Cosas que uno no dice
Will
Hay cosas que uno guarda sin saber por qué.
Palabras que no se dicen, no porque no se puedan… sino porque al decirlas, dejan de ser solo tuyas.
Y tal vez no estoy listo para eso.
Lía me espera en el café.
Me lo escribió como quien lanza una invitación al aire, sin presionar, sin adornar demasiado:
“Estoy en el café. Con libreta.”
Como si la libreta fuera el código secreto.
Y supongo que lo es.
La veo escribir en ella desde que nos conocimos.
Línea tras línea.
Preguntas raras.
Observaciones agudas.
Frases que parecen inventadas… pero no lo son.
A veces me imagino que ahí guarda respuestas que nadie ha querido buscarle.
Y otras veces, quiero que escriba sobre mí.
Corro por las calles.
No porque tenga prisa, sino porque quiero llegar antes de que se acabe el momento.
Ella siempre está cinco pasos más adelante, aunque no lo parezca.
Al llegar, la encuentro justo donde pensé que estaría.
Sentada junto a la biblioteca.
Con una taza entre las manos y esa expresión que pone cuando algo la emociona, aunque aún no lo entienda del todo.
Me acerco.
Me siento.
Ella no dice nada.
Y yo tampoco.
Porque a veces, el silencio dice más que cualquier saludo.
—¿Cómo está Ellie? —pregunto, rompiendo esa calma de a poco.
—Enredada...pero tranquila, creo que necesita entender lo que está sintiendo.
—¿Y lo va a decir?
—No todavía, pero se le nota. A ti también se te nota.
—¿A mí qué?
Ella sonríe.
Pero no responde.
Hay algo en Lía que me desconcierta.
No es como las chicas que conocí antes.
No busca aprobación, no juega a gustar, no se adorna para destacar.
Ella solo es.
Y eso me jode un poco.
Porque no sé cómo actuar frente a alguien que no quiere impresionarse.
Y aún así… lo logra.
—¿Tu escribes sobre nosotros? —le pregunto.
—¿Nosotros?
—Sí. Tu, Ellie, Bryce....yo, todo esto que está pasando.
—A veces, pero no todo está listo para escribirse.
—¿Y qué falta?
—Tiempo y respuestas honestas.
Miro su libreta.
Quiero arrebatarla, leerlo todo.
Pero no lo hago.
No porque no pueda… sino porque sé que eso sería cruzar una línea.
Afuera empieza a llover.
Y todo se vuelve más lento.
Las conversaciones bajan de tono.
La gente se acomoda.
Y el mundo, por unos minutos, parece un lugar más habitable.
Lía me cuenta que Ellie está evitando pensar demasiado en Bryce, aunque cada vez que lo menciona lo hace como quien habla de una palabra nueva que aún no entiende pero quiere aprender.
Yo me río.
—¿Y tu? —le pregunto.
—¿Yo qué?
—¿Estás evitando pensar en alguien?
Esta vez no sonríe.
No me responde con juego.
Se limita a tomar un sorbo de café y a dejar la taza sobre la mesa, más cerca de mí.
—¿No sientes que a veces pensar demasiado en algo lo arruina? —dice.
—Sí. Pero no pensar en eso… también.
Silencio.
Y entonces ella saca su libreta.
Escribe algo.
Luego arranca la hoja.
Me la pasa.
La abro.
Solo hay una frase:
“Hay conexiones que no se nombran para que no se rompan.”
La leo.
Varias veces.
Y después, sin saber por qué, la guardo en el bolsillo interior de mi chaqueta.
Como si fuera algo que un día me va a doler… pero igual quiero conservarlo.
Antes de despedirnos, ella se queda parada en la puerta del café.
Yo, unos pasos más atrás.
—¿Te vas con Ellie? —le pregunto.
—Sí...pero si no te molesta…
—¿Qué?
—…me gustaría que un día… vinieras tu solo.
—¿Solo?
—Sí, sin plan, sin Bryce, sin Ellie, solo tu.
Trago saliva.
Es una tontería, pero siento que eso es más íntimo que cualquier beso.
Más real que cualquier cita.
—Tal vez venga mañana —respondo.
Ella asiente.
Y se va.
Y yo me quedo ahí, viendo cómo la lluvia empapa el suelo, preguntándome cuándo fue que ella empezó a importarme tanto…
y por qué aún no tengo el valor de decirlo