Después de una jornada larga de trabajo, sabía que conciliar el sueño aquella noche sería imposible a pesar de haber dormido poco en cuarenta y ocho horas.
Al llegar a casa, como dicta mi costumbre, me quité los zapatos y me puse las zapatillas de casa. Leo me había acompañado, así que decidí tomar una ducha relajante mientras él cocinaba algo de cena. Al principio le había dicho que no, que me apañaba haciéndome un sándwich básico, que no tenía ganas de comer mucho, y menos algo elaborado, pero al final cedí ante su petición. Al fin y al cabo siempre ha cocinado de maravilla, y así lo corroboré cuando llegué al pequeño salón donde me invadió un olor especial, haciendo que mi estómago rugiera de pronto. Al parecer, había sucumbido a la comida de Leo. Me acomodé en el sofá esperando a que terminase de hacer la cena mientras me disponía a mirar los informes que había traído conmigo. Una cosa era que aquella noche no trabajase en oficina, y otra que no me fuera a llevar el trabajo a casa.
―¿No vas a despejar la mente ni un rato? ―Me preguntó Leo desde la cocina, ya que ésta estaba básicamente en el salón, separándolo de una barra rústica y algo deteriorada.
―Sí, cuando el asesino de Deleyna sea detenido ―refunfuñé a pesar de que Leo me lo preguntaba con toda su mejor intención.
―O asesina ―objetó él.
―Ya sabes mi teoría ―le recordé mientras un bostezo surgió de mi interior.
―Todo puede ser posible aún. Recuerda que la cámara también detectó a la madre de Deleyna, y que hay un punto muerto donde no se captan imágenes…
―Pero su madre fue antes que Pili y Mili ―le recordé.
―¿Pili y Mili? ―Preguntó enarcando una ceja.
No, no era que tuviese un ojo en la cabeza, pero conocía bastante bien a Leo para saber cuándo enarcaba una ceja sin tener que mirarle.
―Sí, el novio y el ex ―dije tras un suspiro.
―Pues di eso, me habías confundido. No recordaba que ninguna Pilar ni Mili hubiera entrado a su camerino. Por cierto, ¿de dónde viene el nombre de Mili?
―¿Ya estás divagando? En serio, aún no comprendo por qué eres el subcomisario… ―repliqué, pero sin enfado alguno en mi voz.
―Por mi gran inteligencia y astucia resolviendo casos… ―comentó él entre risas.
―Oh sí. Eres la Agatha Christie de la comisaría ―ironicé.
―Es un personaje ficticio ―me reclamó.
―Cómo lo tuyo resolviendo casos ―le espeté cerrando la carpeta―. ¿Necesita ayuda Sherlock en la cocina?
―Tú eres la mente pensante y yo la creativa ―bromeó mientras terminaba de cocinar.
―¿Creativa? ―Enarque una ceja―. Ordenar los informes de forma alfabética no se considera creativo, sino importante y básico ―bromeé.
La verdad es que la presencia de Leo en casa me estaba animando un poco y mi mente se estaba despejando, al menos durante un rato.
―Sabes que no me refiero a eso ―fingió refunfuñar― Creativo en la cocina, soy un chef excelente, ¿o acaso me lo vas a negar?
―¡Claro que no te lo puedo negar! ¿Cuántas veces habremos resuelto un caso gracias a tus inventos culinarios? ¡A decenas! ―Ironicé permitiéndome sonreír aunque fuese de forma breve.
―¿Se supone que ahora es cuándo me tengo que reír? ―Bromeó Leo.
Poco después apareció en el salón con varios suculentos platos. ¿De dónde había sacado tanta comida si el día anterior tenía mi frigorífico a punto de escaparse para comprar él mismo comida al verse practicamente vacío? Nunca dejará de alucinarme como Leo con pocas cosas puede hacer una maravilla.
―Eres increíble… ―murmuré acercándome a le mesa cuadraba que albergaba el salón del estudio―. La ensalada huele de vicio.
―Pues ya verás cuando la pruebes.
―Estoy desando hacerlo. Voy a por los cubiertos a la cocina.
―No te preocupes, ya lo hago yo, sé donde están. Tampoco es que tenga mucha pérdida ―bromeó volviendo a la cocina. A fin de cuentas era un estudio pequeño y todo estaba a mano.
Mientras Leo volvía con los cubiertos y los vasos, me quedé mirando el plato que había frente a mí. Se las había apañado para crear una ensalada con un cuarto de lechuga que me quedaba de unos días anteriores, medio tomate, una loncha de jamón york que quedaba solitaria, trozos de queso…y… la verdad es que no recuerdo que más le echó aquel día, pero su sabor era una maravilla. ¡Ah sí! Creo que también tenía nueces y varias rodajas de pepino. Como ya digo, con poco siempre ha hecho delicias.
―Y espera que aún queda el segundo plato ―informó mientras se limpiaba la boca con una servilleta de papel.
―Eres un cocinero de maravilla, pero creo que ya hemos perdido mucho tiempo y queda mucho trabajo por hacer ―le recordé.
―Pero sabes que se piensa mejor con el estómago lleno.
―Y lo hemos llenado ya.
―Solo a medias ―quitó nuestros platos vacíos para después volver a traer otros igual de apetecibles.