Las verdades que no se firman
Bryce
Esa noche no pude dormir.
Y no porque hubiera pasado algo drástico.
No hubo una escena, ni un beso, ni una despedida dramática.
Ni siquiera hablamos de lo importante.
Pero algo de estar ahí, frente a ella, me desarmó de una manera silenciosa. Como cuando pierdes algo y tardás horas en darte cuenta, pero cuando lo haces, ya nada vuelve a encajar igual.
Me quité los zapatos apenas entré al apartamento.
El ruido del cierre al caer en el piso fue más fuerte de lo que esperaba.
Como si hasta las cosas pequeñas quisieran llamar la atención hoy.
Me serví un vaso de agua y me apoyé en el borde de la cocina.
No encendí la luz.
Todo estaba oscuro, menos la ciudad que parpadeaba a través de las ventanas.
Tenía esa sensación en el pecho… como si me hubieran leído por dentro.
Como si alguien, por fin, me hubiera visto sin necesidad de explicarme.
Y eso es lo que más miedo me da.
Porque yo aprendí a vivir siendo un muro.
Bien hecho.
Concreto.
Funcional.
En el trabajo, eso es útil.
En las relaciones, también.
Ser el que no se desborda.
El que escucha.
El que nunca habla más de la cuenta.
Pero entonces aparece alguien que te mira como si estuviera viendo a través del agua…
y te das cuenta de que no sabés cómo esconderte cuando eso pasa.
Pensé en llamarla.
No para decirle nada grande. Solo para preguntarle si llegó bien.
Pero no tengo su número.
Y aunque lo tuviera, probablemente no lo haría.
Porque yo no hago eso.
Yo dejo que las cosas sigan su curso.
Que el silencio diga lo que no sé decir.
Que el tiempo decida si algo vale la pena repetir.
Pero con Ellie…
El silencio no pesa igual.
No me protege.
Me acusa.
Me senté en el sofá, con una carpeta de casos abiertos sobre la mesa de centro.
La abrí.
Intenté leer.
Nada entraba.
Ni fechas.
Ni nombres.
Ni argumentos.
Y eso me asusta.
Porque ella me desconcentra incluso sin estar cerca.
Y yo necesito el control.
Necesito entender lo que me pasa.
Pero con ella, todo parece moverse en una dirección que no puedo medir.
Cerré la carpeta, dejé el vaso vacío en el lavatrastos, y fui hacia el escritorio.
Ahí, junto a la lámpara apagada, tengo un cuaderno de tapas negras.
Uno que nadie conoce.
Ni siquiera Will.
Lo abrí.
Pasé páginas viejas, cosas sueltas, ideas, frases, recuerdos.
Y escribí algo, sin fecha, sin título:
Hay personas que llegan sin intención de quedarse.
Pero con solo cruzarse, cambian la forma en que te hablás a ti mismo.
Ella no habló mucho.
Pero fue suficiente para dejarme con preguntas que no quiero responder.
No todavía.
Cerré el cuaderno.
Me levanté.
Me fui a duchar con agua helada.
Como si el frío pudiera calmar lo que el café y la charla habían despertado.
No funcionó.
Al salir, el vapor se quedó pegado al espejo.
Y en el reflejo borroso, vi mi propio rostro.
No el del abogado.
No el del hermano mayor.
Ni el del chico que todos asumen que "la tiene clara".
Vi a alguien que ya no puede fingir que no le importa.
Que ya no puede seguir actuando como si nada lo tocara.
Y eso…
eso me deja vulnerable.
Pero por primera vez, no lo sentí como una amenaza.
Sino como una posibilidad.
Volví al cuarto.
Me senté al borde de la cama.
Y dejé que el cansancio se me colara por los huesos.
Entonces, recordé algo.
Cuando tenía quince años, me enamoré por primera vez.
Y no fue bonito.
Fue una historia con promesas dichas demasiado pronto, silencios que dolieron demasiado fuerte, y despedidas que no se pudieron evitar.
Desde entonces, aprendí a no ilusionarme fácil.
A cerrar las puertas antes de que alguien pudiera empujar.
Pero Ellie…
No me pidió entrar.
Solo se sentó cerca.
Y habló con ese tono como si entendiera que el mundo a veces es demasiado.
Y aún así… vale la pena quedarse.
No sé qué va a pasar.
Ni si voy a verla otra vez.
Pero sé que no puedo hacer como que esto no pasó.
Como que esa mirada no me tocó algo que no sabía que seguía vivo.
Así que, por primera vez en mucho tiempo, apagué la luz sin ponerme una armadura para el día siguiente.
Y antes de dormirme, pensé en su voz.
En cómo dijo “me encontró él a mí”.
Y supe que, tal vez, eso también era lo que ella me estaba haciendo a mí.
Encontrándome.
Sin que yo lo buscara.
Sin que ella lo supiera.