¿y si...capaz funcionemos?

capitulo 25

Las preguntas que no piden permiso

Ellie

Hay días que no hacen ruido, pero te sacuden igual.
Días en los que no pasa nada afuera, pero por dentro todo se mueve.
Hoy fue uno de esos días.

Me desperté antes de que el despertador sonara. No por ansiedad, sino porque algo en mí sabía que dormir más no iba a cambiar cómo me sentía.
Me quedé viendo el techo, contando las grietas que ya conocía, como si esperara que alguna se hubiera movido durante la noche.

No lo hizo.
La que se había movido era yo.

Pensé en escribirle a Lía para decirle que me sentía rara. Pero no tenía palabras.
Y con ella… no necesito muchas.
Así que solo le mandé un emoji de nube, sin contexto.
Ella respondió con uno de una taza de café y un rayo.
Traducción libre: “te entiendo, ven cuando quieras”.

Pero no fui.

La mañana se estiró como un domingo sin motivo.
Abrí el libro que había traído del café, “Los mapas que no muestran caminos”, y lo dejé en el suelo apenas pasé dos páginas.
Nada me concentraba.

Me hice café, pero quedó frío.
Me preparé pan, pero no lo terminé.
Me miré en el espejo, pero no me reconocí.

No por el reflejo, sino por todo lo que me estaba pasando adentro y que no sabía nombrar.

Pensé en Bryce.
Aunque no quería.
Aunque lo intenté evitar.

Pero su imagen se colaba entre mis pensamientos como una canción que no sabés de dónde escuchaste, pero se te queda todo el día.

No lo conocía.
No sabía si volvería a verlo.
Y sin embargo, había algo en mí que lo buscaba en cada silencio.

A eso del mediodía, salí, no por ganas, sino por necesidad.
El cuarto se sentía como una caja sin aire, y mi cabeza era un enjambre de ideas que no paraban de zumbar.

Caminé hasta una plaza sin nombre, esa que queda a unas cuadras del café.
Me senté en una banca vieja y miré a la gente pasar.
Nadie me miró.
Y eso me hizo bien.
Por un rato, pude ser invisible.

Vi parejas riendo.
Gente sola leyendo.
Un chico con audífonos bailando en su mundo.
Una señora mayor escribiendo algo en un cuaderno arrugado.

Todo eso me pareció importante, aunque no supiera por qué.

Sentí que el mundo seguía girando, y sin embargo, el mío estaba detenido en una conversación que apenas duró unos minutos.

Volví a casa con los pies cansados.
Me duché como si el agua pudiera sacarme este desorden interno.

Después, me senté en el piso, con el cuaderno que Lía me había regalado.
Portada en blanco, hojas gruesas, sin líneas.
Ella dijo que era para que no me limitara.

Empecé a escribir sin pensar:

“No quiero gustar de alguien que no conozco, no quiero idealizar, no quiero crear una historia donde solo hubo miradas y frases sueltas.

Pero también sé que no se trata de eso. No es una historia....es un eco...una sensación, como si algo en él tocara algo en mí que estaba dormido.”

¿Y si esto no es amor, pero sí el principio de algo más importante?
Algo que no necesita definición todavía.
Algo que empieza con el temblor de una duda y no con una promesa vacía.”

Suspiré. Cerré el cuaderno.
Pensé en llamarlo “Las cosas que aún no sé sentir”.

A la tarde, Lía apareció sin avisar.
Tocó la puerta tres veces.
Yo no respondí, pero ella tenía llave.

Entró como quien conoce el terreno.

—No me ignores —dijo, sin rastro de reproche.

—No estoy ignorando, solo… procesando.

—Lo sé. Pero procesar en compañía no te va a matar.

Se sentó frente a mí en el suelo.
Sacó dos bolsas con chocolate caliente y pan de banano.

—¿Estamos tristes, confundidas o nostálgicas?

—Todo junto —respondí.

Ella me pasó su bebida.

—¿Es por él?

No dije que sí.
Pero tampoco dije que no.

Estuvimos un rato en silencio.
Lía dibujaba líneas en su libreta.
Yo marcaba palabras sueltas en una hoja rota.

“Silencio.”
“Presente.”
“Falta.”
“Quizá.”

—¿Te gustaría volver a verlo? —preguntó.

La pregunta me atravesó como si no la hubiera esperado, aunque lo sabía desde que llegó.

—No sé. Me gustaría… entender si lo que sentí fue real o solo una idea bonita.

—A veces es ambas.

Asentí.

Ella se acomodó en el suelo, como si quisiera quedarse por horas.

—¿Y si volvemos al café mañana? —sugirió—. Sin expectativas...sin nombres...solo porque a veces es bueno volver a los lugares que te movieron el corazón.

—¿Y si él no está?

—Entonces ya sabés que no lo inventaste.
Porque si duele su ausencia, fue real su presencia.

Cuando se fue, me quedé sola otra vez.
Pero diferente.

No menos perdida, pero más acompañada por dentro.

Volví a abrir el libro.
Y encontré una frase que no recordaba haber leído:

“Los encuentros importantes casi nunca se planean. Simplemente… ocurren.”

Y por primera vez desde aquel café, no me sentí estúpida por seguir pensando en él.

Porque hay cosas que no se eligen.

Solo se sienten.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.