar.

Bryce no es lo que esperaba… y eso es lo que más me desarma.”

Y deje ahi, ya no vi si respondío o algo, no porque no quisiera hablar con ella, sino porque necesitaba que mi voz fuera mía un rato más.

Cuando llegué a casa, el cielo estaba empezando a oscurecer del todo.
Me quité los zapatos, dejé la bufanda sobre el respaldo del sillón y me tumbé en la cama con la ropa aún puesta.

Miré al techo.
Y pensé en todo lo que todavía no entiendo.

Pensé en la forma en que Bryce cerró su taza.
En cómo no me dijo “nos vemos”, ni “te escribo”, ni “gracias”.
Solo se fue.
Pero no fue un final.
No lo sentí como tal.

Fue como esos puntos suspensivos que uno escribe cuando sabe que todavía queda historia.

Y entonces, entre la sombra de la noche que entraba por la ventana y el zumbido lejano de los autos, supe algo:

No era amor. Aún no.
Pero era algo que podía construirse si los dos teníamos el valor de quedarnos cuando todo se volviera confuso.

Y ahí, acostada en mi cuarto, con el corazón latiendo más lento, me repetí una frase que había leído alguna vez, y que ahora por fin entendía:

"A veces lo que cambia tu vida no llega gritando, ni brillando, llega como una voz que apenas escuchás, pero que te habla justo donde más lo necesitás."

Y yo la escuché.
En su mirada.
En su silencio.
En ese café.
En ese día cualquiera…
que ya no lo fue más.




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