—A veces la vida no es lo que uno espera hija, debes aprender a ir con la corriente.—eso es lo que mi madre se vivía diciéndome para que dejara de presionarme tanto en las cosas que hacía, nunca fui una superdotada en ninguna de las acciones que ellos esperaban y era justo por eso que tenía que esforzarme el doble, simplemente para callarlos y que en lugar de reprenderme por esforzarme de más, me regañaran por esforzarme de menos.
Asentí a lo que me dijo con una sonrisa, ellos pensaban que todo lo que tenía que ver conmigo y mis acciones, fluía natural pero la verdad era que no, no era tan lista como ellos creían ni tampoco tan buena con la natación como les hacía creer desde que tenía 13, con trabajos y podía concentrarme a la hora de las matemáticas o en las costosas lecciones de piano que me obligaron a tomar de pequeña, es más, si me ponían frente a uno de esos ahora mismo, seguro haría el ridículo.
—Estoy algo cansada mamá, creo que descansare un poco.—me sonrió y comencé a subir las escaleras, en cuanto llegué arriba escuche el sonido de la puerta principal cerrarse; hoy había sido un pésimo día en la escuela, estaba en época de exámenes finales y me había pasado toda la noche tratando de estudiar biología para poder cerrar mi penúltimo semestre de preparatoria con sobresaliente, fue por esa razón que me quede dormida a mitad de mi clase de historia y no solo me había ganado hacer el aseo en los salones este viernes después de la escuela, también estaría en detención 3 días de esta semana, 2 horas después de la escuela que tendría que justificar como horas de estudio con mis padres.
En cuanto entré a mi habitación cerré la puerta y me acosté con el uniforme puesto, me sentía mal, como si estuviera por darme un resfriado y no me sorprendía mucho, con trabajos y había podido dormir estos días, además era Diciembre y yo nunca había sido de usar abrigos, los consideraba un estorbo.
Miré hacía la ventana con la esperanza de que el movimiento de las hojas del árbol de afuera me arrullara pero no lo hacía, solo terminaba por desviar mis pensamientos, haciendo imposible que pudiera relajarme para poder dormir, intenté consolarme con la noticia de que solo estaría está semana en la escuela, después ya estaría de vacaciones y podría descansar de las tareas y proyectos por un rato pero eso tampoco daba frutos.
—Demonios.—exclamé a la nada mientras trataba de encontrar una posición cómoda par dormir pero simplemente parecía imposible.
Me levanté molesta y caminé hacía mi armario, me quité el uniforme y me puse un pantalón de mezclilla que estaba a la mano junto con una blusa de manga larga que tenía un oso panda, no era mi conjunto favorito pero yo no me sentía con la paciencia de buscar algo que me acomodara, abrí mi ventana y bajé por la escalera de incendios, vivíamos en un edificio departamental y por ello contábamos con estas grandiosas escaleras que me daban un buen escape siempre que lo necesitaba.
Bajé hasta el callejón al que llegaban y caminé a la avenida, ya empezaba a oscurecerse y yo no podía estar más contenta, mis padres seguro a está hora ya estarían fuera de la ciudad, camino a su seminario religioso al que acudían cada año, se iban por una semana completa y yo me quedaba sola, bueno en realidad parecía que sola a medias porque me llamaban mínimo 4 veces al día para saber que hacía, en donde estaba o sí ya había comido, era por ello que la detención que me había ganado me preocupaba un poco, si bien no estarían para asegurarse de que estaría horas extras en la escuela para estudiar, ellos se asegurarían de preguntar después a mis maestros.
¿Una vida asfixiante?, claro que sí, ¿aunque sea algo de libertad?, claro que no, era por ello que me salía por las escaleras de incendio, porque estaba segura de que se comunicaban con el portero para preguntar si acaso había salido.
Caminé por la avenida principal hasta llegar al parque más cercano, cuando se hacía de noche nadie venía aquí, según la mayoría de personas aquí asustaban o alguna tontería de esas; en lo personal me consideraba una persona escéptica, muy a diferencia de mis padres que se la pasaban dándome sermones sobre las divinidades, el cielo, la paz inmortal del más allá y esas cosas, recalcando en más de una ocasión el lugar al que me iría por no creer a ojos cerrados en esas divinidades celestiales.—el infierno.—pero para mi solo era complicado creer en eso después de aquel accidente en el que, a mis padres les dio devoción y fe, pero a mi solo me dio razones para creer que ni un cielo ni un infierno pueden comprobar que existen, evidentemente en esa lista entraban fantasmas, duendes y cualquier tontería que se haya inventado Hollywood con tal de vender malos programas de televisión y películas aburridas.
No me consideraba Atea porque yo jamás blasfemaría sobre Dios o cualquier creencia de la gente, además tampoco creía que todo lo bueno o malo que sucediera se debiera solo a mi o a la persona en cuestión, más bien yo pensaba que si acaso todo lo celestial o infernal existiera, quería una prueba, quería una explicación al supuesto camino que Dios tiene para cada uno, porque yo simplemente no lo entendía...
Me senté en uno de los columpios y comencé a mover mis piernas hacía delante y hacía atrás para balancearme, de seguro me vería como una loca pero necesitaba despejar mi mente y venir a los columpios un rato siempre me daba fuerzas, como si al bajarme de uno ya hubiera recobrado la energía que perdía en mi vida diaria.
—¡Niña!, ¡ya vamos a cerrar el parque.—miré al hombre que estaba cerca de la resbaladilla, a unos metros de mí, como si me tuviera miedo, me detuve y me puse de pie sin soltar la cadena del columpio.
—Y dígame genio, ¿Cómo es que se cierra un parque sin puertas?.
—Todos en este lugar saben que en este parque no debe haber nadie después de las 7 y son 7:10, es una norma para su seguridad señorita, en este lugar pasan cosas extrañas.