¿y si...capaz funcionemos?

Capitulo 26

Lo que aún no se dice

Lía

No sé en qué momento me convertí en alguien que observa más de lo que habla.
Supongo que fue después de conocer a Ellie.

Ella nunca me lo pidió.
Pero hay algo en su silencio que exige respeto.
Como si al hablar demasiado fuerte, pudieras romper algo sagrado.

Así que aprendí a esperar.

Y desde entonces, empecé a leer más a las personas.
A notar cómo se le encogen los hombros cuando algo la incomoda.
Cómo aprieta el libro con más fuerza cuando quiere desaparecer.
Cómo desvía la mirada cuando algo le interesa de verdad.

Hoy no necesitó decirme nada.
La noté distinta desde que la vi.
Y aunque intentó fingir que todo estaba igual… no lo estaba.

No desde aquel día en el café.

—¿Te gustaría volver a verlo? —le pregunté anoche, después de compartir chocolate y pan de banano en el suelo de su cuarto.

Ella no respondió. Pero sus ojos… sus ojos no sabían mentir.

Ahí lo supe.

Bryce —ese tal Bryce que apareció como una nota al margen en nuestras vidas— había dejado huella.
Y ni siquiera lo sabíamos del todo.

Esta mañana salí a caminar sola.
El aire estaba frío, pero se sentía bien en la cara.
Fui por calles que no solía recorrer.
Y terminé, como por accidente, frente al mismo café de siempre.

Lo miré desde afuera.
Y por primera vez me pregunté si los lugares pueden guardar secretos.
Si las paredes, las mesas, los libros… recuerdan.

Entré.

Y lo sentí.
Ese pequeño temblor de reconocimiento.
Como si todo en el ambiente supiera que algo estaba por pasar, aunque aún no tenía nombre.

Me senté en una mesa cerca de la biblioteca.
Saqué mi libreta.
Y escribí, sin filtros:

“Mi amiga se está enamorando. No lo dice, no lo admite, no lo sabe del todo. Pero lo está.

Y yo… yo estoy sintiendo algo que tampoco sé cómo llamar.”

Will.
Escribí su nombre y lo subrayé.
Tres veces.

No porque esté enamorada.
Sino porque últimamente, cuando habla, lo escucho distinto.
Y cuando se calla… lo echo de menos.

Sonó mi celular.
Era un mensaje suyo:

“¿Ya estás ahí?”

Respondí:

“Sí. Y traje mi libreta de preguntas raras.”

“Entonces voy corriendo.”

Sonreí.

A veces no hace falta una cita para que algo se sienta especial.
Solo hace falta que la otra persona quiera estar en el mismo lugar que vos, sin necesidad de más razones.

Will llegó quince minutos después.
Con el cabello revuelto y el aliento agitado.
Se sentó frente a mí, sin dejar de sonreír.

—¿Me esperás aunque no traiga excusas?

—Siempre —le dije.

Y lo pensé de verdad.

—¿Cómo está Ellie? —preguntó después.

—Confundida.
Fuerte.
Vulnerable.
Ella.

—¿Te dijo algo sobre Bryce?

Negué.

—Pero no hace falta.
No hace falta decir cuando ya se siente.

Él bajó la mirada.
Jugó con el borde de su taza.

—¿Y vos qué sentís? —le pregunté.

No respondió de inmediato.
Se quedó mirando el vapor subir.
Y luego dijo:

—Siento que esto apenas empieza y que tenemos que tener cuidado.

—¿Cuidado de qué?

—De no intervenir donde no debemos…
Y de no quedarnos mirando cuando sí tenemos que hacerlo.

Eso… me desarmó.

Porque él hablaba como si supiera cosas que yo apenas estaba entendiendo.
Y porque por un momento, sentí que hablábamos de Ellie…
…pero también de nosotros.

Después, caminamos.
Sin dirección.
Solo avanzamos.

El sol se colaba entre los edificios y las sombras eran largas, como si la tarde estuviera tratando de alargar la historia.

Will me pasó su suéter cuando el viento se volvió frío.
Y no dije nada.
Solo lo usé.

En silencio.
Como hace Ellie cuando algo le gusta de verdad.

Antes de separarnos, nos detuvimos frente a una banca.
La misma donde semanas atrás Ellie se sentó a escribir en su cuaderno.
Yo lo recordaba porque ella siempre elige ese lugar cuando necesita “reencontrarse”.

—¿Volveremos al café con ellos? —le pregunté.

Will sonrió, como si ya supiera la respuesta.

—Volveremos...pero no será igual.

—¿Por qué?

—Porque cuando uno empieza a sentir cosas nuevas… los lugares viejos ya no se sienten iguales.

Asentí.

Y mientras él se iba, me quedé sola un instante.
Con su suéter en mis brazos.
Con mi libreta en la mochila.
Y con la sensación de que la historia que empezamos a escribir aún no sabe a dónde va, pero ya no hay forma de no seguirla.




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