El portero vuelve a sonar. Ya he perdido la cuenta de las veces que lo ha hecho esta tarde. Sin embargo, estar pensando en el caso me hace sobresaltarme. Espero hasta que quién sea que está llamando, se harte y lo deje, al menos por el momento, porque estoy convencida de que dentro de un rato volverá a insistir de nuevo. Seguro que están en la puerta de la calle, esperando que cometa algún error y pillarme desprevenida, pero no lo van a conseguir. En estos diez años he tenido que aprender a escabullirme de la lacra que es la prensa, y de quienes no lo son.
Seguramente esperen tener alguna oportunidad y que alguien, que entre o salga, le deje pasar. No lo digo porque en mi vecindario quieran joderme más la vida, probablemente les dejen pasar sin saber lo que quieren en realidad.
Descubro que mi reproductor de música está a punto de acabársele la batería y doy un sonoro suspiro. ¿Por qué ahora? Cuando voy a echar mano al cargador, compruebo que tampoco tiene cargada la batería. El último que lo utilizó fue Leo esta mañana, así que le echo las culpas en mi mente y lo pongo a cargar. Tendré que hacerlo con uno antiguo, enchufándolo a la luz, ¡qué remedio!
Mientras espero que mi reproductor y el cargador, se llenen de batería, decido ir a la cocina a prepararme algo de beber. Un whisky cargado es lo que mejor me sentaría ahora, así que no dudo en preparármelo. Sin ningún aliciente, a palo seco, es lo que mi cuerpo necesita en un día como hoy. Pero tomármelo así, sin nada que hacer, tampoco me motiva.
Tras pensarlo un rato, decido con qué acompañarlo: Un cigarro y revisar artículos antiguos sobre Deleyna. Sí, aunque mi reproductor no esté disponible ahora, no significa que no siga con mi homenaje personal hacia ella. Y sí, lo sé, es contradictorio no poner la televisión por las falacias que puedan decir, y en su lugar mirar prensa antigua donde hacían lo mismo, pero nunca he dicho que yo sea coherente con mis actos. Además, al menos los artículos antiguos ya los tengo más que vistos y puedo seleccionar los que quiera, sobre todo aquellos donde no esparcían nada malo. Aunque claro, conociéndome, solo espero no caer en la tentación y acabar leyendo algunos de los que me ponen de mal humor.
Los archivos los tengo en el despacho de la casa, en el último cajón de mi mesa de trabajo, bajo llave, por supuesto. No es que crea que se vayan a perder, simplemente me gusta tenerlos así. Saco la última carpeta y sonrío satisfecha. Aunque le llamo artículos, sé que hay más material dentro de la carpeta, pero es una forma de diferenciarlo de todo lo que pertenece en exclusividad a la investigación que hice. Esas carpetas también se encuentran ahí, o al menos parte de esa información, pero no es lo que precisamente hoy necesite mirar.
Vuelvo a cerrar el cajón con llave, guardándola de nuevo en una cajita de madera que hay en la estantería. No me detengo en mirar mi despacho, hoy no trabajo, me he tomado el día libre, así que no necesito estar más tiempo ahí. Con el vaso en una mano, ya que me lo había llevado al despacho, y la carpeta en la otra, vuelvo de nuevo al salón, a mi cómodo y mullido sofá de tres plazas amarillo huevo.
No resulta precisamente fácil leer algo con las persianas bajadas y las luces apagadas, así que me pongo a pensar la mejor manera de hacerlo para que nadie deteste que estoy aquí. No tengo intenciones de encender ningún móvil, así que esa idea la descarto incluso antes de pensarla. Una linterna sería incómoda, pues tendría que estar todo e l rato con ella en mano, y no tengo ninguna que pueda dejarla reposando cómodamente mientras leo. La opción que quizá sea la más acertada, sería mi portátil. Tan solo lo encendería sin entrar a ningún lado, y mucho menos en Internet. Me iluminaría lo suficiente, y no daría señal alguna que indicase que estoy aquí. Sé que puede parecer una tontería cuando digo que lo más seguro es que sepan que estoy, pero no quiero darles lo que quieren. Bien, el portátil es la mejor opción. Así que eso hago. Vuelvo al despacho a por mi portátil, esta vez sin el vaso de whisky, aunque antes le doy un pequeño sorbo para mojar mis labios. El cigarro ya se ha consumido pero decido no encender otro, al menos por el momento.
Al igual que antes, vuelvo a entrar sin luz, iluminada por la pequeña rendija que he dejado en la ventana, suficiente para distinguir donde lo tengo. Después de ocho años viviendo ahí, conozco mi despacho como la palma de mi mano, o al menos para cosas sencillas como abrir el último cajón con llave o coger mi portátil. Cuando lo tengo, vuelvo al salón encendiéndolo por el camino. Todo está en orden. No lo enchufo porque tiene la batería llena, así que por el momento no será necesario, y cuando lo sea, tendré el reproductor disponible para ponerme a escuchar música de nuevo, así que no me hará falta.
Con todo ya preparado, y el salón iluminado lo suficiente como para ver los artículos, abro la carpeta azul marino que los contiene. Tengo un trozo de papel blanco, con letras negras donde escribí hace muchos años: artículos. Lo pegué fuera de la carpeta, y, a pesar del tiempo, aún se mantiene. Lo primero que encuentro al abrir la carpeta, es un artículo sobre la ruptura de Marco y Deleyna. Vale, es bastante sensacionalista, pero metí demasiadas cosas aquí. Sé que alguna vez tendré que hacer limpieza, pero hoy no va a ser ese día.