¿y si...capaz funcionemos?

Capítulo 28

Lo que pasa cuando no pasa nada

Lía

Hay silencios que incomodan.
Y hay silencios que abrigan.

Will es de los segundos.

No me dijo que vendría hoy.
Pero igual traje mi libreta.
Y pedí dos cafés, uno negro, uno con leche.
Porque sí, porque a veces adivinar es una forma de fe.

Él entró como si no supiera si debía hacerlo.
Como si dudara de merecer este espacio.

Y eso… lo hizo aún más real.

Se sentó sin palabras.
Se acomodó el cuello de la camisa con un gesto nervioso.
Y luego, como si fuera parte del paisaje, tomó el café con leche.

Adiviné bien.

—¿Cómo fue tu día? —le pregunté.

—Silencioso...hasta ahora.

Respondí con una sonrisa, pero no dije nada más.
Porque hay respuestas que no necesitan aplausos.

Hoy no hablábamos mucho.
Pero tampoco hacía falta.
Lo miré observar el lugar, la mesa de siempre, las frases en la pared, el rincón con libros olvidados donde mi querida amiga se pierde.

Vi cómo se detenía en una frase escrita con tiza en la madera:

“Lo que sentimos y no decimos también nos transforma.”

Él no dijo nada.
Pero sus ojos sí.

—¿Piensas mucho antes de hablar? —le pregunté, sin mirarlo.

—Casi siempre ¿Eso es malo?

—No, pero a veces evita que te escuchen.

—¿Y tu? ¿Hablas para que te escuchen?

—A veces hablo para no desaparecer.

Nos miramos.
Y hubo algo en esa pausa que me hizo querer ir más lento… y más profundo.

Decidimos salir a caminar.
La tarde estaba nublada, pero sin lluvia.
Las hojas crujían bajo los pies como si contaran secretos viejos.

Yo hablaba.
Él escuchaba.

Hasta que se detuvo frente a una pared con carteles rasgados y me dijo:

—¿Alguna vez te ha dado miedo sentir algo por alguien?

—Claro, simpre....pero no por sentir, por lo que eso cambia en mí.

—¿Qué cambia?

—Todo

—¿Y lo dices?

—Nunca al principio

Seguimos caminando.
Pasamos por la plaza, por una librería cerrada, por una tienda de discos donde sonaba una canción vieja.
Y en cada esquina, algo se acomodaba entre nosotros.

No era romance, aún no.
Era algo más… sutil.
Como una idea que se repite en la mente pero no se quiere escribir.

—¿Tu escribís sobre mí? —me preguntó, de pronto.

Lo miré.
Él bajó la vista.
Parecía arrepentido de haberlo dicho.

—Sí —respondí.

—¿Y qué dices?

—Nada que te asuste.

Él asintió, como si eso fuera más íntimo que cualquier confesión.
Y lo era.

Nos sentamos en una banca de parque.
Un perro pasó corriendo.
Un niño gritó algo a su madre.
Y el mundo siguió… como si no se diera cuenta de lo que nosotros sentíamos.

—¿Tu quieres a Bryce como hermano? —pregunté.

—Sí, aunque a veces no lo entiendo.

—¿Y a Ellie?

Will sonrió.
Pero no con la sonrisa de siempre.
Fue una sonrisa más pensada....más densa.

—Ellie es como un nudo que no quiero desatar… pero tampoco ignorar.

—¿Y yo?

El silencio lo cortó todo.

—Tu… eres esa página que aún no sé si quiero leer en voz alta.

No lo dije, pero me dolió bonito.
Porque me gusta ser un misterio, pero a veces quiero ser también refugio.

Antes de despedirnos, le pasé una hoja de mi libreta.

No dije nada.

Solo escribí:

“Lo que no se dice también es una historia.”

Él la dobló.
La guardó como siempre, en el bolsillo del pecho.
Ese donde guarda cosas que no quiere perder.

Nos quedamos mirando unos segundos más.
Como si uno de los dos fuera a decir algo…
Pero no.
Nadie lo dijo.

Y sin embargo, ahí estaba.
Flotando entre los dos.

Eso que pasa cuando no pasa nada.




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