¿y tú? ¿mataste a Deleyna?

Capítulo 2

Al llegar a casa lo primero que hice fue quitarme los botines y acomodar mis pies en mis viejas zapatillas de casa. Es una tradición que siempre me ha acompañado desde que tengo uso de razón. Ni siquiera significa que lo hago porque me duelan los pies, es simplemente la fuerza de la costumbre.

Mientras me ponía el pijama, danzaba por mi estudio cantando las canciones de Deleyna, recordando cada parte del concierto, reviviéndolo en mi mente.

Había ido de forma sencilla, la verdad es que nunca he sido de arreglarme en exceso, y menos para un concierto, ya que puedes salir de allí molida. Por mi trabajo también me gusta ir cómoda a los lugares, así que aquel día opté por unos cómodos vaqueros, una camiseta básica y unos botines planos de color negro, sin olvidarme de mi famoso anorak azul eléctrico de aquel entonces. Cuando estaba cómodamente con mi pijama de ositos, me encaminé al baño para desmaquillarme. Me daba pereza hacerlo, pero tampoco quería que la máscara de pestañas hiciera que a la mañana siguiente los ojos me picasen o me levantase como si me hubiera pegado con alguien. No es que me hubiese maquillado mucho tampoco, pero lo suficiente como para quitarlo antes de dormir.

Seguía tarareando las canciones del concierto mientras me preparaba un vaso de leche con miel y galletas, algo que desde niña me ha acompañado siempre en las noches de cualquier época del año. La música había impregnado todo mi ser y el pequeño salón-cocina era testigo de mi pequeño concierto tarareado.

Cuando mi estómago me advirtió que ya no le cabían más galletas, decidí dar por finalizado aquel pequeño espectáculo y me fui a la cama. Era tarde ya, y sabía que me esperaba al día siguiente una larga jornada. Le había pedido a Leo, que aunque me hubieran cambiado mi turno, si requerían mi ayuda, que me llamasen, aunque no creía que eso fuese a suceder. Por supuesto, y para mi desgracia, estaba bastante equivocada.

Con la calefacción de la pequeña habitación a tope, me tapé con mi manta peluda hasta casi las orejas y suspiré ante la confortable cama que tenía bajo mi cuerpo.

No necesitaba una casa más grande para vivir, tampoco es que fuera precisamente rica, pero era verdad que mi economía podía dar para el alquiler de algún piso algo más decente, sin embargo, sentía verdadera comodidad en mi estudio, a pesar de no ser mío. Lo de comprarme un piso y tener que verme envuelta en una hipoteca, ni si quiera se me había pasado por la cabeza, y las pocas veces que lo había intentado, solo me había producido verdaderos escalofríos. ¿Qué necesidad tenía con involucrarme en algo así? Solía pensar, las pocas veces que ocupaba mi mente, antes de descartarlo completamente de ella.

Con la luz ya apagada, y acompañada simplemente de la del móvil, me dispuse a ver que decían en las redes sobre el concierto. Tenía ganas de ver si la gente habría subido ya fotos, algo que imaginaba que sí, pero sobre todo, ver los vídeos cortos que seguramente habrían compartido de Deleyna cantando aquella misma noche. Me apetecía dormirme viendo alguno. Pero las cosas se tornaron de otro color cuando entré, y el cabreo invadió mi mente en un instante. Mis ganas de disfrutar de fragmentos del concierto, se habían esfumado en décimas de segundo, y mi mente solo albergaba lo que mis ojos estaban viendo. Lo más comentado en la red más famosa de todos los tiempos, hacía que la sangre me hirviera por el cabreo que recorría mi cuerpo.

―¡Imbéciles! ―Le grité a la pantalla de mi móvil como si alguien pudiera escucharme.

Estaba cansada de la moda que tenía la gente de hacer tendencia hablando de la falsa muerte de una persona pública. Creían que hacían la gracia, pero no tenía ni pizca. Estaba vez le había tocado a Deleyna. El hastag: #DEPDeleyna era lo primero más comentado a nivel mundial. Me cabreó mucho pensar que la gente se divertía inventando algo así, en vez de estar hablando de lo maravilloso que había sido su concierto.

Al principio había optado por no decir nada, pero vi que había varios hastag distintos sobre aquello, y mi enfado fue en aumento. Lo tenía decidido, iba a mandar a la gente a la mierda, pero no lo pude hacer. El teléfono de mi casa comenzó a sonar. Estaba tan enfrascada en mi enfado, que aquel sonido me sobresaltó inmediatamente. A pesar de eso, me había acostumbrado que sonase, algunas veces, a altas horas de la madrugada, si me requerían en comisaría. Y solamente había una persona a la que se le ocurriría llamarme al fijo: Leo. Cogí el teléfono inalámbrico que reposaba en el dormitorio, cargándose para el día siguiente. La verdad es que si por mí fuera no hubiera tenido un fijo y un inalámbrico en un estudio tan pequeño, pero venía en el alquiler y entraba en el precio, así que no me importaba mucho.

―Dime, Leo… ―murmuré con desgana, pensando en que tendría que volverme a vestir y adentrarme en el frío de la noche.

―Siempre sabes que soy yo, podría ser el comisario el que hiciera la llamada.

―Solo tú llamas tan tarde a mi fijo en vez de al móvil. Da igual quien llame desde la comisaría, si es al fijo a esta hora, eres tú. Dime, ¿un nuevo caso asignado? ―Pregunté arropándome con la manta de nuevo, sabía que en un rato iba a tener que levantarme, así que mejor disfrutaba, aunque fuesen cinco minutos, de mi cómoda cama.



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En el texto hay: intriga, redes sociales, amor

Editado: 16.06.2018

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